El pasado 27 de abril se cumplió un nuevo capítulo en la infamia de Hillsborough. Aunque esta vez en sentido positivo. Un jurado ha determinado que la muerte de 96 seguidores del Liverpool el 15 de abril de 1989 fue un “homicidio involuntario” causado básicamente por la incompetencia policial.
Con la sentencia se hacía oficial en los tribunales una verdad ya aceptada, sobre todo desde que empezaron a filtrarse informes policiales y en 2012 el primer ministro David Cameron admitiera públicamente que la policía amañó pruebas para ocultar sus fallos y culpar a las propias víctimas.
Un triunfo de la verdad que solo ha necesitado de la perseverancia contra viento y marea de los familiares de las víctimas durante 23 ó 27 años, según se mire.
El 15 de abril de 1989 era día de fiesta en Sheffield. La federación inglesa había decidido que el campo de fútbol de Hillsborough sería el escenario de una semifinal de Copa entre el Liverpool y el Notthingam Forest. Unos 50.000 aficionados acudieron a ver el espectáculo.
El pequeño estadio de Hillsborough se había quedado en un tiempo ya pasado en el que el fútbol era diferente. Tribunas sin asientos seccionadas por barras de hierro, estrechos vomitorios y vallas metálicas que impedían el acceso al campo. Retrasos en las carreteras ocasionaron que los hinchas del Liverpool, que sobrepasaban con mucho la capacidad del espacio asignado, llegaran tarde y todos de golpe. Todo el mundo se puso muy nervioso, empezando por la policía, que en vez de controlar los accesos cometió un error funesto: abrió las puertas para que entraran todos. Y empezaron a entrar, presionando sobre los que ya estaban dentro.Los que ocupaban las filas de abajo estaban siendo aplastados contra las vallas. Gritos y llamadas de auxilio. La policía miraba y no actuaba. Los fans pedían que abrieran las vallas que separaban la grada del campo. En vano. El partido empezó a las 3 de la tarde, en medio de la confusión y el pánico. Casi nadie reparaba en lo que ocurría en el campo, todas las miradas se dirigían a esa tribuna convertida en trampa mortal. Y las vallas sin abrirse. En el minuto 7 la tragedia acabó con el partido. Era tarde cuando se abrieron las puertas de emergencia y más tarde aún cuando se dejó acceder a los servicios médicos. 94 aficionados murieron allí, asfixiados, aplastados contra las vallas. Cuatro días después murió otro, un chaval de 14 años, y, tras 4 años en coma, el fallecimiento de Tony Bland en 1993 dejó la cifra final en 96. En los posteriores informes desclasificados se llegó a la conclusión que con una correcta actuación se podían haber salvado hasta 41 vidas de entre esos 96 fallecidos.
Hoy miramos todo esto con la perspectiva del tiempo y de los documentos desclasificados que salieron a la luz demostrando los graves fallos organizativos que se convirtieron en mortales. Pero intenten imaginar ese momento de terror e impotencia y, sobre todo, lo que vino después. Decir que fue una injusticia y una auténtica vergüenza se queda corto.Víctimas culpables
Los responsables de la tragedia en seguida lo tuvieron claro: para exculpar a las autoridades había que culpar a las víctimas. No se asombren: se ha hecho siempre y a diario. Ahora mismo, mientras leen esto, se está haciendo.
El gobierno de Thatcher tenía a su favor la criminalización –ganada a pulso– de los hooligans violentos en la década de los 80. Especialmente la hinchada del Liverpool, tras los lamentables incidentes en la final de la Copa de Europa de Heysel entre Liverpool y Juventus en 1985: una carga de los aficionados reeds causó la muerte de 39 personas, en su mayoría italianos.Con una opinión pública dispuesta a creer en las culpas de los hooligans solo había que convertir a los aficionados de aquella tarde en hoolingans, aunque no lo fueran. El informe oficial solo concedió cierto descontrol en los accesos al estadio por parte de la policía. No se depuró ninguna responsabilidad y a cambio sí se buscaron fichas policiales, antecedentes y cualquier posible causa de descrédito entre las víctimas. Se alteraron 116 testimonios para adecuarlos a los intereses policiales, transformando completamente la realidad de lo que allí pasó.
