Algo debe quedarnos claro a los aficionados al fútbol. Y es que, en su mayoría, los jugadores son meros empleados -privilegiados, eso sí- que defienden un escudo por sus propios intereses. Luego estarán más o menos comprometidos, acordes con la filosofía del club, conectados a la afición y arraigados en la ciudad. Pero es secundario.
Sin embargo, parece que los que no lo tienen demasiado claro son los futbolistas. Han de cambiar el chip. Hay que dejar a un lado las ruedas de prensa populistas, las presentaciones patrióticas y las manifestaciones fuera de lugar.
El último caso, Özil. Después de pasearse por Barcelona con su hijo ataviado con la elástica de Messi, alabar a Guardiola y desear su fichaje por el Barça, llega a Madrid diciendo que va al mejor club del mundo, para trabajar con el mejor entrenador y reconoce que siempre quiso vestirse de blanco y que se sentía merengue.
¿A quién quieren engañar? No a los aficionados, desde luego. Aquí cobrará más que en Bremen. También será más mediático. La Liga tiene mayor nivel que la Bundesliga. Estos sí son motivos creíbles.
Puedo entender, por razones obvias, que jugadores como Raúl o Xavi sientan los colores al 100%. Incluso otros que emigran, como Villa (que no oculta su cariño por el Valencia, y sobre todo, por el Sporting), Míchel Salgado, Tamudo…
Pero, por favor, pediría a las estrellas, sobre todo extranjeras, que se llenen la boca hablando de sus nuevos clubes, tomándonos a los aficionados por tontos. Que ya hemos visto de todo.