Hiroto Gensai, amigo japonés de este este cronista, ha estado ligeramente sometido a la radiación de la accidentada central nuclear de Fukushima porque vivía a sólo diez kilómetros de ella. Sin embargo, se declara defensor de su energía.
Porque, explica en un correo electrónico, el país, paupérrimo en fuentes energéticas, quedaría sin electricidad para sus hogares, fábricas y medios para producir alimentos si se cerraran sus 55 centrales nucleares, de las que sólo esta quedó dañada por un cataclismo sísmico y un tsunami casi sin igual en la historia humana.
En Occidente se ve a los japoneses como suicidas en momentos que exigen heroísmo por la leyenda de los kamikazes de la II Guerra Mundial. Pero Hiroto es prudente y poco aventurero: como la mayoría de sus conciudadanos.
Ha sufrido los efectos del maremoto –los terribles temblores iniciales se produjeron en el mar—y del tsunami que han matado quizás a 12.000 personas. Eso es lo terrible.
Él sabe que la contaminación que ha recibido, gracias al tratamiento al que está sometido, seguramente no le dejará secuelas. Algunas personas irradiadas por las bombas atómicas que devastaron Hiroshima y Nagasaki llegaron a centenarias.
Hiroto, que es profesor de castellano, sigue los medios informativos españoles y se asombra de los miedos que está provocando aquí la central de Fukushima.
“Viví cinco años en España y no tuve noticia de terremotos medianamente importantes. En Japón es rara la semana sin temblores, algunos menores, otros mayores, y sólo aparece el peligro nuclear tras un desastre natural prácticamente inconmensurable”.
“Pero, observa Chernóbil: ya vuelve a vivir gente allí. Además, la vida tiene sus riesgos, y siempre termina con la muerte”.
Hiroto no es una excepción: en Japón no hay un debate generalizado como en Europa sobre nucleares sí o no.
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SALAS ve así el caso japonés, que el cronista aplica también a Hiroto. En El Correo Gallego de hoy:
A España hay mil maneras de verla. Una es esta: