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HIPNOSIS (por Larry Romántico) Mientras regresaba a Madrid en un vuelo de Brussels Airlines, me divertí hojeando las páginas de la revista Le Soir, y me detuve en un artículo dedicado a un tal Messmer, una especie de comediante reconvertido en hipnotizador fascinante, del que pueden verse algunas actuaciones en Youtube. Entonces vino a mi mente una tarde de teatro que compartí con mi familia, a principios de los años 70. El profesor Marx, reconocido dominador de la hipnosis, antes de comenzar su actuación, solicitó voluntarios de entre el público para que fuesen hipnotizados. Desde luego, me negué en rotundo a subir al escenario, pero no una de mis hermanas, que se ofreció para el experimento, junto con otros valientes, aunque yo desconocía si estaban compinchados o no con el profesor. Puedo jurar que mi hermana no lo estaba. Uno a uno, los fue durmiendo a todos, allí, sentados en unas sillas. A continuación, les fue convocando y encargando tareas diversas. A una señora, presuntamente dormida, le hizo cantar una canción de moda, a otro caballero le nombró doctor por un rato y se puso a tomar la temperatura a los atónitos espectadores. Mi hermana, también en estado de trance, terminó vendiendo periódicos virtuales por todo el patio de butacas. Cuando la sesión tocaba a su fin, los protagonistas regresaron a sus sillas y, uno tras otro, fueron devueltos al mundo real. Cuando volvió junto a nosotros, le preguntamos a mi hermana si sabía lo que había estado haciendo, pero ella contestó que no recordaba nada. Le contamos lo que había sucedido y alucinaba. No tengo ni idea de cómo lo hizo el profesor Marx, pero con mi hermana funcionó la hipnosis a la perfección. Sospecho que somos mucho más vulnerables de lo que pensamos y, probablemente, fáciles de sugestionar en cualquier momento. A mí me sigue dando terror someterme a una sesión de hipnosis, aunque reconozco que no estaría nada mal, si ello me sirviera para recordar algunas cosas y poder olvidar muchas más. Todos tenemos un lado extraño en la personalidad y una parte, más o menos oscura, en nuestro pasado. Confieso que me sentiría ridículo en estado de trance, vendiendo patatas fritas y helados inexistentes en un patio de butacas de cualquier teatro, pero me aterrorizaría mucho que alguien sondease dentro de mi mente y salieran a la luz determinadas cosas que, buenas o malas, sólo son mías. Mi amigo Lalo Monsalve diría que soy un alma de cántaro y un iluso, porque en la sociedad en la que vivimos todos estamos ya hipnotizados, de una u otra manera. Puede que tenga razón y que seamos meras marionetas de alguien que nos ha absorbido el cerebro y maneja los hilos de nuestra existencia a su antojo. De lo contrario, es cierto que algunos comportamientos, acciones y omisiones de los que hacemos gala no se entienden.
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