Hoy me he hinchado a kilómetros. Para mi, cuatrocientos kilómetros son muchos. Y todos los he hecho por autovía. Ha sido agotadoramente genial. Ha sido una paliza consciente que el destino se merecía. Llegar, besar y volver. Y luego, llegar, acompañar y volver. Dos focos, dos objetivos diferentes. Dos visitas de médico de esas que estrujan el corazón para un año. La vida pasa y la Vida siempre gana, como gana la banca en los casinos. Y así ha de ser, que no seré yo quien se meta en camisas de once varas espirituales. Aun así, he vuelto a casa -volver a casa sigue siendo lo más importante- he vuelto, digo, henchido. He vuelto totalmente lleno. No sé muy bien de qué, pero he vuelto repleto. Es posible que me haya henchido viendo personas de esa que dan lo que son a cambio de una sonrisa o a cambio de nada.
No me aburre la autovía. Me gusta ir a cien, a noventa. La Cabezota puede correr mucho más pero el cansancio que produce está relacionado directamente con la cantidad de kilómetros por hora que superan la centena. El manillar, los puños, a esa velocidad, se convierten en la brocha a la que te agarras cuando te dicen de quitar la escalera. Para un acelerón, bien, pero para un rato, no. No me gusta la velocidad con mi moto, por muy deportista - sportster - que sea. En cambio, una moto como La Montón sí que ha de ser propicia para largos viajes autoviados o autopisteados. Y si vas con el reposapiés reparado, mejor.
Es que la Montón se presentó ayer en la parcela. Tras un rato de trasteo nos fuimos de paseo. Tuvimos que parar en la gasolinera de Torrejón del Rey para que abrevase tamaña burra. Fue gracioso porque mientras el propietario abonaba el pasto que La Montón se había zampado, un chavalín que llegaba en bicicleta se quedó mirando mi espera y le dijo a su amigo: - ¡Hala, qué cacho moto! Al acabar de repostar pusimos morros hacia Horche, hacia el bar de la plaza, donde Proclive y yo mantuvimos una interesante conversación. Todavía hoy, durante el viaje, me resuenan las palabras de ayer, palabras que abren esperanzas y nuevos horizontes inexplorados e ilusionantes. Palabras para guardar y para masticar en su justa medida. Y para reaccionar.
Hincharse, henchirse. Hincharse a kilómetros, henchirse a personas. Y un rayo de nueva luz que atraviesa mi mente y mi corazón.