Respecto al mal llamado sagrado ocurre lo siguiente: creo que no es, en absoluto, ni más divino ni más sagrado que las demás enfermedades, sino que tiene una causa natural, sin embargo, la gente le ha atribuido un origen sobrenatural, ya por ignorancia, ya por sus síntomas extraordinarios, puesto que no se parece en nada a las demás enfermedades. Estoy convencido de que los primeros que definieron como sagrado este mal eran hombres similares a los hechiceros, purificadores, charlatanes y embaucadores – que aun hoy existen – , gente, en definitiva, que se jacta de ser muy piadosa y sabia. Pues bien, dichos individuos, son los que califican esta enfermedad de sagrada, amparándose bajo la mención de la divinidad y utilizándola como pretexto de su incapacidad para encontrar un remedio que, al administrarse, pueda curar, evitando así poner de relieve su absoluta ignorancia. Esta enfermedad llamada sagrada se produce a partir de las mismas causas que las demás, a saber, de los elementos que entran o salen del organismo, como el frío, el sol, los vientos que cambian y que nunca son estables. Todo esto es ‘divino’ de manera que no es necesario al enjuiciar la enfermedad considerarla más divina que las demás, sino que hay que considerar a todas divinas y a todas humanas. Cada una tiene una naturaleza y características especificas y ninguna es incurable ni irremediable.
Hipócrates (460- 370 a. C.) escribe sobre el 400 a.C. un tratado de medicina y habla en un pasaje sobre la epilepsia que ellos llaman “la enfermedad sagrada”. Inmejorable repasata del griego a los cuentistas y demás fauna, que a día de hoy aun campan por sus respetos invocando teorías peregrinas e incluso peligrosas con nulos resultados.