“El idioma español invade EEUU” se dice con orgullo en el mundo hispanohablante tras anunciarse estos días los resultados del último censo. Pero el trasfondo es menos risueño:
Los hispanos en Estados Unidos han crecido el 58 por ciento en la última década hasta llegar a un total de 28,5 millones de personas, sin contar unos 20 millones más que podrían estar en el país, pero que no fueron registrados porque son inmigrantes ilegales.
El mayor crecimiento se produjo en el sur que fue de España: California, Nevada, Arizona, Nuevo México y Texas. Los anglosajones de esas zonas estudian ahora español para negociar con los hispanos y con sus vecinos del sur, de México hasta Tierra del Fuego
La mayoría de los hispanos son trabajadores no cualificados que tratan de conservar sus tradiciones y reproducir en Estados Unidos la vistosa vida de las callejuelas de Chihuahua, Ensenada, San Salvador o Tegucigalpa. Confraternizan, comen, hablan y cantan lo mismo que en su país. E igual hacen sus hijos y los hijos de sus hijos encarcelados en esos pintorescos y pobres guetos.
También hay algunos grupos minoritarios, como el de los exiliados cubanos, que aún conservando sus características, compiten con los anglos por llegar a la universidad, a las empresas o a los negocios. Los cubanos, que en Miami ya son el 66 por ciento de la población, viven integrados en la principal corriente social, en la que se les admiran por su ambición y esfuerzo.
Los grandes números sobre los hispanos ocultan la aparición de estas dos sociedades diferenciadas: minorías integradas en el grupo dominante, que rompen sus raíces si éstas ahogan su iniciativa, e inmensas mayorías que, por mantener las tradiciones, han creado poca clase media y condenan a sus descendientes a ser lumpenproletariado.