Acto Segundo: La Posada - primera parte
Viene de...
En la fachada principal, la de llegada, poco hay, pobre está, sólo un pequeño toldo, nos indica la entrada.
Cruzamos el umbral, y a un vestíbulo llegamos, suelos de barro claro, en tonos amarillos y naranjas, una cenefa, bordeando el perímetro de la habitación, a modo de alfombra, en mármol blanco, un toque de elegancia le da; paredes encaladas, y la del fondo de piedra vista. A mano izquierda dos puertas de acceso a los baños, entre ellas, un tapiz sobre la pared, de dibujos geométricos en amarillo y blanco, delante de el un hermoso bargueño castellano, de madera oscura, casi negro, destaca y contrasta. Espacio abierto y sencillo que nos va preparando para lo que nos espera después. A la derecha, un arco, que a la siguiente sala paso nos da.
El suelo igual, aunque el ambiente un poco más rico parece. Todas las paredes en blanco están, no recibe luz natural, por ello en la sala, un par de nobles espejos hay, en marco dorado, detalles labrados. Para así la poca luz reflejar. Arrimadas hacia los lados, para dejar el centro despejado, y bajo unas lámparas de cristal barrocas, unas mesas castellanas en madera oscura, exponen los manjares que han de abrir boca...
Cuándo el aperitivo hayamos terminado, las dos puertas en arco que a nuestra derecha están, sus puertas abrirán, y a la siguiente sala paso nos darán.
Y esto es lo que el espacio me inspira:
Ambiente noble, y austeridad, de la antigua Castilla, en el estilo de sus muebles reflejado y, en los pocos que hay, pero bien situados.
La antigua gloria ahora en ruinas, un poco de eso se ve, se nota que el tiempo ha pasado, se intuye lo ilustre que fue, sin quererlo disimular, todo se ha arreglado, y la cara se ha lavado. Limpio, equilibrado, luminoso, grandioso es el resultado, y cuando llega la noche, cual techo derribado, el cielo del pajar queda estrellado. ¿¡...!?
Hermoso y delicado, etéreo, blanco, puro, como si la suave brisa, y el dulce amanecer, hubieran entrado, así el convite está engalanado.
Y estos son sus colores... dónde los hallamos y por qué los encontramos, es lo que a continuación les explicamos.
Blanco luminoso, envolvente, empolvado, como pétalos de flores... en todas las paredes (excepto en la de la contrafachada); en las vaporosas y largas cortinas, ligeras y translúcidas; en los manteles de lino; en los platos y las bandejas; en las sillas forradas; en la cenefa de mármol del suelo. Serenidad.
En la sala principal, el techo a doble altura, a dos aguas, con las vigas de madera vista en color nogal casi ébano, color que también vemos en, los pocos, muebles de estilo castellano. Y ya no más, solo ahí, ese intenso color divisamos. Sobriedad y nobleza.
Entre las vigas del techo el color turquesa hace contraste y también conseguimos el efecto de que, al cielo, en el techo encontraste. Un par de detalles más en este color encontrarás... la silla del novio en ese color tapizada está, y quizás algún objeto más, que la mesa decorará. Elegancia y equilibrio.
El amarillo, en el tapiz de la entrada, en los tonos del suelo también lo vemos reflejado, y en el color de la pared interior, de piedra, de la contrafachada; la silla de la novia en ese color está tapizada. Y quizás, en las flores que vistan la mesa, si así lo prefieres. Luminosidad y jovialidad.
Chispas de oro por aquí y por allá. En los respaldos de las sillas, estampado en oro, el logo está. Filos de oro en vajilla y cristalería, en los espejos de la entrada, en la bandeja de los canapés, algún plato de servir también lo tendrá. Glamour.
Y así continuará.
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