Prensa libre
Todo esto caía en terreno abonado. Las huelgas mineras de principios de los ochenta habían dejado un sentimiento de impunidad entre la propia policía, que había actuado en muchas ocasiones como brazo armado de Margaret Thatcher contra los huelguistas. La Dama de Hierro los quería de su parte, hicieran lo que hicieran. Los medios de comunicación también habían colaborado en el pulso de Thatcher contra los mineros con una campaña de descrédito que poco más los acusaba de todos los males del país: una casta de privilegiados y hasta terroristas. No se si les suena. En esta ocasión tocaba repetir la fórmula del éxito, con la ventaja de la mala reputación de los aficionados del Liverpool. Se realizaron pruebas de alcoholemia a algunos supervivientes y a todos los fallecidos, la mayor parte de ellas sin base médica alguna. El resultado de esas pruebas nunca se supo, era lo de menos. El motivo de las mismas era poner en marcha la máquina del fango: sugerir que todo se debió a hooligans borrachos.
Y la prensa amiga (conocida por estos lares como ’compi’ prensa) entró al trapo. Al diario The Sun le correspondió el honor de divulgar las mentiras oficiales, embelleciendo el relato hasta límites repugnantes, en un alarde de profesionalidad. “Falsedades despreciables”, dijo David Cameron el día que pidió perdón a las víctimas en nombre de ocho (han leído bien) gobiernos anteriores, conservadores y laboristas, que no hicieron absolutamente nada.Aquella portada del 19 de abril de 1989 ha pasado a la historia de la libertad de prensa en democracia. Bajo un gran titular, nada pretencioso, “La Verdad”, se dice que algunos aficionados robaron a las víctimas que yacían en el campo, que otros orinaron sobre los policías que intentaban ayudar o que algunos aficionados golpeaban a los policías que intentaban hacer el boca a boca a las víctimas. También les acusaban de golpear al personal médico que trataba de socorrer a los heridos. Otros diarios, como el Daily Express también se hicieron eco de estos rumores infundados, pero la voz cantante la llevó The Sun, con su director Kelvin MacKenzie a la cabeza y sin que nadie en la redacción osara llevarle la contraria.
El suplemento dominical de The Times, también propiedad de Rupert Murdoch, ahondó en aquellos días en la herida, culpando de la tragedia a los aficionados y acusándoles de hacer teatro de la autocompasión por el trato recibido en los medios.
Portadas de las prensa inglesa tras el último fallo judicialAños después los responsables periodísticos de tal ultraje han ido desgranando excusas –fueron engañados por la policía, como si eso fuera disculpa para no hacer su trabajo– que han resultado insuficientes para la gente de Liverpool. La última noticia sobre el caso, con la que empezaba este post, no mereció en ambos medios ni un rinconcito de la portada, en un llamativo contraste con el resto de la prensa inglesa.
Los diarios de Murdoch ‘olvidan’ la nueva noticia en sus portadasEl dolor por los 96 de Liverpool sigue ahí. Por las muertes y el posterior insulto a los muertos y a todos los supervivientes que vivieron aquella tragedia. Ahora llega la reparación, un leve bálsamo para el dolor de familiares y amigos. El nuevo veredicto puede abrir la puerta a una investigación que alcance a los verdaderos responsables, que salieron del asunto con sus carreras intactas. No hay motivos para ser muy optimista, pero ya veremos.
De momento los responsables periodísticos ahí siguen, exhibiendo excusas con la boca pequeña. Tanto ellos como otros que callaron se felicitan ahora porque al final la verdad siempre reluce.
Así que no se apuren, el sistema funciona. Solo hay que perseverar contra la versión oficial y contra el silencio, dejar que pase el tiempo y que los responsables consoliden sus carreras profesionales. Y en unos 30 o 40 años la verdad sale a la luz. Los lectores de más edad ya lo habrán experimentado otras veces. Unos cuantos años después, cuando el mal ya está hecho, los responsables se dan golpes en el pecho y, como si acabaran de llegar, se preguntan “¿cómo ha podido pasar?”, y repiten solemnes “que nos sirva de lección”. Y hasta la próxima.
Reportaje de Canal + emitido en 2012
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