Se cumplen hoy setenta años del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, acompañando una instantánea del artefacto, otra del piloto que condujo el avión hasta la ciudad japonesa, y una tercera del espantoso resultado de la explosión. El Sr. Truman, instatisfecho con el resultado de esta primera experiencia y con un Japón que pensaba en rendirse desde que perdiese setecientos mil efectivos a expensas de los rusos, repitió el experimento y lanzó otra bomba, aún más potente, sobre Nagashaki tres días más tarde, con devastadores efectos.
La guerra en general, es un sinsentido; la utilización de armas nucleares es, en particular, una verdadera locura que atenta no solo contra la inocente e indefensa población civil, sino contra la salud de un planeta que es el hogar de todos nosotros, enemigos o no. Tal vez esté en la naturaleza humana ser como el escorpión que cruzaba el arroyo a lomos de un conejo, al que pica mortalmente, a costa de perder ambos la vida, porque está en su naturaleza. Somos el más triste ejemplo de especie que hace falso del dicho de perro no come perro.