Foto CSPeinado. Ruinas en el Tiempo.
Soy ampliamente consciente, máxime viendo con quién debo de bregar de vez en cuando vía blog, que cualquier opinión ejercida sobre cualquiera de los capítulos de la Guerra Civil Española en un país tan sumamente acomplejado cómo lo es España, un país donde en los últimos cuarenta años se ha tergiversado la Historia hasta el punto de ocultárnosla y cuando no es posible falsearla o hacerlos sentir culpables será tomada a la tremenda. Cómo ello es algo que a mí, personalmente, no me importa, pues quienes me siguen ya saben cómo escribo, sobre que lo hago y cual es mi pasión, invito a no seguir leyendo a quienes consideren que no trato con la corrección debida un hecho acaecido hace décadas y que es parte genética de una sociedad que no ha superado aquellos tres años de contienda por cuanto son incapaces de comprender que la Historia de España se ha escrito con muchísima sangre y que no merece el desprecio que algunos hacen a los combatientes sean del bando que sean.Cuestión de Trabajo.
En mi caso, soy una persona pragmática, que gusta de mirar adelante en la vida y que considero que lo poco que hay que recordar, hay que hacerlo con la perspectiva de utilizarlo para construir y no para destruir. Que cada episodio de la Historia es inalterable por muchos que queramos negarlo y renegarlo. Dicho ésto, quiero dedicarme a desgranar uno de los hechos más conocidos y a la vez menos documentado de la Guerra Civil Española y uno de los que más polémica han levantado por su resolución final. El Asedio al Santuario de la Virgen de la Cabeza fue un enfrentamiento encarnizado en que, paradójicamente, los ganadores fueron los perdedores, pues la imagen de Ntra en Jaén es de tal devoción y amor que, incluso aquellos que no creen en Dios se emocionan cuando la ven en su camarín. Estos son los hechos de un acontecimiento que podría haber eclipsado al mismo Alcázar de Toledo sino hubiera sido porque mientras que allí Moscardó pudo resistir, en Andujar, Cortés se dejó la piel en el Intento.
La provincia de Jaén no era de las más pobladas al inicio de las hostilidades. En sí apenas superaba los seiscientos mil habitantes dedicados casi en exclusiva al campo y muy polarizados, en consecuencia, hacía la izquierda. A ésta circunstancia se añadía el hecho de que se mostraba el tópico latifundista. En Jaén, cómo en toda la alta y baja Andalucía, el campo estaba en prácticamente toda su extensión en manos de unos pocos. Señoritos muy ricos que nadando en la opulencia más absoluta oprimian a unos jornaleros que apenas subsistian del trabajo temporal que daba el campo en las cosechas y trabajos auxiliares. En consecuencia, era una masa laboral que se encontraba, en su mayor parte inmersa en una pobreza y hambre difíciles de compatibilizar con una paz social que se escapaba por momentos. Algo que la República se había visto totalmente inútil para corregir a lo largo de sus cinco años de existencia.
Síntomas nefastos.
El único polo diferencial se encontraba la cuenca minera de Sierra Morena, dedicada a la extracción de plomo y localizada en la zona de repoblación desde Santa Elena a Linares. Ésto no hacía, sin embargo que las condiciones de trabajo fueran distintas a los de los labriegos. La dureza de las mismas, la probabilidad de accidentes y la insalubridad del ambiente de la mina superaba con creces a las condiciones de vida de los campesinos con la única diferencia de que éstos trabajadores tenían más estabilidad. Aún así, en el pecado se llevaba la penitencia y lo que era una estabilidad laboral muy buscada en aquella época, se veía descompensada por unas condiciones pésimas de trabajo muy mal remunerado. Éstos factores, en una sociedad fundamentalmente analfabeta, unidos a la desidia de los "señoritos" a la hora de mejorar las condiciones laborales, hacían que el vivero de sindicalistas fuera fértil.