— Al final, ¿qué tal estuvo la película de anoche? —porque lo cierto es que me estaba aburriendo y preferí retirarme a hacer alguna otra cosa.
— Genial. La historia estaba muy currada, resulta que va de un tipo que —¿Va de un tipo que? No entiendo muy bien eso, estuve con él hasta casi la mitad, no comprendo la necesidad de comenzar con un “va de un tipo que” para explicarme si fue buena o mala— está dentro de la máquina del videojuego, ¿vale? Y resulta que está cansado de ser siempre el malo del videojuego —No, no pretenderá contarme la película entera, yo sólo he preguntado qué tal estuvo, y he empezado la frase con un “al final”, eso debería bastar para sugerir brevedad, conclusión, remate— y que nunca se lleve él los aplausos —parece que sí, allá va—, y siempre se los lleve el bueno. Total —Usa muchas coletillas, siempre las usó como relleno para contar historias, y es cierto que tiene toda la labia que yo nunca tuve, si no en cuanto a grandilocuencia, al menos en cuanto a desparpajo, pero debería evitar tanta coletilla, resulta agotador escucharlas—, que el tío se sale de la máquina del videojuego por el cable de la corriente para ir a otras máquinas…—Me recuerda a un relaciones públicas, uno de esos que te intercepta por la noche y te invita a entrar en el magnífico garito de quien le paga poco, que siempre está lleno y tiene la música que a ti te gusta pero que nunca antes habías encontrado en un antro a esas horas, con mayoría de chicas dentro si tienes pinta de heterosexual, mientras hace malabares con las manos para hipnotizarte y favorecer la comunicación, agitando despreocupada aunque insistentemente alguna tarjeta donde pone “copa a 4 euros” con la tipografía más festiva que tenían en la imprenta, con la actitud de quien ha invertido en tu regalo más que tú en el suyo y no quiere parecer insolente, pero que está dispuesto a entregártelo no sin antes insinuar que quiere que se le dé coba, intentando no desatender a ninguna de sus presas con la mirada, pero deteniéndose algunos segundos extra en el que más aspecto de cabecilla tenga—…y se encuentra con una niña que…—Este fin de semana podríamos salir, aprovechando que estamos aquí todos. A ver si en esta ocasión nadie se queda en casa.
¡Rompe Ralph! Fuente: vandal.net
Tal vez debería prestarle más atención, creo que ya he desviado la vista varias veces—…total, que —Uf— resulta que no era un fallo informático, ¿vale? En realidad era…—Me pregunto qué pensarán sus amigos, si coincidirán con mi opinión sobre él. Si dirán: “es un buen tío, pero a veces se extiende demasiado”. Lo cierto es que habla mucho pero dice poco, como un político. No, el primer papel era más acertado, el de relaciones públicas. Si trabajásemos en la noche y obviáramos mis dimensiones, probablemente él haría de relaciones públicas y yo de portero. Sí, lo mío sería la parquedad y observar con altivez la cola de personas a escasos metros y minutos de la puerta, ignorando por completo a los clientes más cercanos que estén a punto de entrar— …que era quien al principio decían que… —La cortina nueva no tiene exactamente la misma tonalidad que la antigua, pero casi— …entonces tiene que llevarse la medalla para que… —Debí interrumpirle antes, no tendría sentido hacerlo ahora. Lo mejor será seguir en silencio, alternando mi interés entre sus ojos y la pantalla, ganando sutilmente esta, haciendo ver que le escucho pero que la crónica no me apasiona— …y traerla a su máquina para que todos la vean porque… —Se ha decidido por una estrategia similar. Sus ojos dedican más segundos al televisor que a mí, pero esta aparente indiferencia por continuar la narración no parece reflejarse en su tono de voz, que sigue enérgico y no piensa amainar hasta el final, si es que llega—…entonces resulta que al final… —Sí, sí que llega— …y todo se soluciona. Pero es que está muy bien hecha y —Vamos hombre, tampoco es necesario detallar tan minuciosamente una película dirigida a un público mayoritariamente infantil, ni creo que tenga un argumento tan sofisticado como para ser merecedor de tal derroche de saliva, que me perdone el señor Disney. Por qué no disfrutar de unos minutos de silencio, qué manía con menospreciar el silencio, como el peluquero que siempre me hace las mismas preguntas como si fuera la primera vez que me pela, introduciendo una y otra vez el tema del fútbol que no me interesa y que me ha confesado que a él tampoco, pero que lo hace por hablar de algo con los clientes, quieran o no. Quizá el problema lo tengo yo, que nunca sé cómo cortar a quien me cuenta su última aventura, y esa falta de decisión puede interpretarse como un gran deseo de escuchar cualquier cosa, debo tener aspecto de buen contenedor de mercancías, sin duda— …gustado bastante, está muy bien —Ahora parece que sí, giraré la cabeza lo más rápido posible hacia el televisor como si este hubiese estado llamándome desde hace un rato y yo hubiese optado por esperar al final del discurso para no ser descortés, con la mano levantada mientras tanto, indicando que espere, que en un minuto estoy con él. Pero tengo que hacerlo en el menor tiempo posible, si me detengo tan sólo unas décimas de segundo de más, estaré invitándole indirectamente a continuar la charla, sugiriendo de alguna forma que me entusiasman las películas de animación o peor aún, que me las cuenten de principio a fin—. Esta noche podríamos ver una que me han dicho que está genial también, va de un tipo que… —Tarde.