Revista Opinión

Historia de coches y aparcamientos

Publicado el 15 septiembre 2015 por Elturco @jl_montesinos

Vivo en una calle peatonal. Con acceso a mi garaje por zona peatonal. Mi garaje tiene montacoches. Y es lento. Hoy permítanme que les cuente un pequeño relato. Algo personal. Pero creo que ilustrativo.

Mi montacoches es muy lento. Y así debe ser para que no moleste a los vecinos que viven colindantes. Yo a veces tengo prisa. Y cuando voy a usar el coche varias veces al día, en mis idas y venidas, lo dejo aparcado en la zona peatonal. Sé que no está permitido. Alguna multa he cosechado. Pero mi barrio es un barrio de los de toda la vida. De los de saludar al panadero. O al de la funeraria. Al del bar. Y a los vecinos. Y también a la policía. Que ya sabe que el coche es mío.

El otro día me encontré un papel con membrete de la policía, avisando que si no deponía mi insistente costumbre de aparcar en zona prohibida, aunque solo sea por un rato, o en algunos días determinados, se verían obligados a multarme. Y la cosa me hizo gracia. Se pueden sacar algunas conclusiones interesantes del suceso.

Por un lado, ¿qué es eso de que te multen o no, por ser vos quién sois? En este caso han tenido que pasar unos años para que los agentes sepan de mi existencia y así evitar las multas. Las encontraba en mi luna cuando me mudé o cuando cambié de coche. Es más, el mercado de los viernes hace que la zona peatonal se llene de coches y furgonetas. Como los alrededores de Mestalla, donde siempre vivió mi familia, los días de fútbol. Vivimos en un país donde las leyes se aplican de forma distinta dependiendo de las circunstancias. Inseguridad jurídica. De pequeña escala, de acuerdo. Pero ¿qué no haremos en lo grande, si lo hacemos en lo pequeño? ¿Qué pasará cuando nos vaya la vida, el sueldo o la honra en ello?

Es curioso como los propios ciudadanos deciden que hay leyes que, bueno, no son importantes. Que mi coche esté aparcado en una zona peatonal, dónde no molesta a nadie, en realidad no es una cuestión crucial para la convivencia del barrio. Todos tenemos plantas en la puerta de casa para evitar que alguien se olvide de que es zona de prohibido aparcar. Y nadie nos ha dicho si es legal o no. Qué importa. Los propios ciudadanos mostramos capacidad de convivir diga lo que diga la ley. Bordeando sus recovecos. Todos conocemos casos similares. Si no en cuestiones de aparcamiento, en otras distintas. Y si los propios ciudadanos bordeamos dichas leyes, es porque esas leyes están de más.  Infinidad de ellas. Molestan. No facilitan la convivencia. La dificultan. Entonces la libertad de la gente se abre paso.

El mecanismo más absurdo de todo el sistema legal es una Ley que permita el indulto, sin más prueba que lo que diga el gobierno. Es decir, una ley que sanciona y reconoce que las leyes no son justas. Que el sistema falla. Y falla básicamente por su complejidad. Por ser elefantiásico. Por producir un millón de folios cada año. Tenemos un claro ejemplo, mucho más sangrante que mis multas de aparcamiento, en el reciente indulto de la anciana de Fuerteventura.

Este ejemplo refleja los distintos caminos que llevan la sociedad civil y la burocracia administrativa. Mientras una busca la convivencia, la otra se empeña en regular todos y cada uno de sus aspectos. Tarda tanto que la primera siempre va por delante de la segunda. Y así la segunda casi siempre regula tarde y mal, demostrando que no es necesario prescribir contra todos los aspectos de la vida leyes sesudas que contemplen cada excepción. No. Al contrario. Más sencillo es más fácil de cumplir, y para todo lo demás los ciudadanos sabemos apañarnos. 

Curioso que la propia institución que tiene que hacer cumplir la ley, haga un quiebro y demuestre que tal vez esa ley sea injusta. No tengo más narices que multarte. Pero a la próxima. Si no es día de mercado, claro. Curioso. Muy curioso. Y muy frecuente. Que nadie se olvide que esto lo firma un Ingeniero Municipal. Que no es ciego, ni sordo.


Tagged: justicia, libertad
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