Revista Historia

Hiperosmia, la capacidad de oler un jazmín en un estercolero

Por Ireneu @ireneuc

Cuando paseamos por las calles de nuestras atolondradas ciudades, los ruidos y los malos olores se convierten en aquellos compañeros que, por su cotidianidad, ya no llaman la atención de nadie. No obstante, en mi caso padezco migrañas ( ver Mi particular historia con las migrañas), por lo que, a parte de los dolores de cabeza, auras y afectaciones derivadas, el cerebro tiene una sorpresa añadida en forma de hipersensibilidad a la luz, a los ruidos y, sobre todo, a los olores... y es entonces cuando descubres la ciudad con toda su nauseabunda crudeza. No recomiendo a nadie que, en pleno ataque de migraña se de una vuelta por la calle: el olor a orines, a basura en descomposición, a las cacas de perro recién depositadas, las motos a escape libre, los coches a diésel, la gente que no se ducha desde la última olimpiada, la que se baña en perfume, las cloacas... no se pueden llegar a hacer a la idea lo angustiosa y lo repulsiva que puede llegar a ser la ciudad en semejante circunstancia. Ahora, imagínense este ataque de hipersensibilidad aumentado unas cuantas veces y que no se pase transcurrido un tiempo; tendrá ante si, para su entero disfrute, el mundo que rodea a una persona con hiperosmia.

En la película El Perfume, Grenouille, su truculento protagonista, nace con la capacidad de distinguir olores y matices que ningún otro mortal es capaz de detectar, lo que le permite encontrar trabajo como perfumista. Ficciones a parte, esta exacerbada capacidad de oler que se conoce con el nombre médico de hiperosmia, más que una bendición para el que la recibe, como viva en algún lugar mínimamente "civilizado", se convierte en un auténtico suplicio. Cierto es que su especial don les permite trabajar como sumilleres, catadores, perfumistas, etc... pero, realmente, no es un buen negocio para estas personas especialmente dotadas para los olores. Pero... ¿a qué es debida esta extraña capacidad?

El interior de la nariz humana posee en su parte superior una serie de células detectoras de partículas volátiles que, atravesando el hueso del cráneo, transmiten impulsos eléctricos a lo que se da a llamar bulbo olfativo y que se encuentra en la base del cerebro. Este bulbo olfativo, conectado directamente con el cerebro a través de la amígdala (la zona del cerebro, no de la garganta, no me sean zotes) es el órgano que se encarga de administrar la información olorosa recibida.

Según parece, los hiperósmicos, ya sea por cuestiones hormonales (migrañas, embarazo, menopausia...), genéticas (congénitas) o inducidas por sustancias externas como las anfetaminas, disponen de una mayor cantidad de conexiones neuronales entre las células detectoras y el bulbo olfativo. Ello hace que cualquier mínima partícula volátil que sea susceptible de ser olida, en caso de padecer hiperosmia, se verá corregida y aumentada en intensidad. Si el olor es agradable, se disfrutará enormemente, pero si es malo...

En caso de ser un olor asqueroso, las personas hiperósmicas lo pasan extraordinariamente mal. El hecho de que el olfato sea una vía directa de los sentidos con el cerebro, el oler según que olores desagradables (como puede ser el olor de un metro en verano) con una intensidad fuera de la normal, puede provocar desde nauseas, vómitos, pasando por mareos y llegando incluso a producirse desmayos si la sensación es suficientemente angustiosa. Personalmente -y eso que lo mío es hipersensibilidad a los olores y no hiperosmia- he llegado a padecer un ataque de migraña simplemente con cruzarme con una mujer con un perfume fuerte. Así de duro.

Por desgracia, el tratamiento de esta afectación no es sencillo, y la mayoría de las veces pasa por alejarse de los focos de olor, o del medio ambiente que le rodea, en búsqueda de zonas en que no hayan olores especialmente insoportables. Otra opción son tratamientos que inhiban las dopaminas - las sustancias neurotransmisoras que conectan las neuronas- de cara a limitar el flujo de información olfativa que llega al cerebro, pero no son excesivamente eficaces. Por contra, hay gente que afirma que el tabaco les reduce la excesiva capacidad olfativa, aunque en este caso, si vemos todas las consecuencias que tiene el fumar en la salud, casi es peor el remedio que la enfermedad.

En definitiva, que la hiperosmia, si bien tendría que ser una cualidad positiva por lo que tiene de tener una capacidad superior a la de todos los demás, en realidad es un verdadero tormento. Ser capaz de distinguir el más nimio matiz del aroma de una flor, o ser capaz de detectar todos los aromas que esconde un buen vino es una gozada para los sentidos pero, por desgracia, la sociedad actual no valora en lo más mínimo las exquisiteces ni las sutilezas. Lo mediocre, lo insustancial, lo zafio, lo soez, se ha enseñoreado de tal forma de nuestro entorno, de nuestra forma de ser, que ha acabado por anestesiar, no solo el olfato, el oído o la vista, sino el cerebro entero. Una auténtica desgracia para quienes, por hiperosmia, son capaces de reconocer un jazmín en un estercolero.


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