Revista Cultura y Ocio
Histéricas. Sí, así se quedaron ellas después de todo: histéricas. Sus caras no sabían cómo reflejar su asombro. Allí mismo, sin más, quién podría creerlo. Antes de ponerse a gritar se miraron unas a otras, se pellizcaron incluso entre ellas para corroborar lo que veían. Sí, no había duda, aquello estaba ocurriendo de verdad. Es más, por increíble que pareciese, era real. El primer hombre que se había acercado a ellas esa noche lo había dicho, palabra tras palabra. Ellas se pusieron a gritar, el bar se quedó en silencio. El hombre dijo: soy egoísta, infiel y egocéntrico. Y ellas gritaron. Sí, efectivamente, eran unas histéricas. Por primera vez en su vida un hombre les había dicho la verdad. Lo que sospechaban era cierto, no eran simples elucubraciones de su manada. Aquel hombre, en aquel lugar, les había confesado las cualidades imperfectas que ellas creían ver siempre en todas partes, y que ellos, a su vez, siempre les negaban. Histéricas, totalmente histéricas. Y perplejas, también.
Texto: +Ana Vega