Masas de todo el mundo avanzado, y naturalmente de España, se dejan llevar por crecientes olas de histerismo colectivo buenista y censor del derecho de contradicción que se retroalimenta hasta exagerar unos motivos que luego suelen desacreditarse.
Claro que enseguida los activismos empiezan una nueva guerra, también desgraciada, en la que casi todos pierden.
Estos días revive el caso de Juana Rivas, la madre de dos niños a los que detuvo ilegalmente durante varios meses según los tribunales para no entregárselos a su padre el tiempo que le correspondía.
Una vez procesada por lo que en términos no jurídicos fue un secuestro, con miles de cómplices ambos sexos entregados a la histeria colectiva, fue condenada a cinco años de prisión y a la pérdida de la patria potestad por otros seis, pena ratificada esta última semana por la Audiencia de Granada.
Con aquella conducta en los años 2017 y 2018, mal asesorada legalmente y con las masas del feminismo militante y los medios de comunicación más aguerridos incitándola a incumplir una sentencia judicial, consiguió que su exmarido ganara la causa y que los niños se queden a vivir con él en su país, Italia.
El final de todas aquellas campañas fue comprobar que los malos tratos a los hijos de los que acusaba a su exmarido eran una creación suya, según el peritaje psiquiátrico italiano que asesoró a los tribunales de ese país.
La psiquiatría la declaró “manipuladora” con un “grave funcionamiento mental patológico”, con “una emocionalidad lábil” y que “es incapaz de procesar sus experiencias”.
Pero debe culparse también a las organizaciones feminista que la incitaban en grandes manifestaciones callejeras a que despreciara a los tribunales y a los opinadores de todas las televisiones, a apoyados muchas veces por abogados, psicólogos y expertos en todología que invitaban na la pobre mujer a que siguiera haciéndose buscar por la guardia civil.
Esos fueron en gran parte incitadores de la enajenación colectiva aplaudiendo desde sus informativos y tertulias que transgrediera la ley.
Y como las masas son cada día más manipulables, obtenían así audiencia, aplausos y publicidad, que es dinero, para las emisoras.
Ahora callan y se lavan las manos frente a sus responsabilidades morales por haber alimentado la olla de histerismo que llevó a este final.
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SALAS