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VERANO 3ª PARTE.
Esa mañana de primavera era especial. El sol entraba por la ventana jugando con las sombras del dormitorio y haciéndolo aún más acogedor. Se levantó de un salto y fue al cuarto de baño. Contempló su cabello con mechas rubias perfectas; la incipiente acumulación de grasa en las caderas que, según Carlos, la hacía más atractiva; las primeras arrugas que asomaban a sus ojos. Desde que tenía la menopausia se había vuelto más activa. Hacía gimnasia y practicaba yoga, pero, a pesar de todo, seguía acumulando kilos.
-Anda, ven a la cama, ¿ya estás otra vez?
Marion se dirigió hacia Carlos, para enredarse de nuevo con él, necesitaba sentirlo. Tantos años de sufrimiento le habían creado una ansiedad de adolescente por el sexo. Fue apasionado y breve; después, ese abrazo que deseaba durara una eternidad.
-Me tengo que ir. Hoy tengo reunión.
Su marido se alejaba de ella, que intentaba retenerlo sin conseguirlo.
-¡Ojalá pudiéramos seguir así durante mucho tiempo!
Él le sonrió mientras se ponía los pantalones. Ella se abrazó a la almohada y miró el reloj.
-¡Ay Dios!, tengo que ir por Celia.
-Ves, no soy el único..
Y ambos se besaron de nuevo. Ella lo despidió en la puerta y se dirigió a tomarse el café de la mañana. El teléfono sonó de improviso, era María que la llamaba desde algún lugar de la India. Desde que sabía que la adopción de Fátima era un hecho, su vida había cambiado radicalmente. Tenía su foto en el móvil, en la puerta del frigorífico, en la del armario, hasta en el cuarto de baño. Su mirada dulce la perseguía allá donde fuera y la quería con ese cariño profundo que va más allá de lo razonable, como si un vínculo invisible las uniera.
Le había encargado la habitación y le había comprado ropa. Incluso pensaba hablar con el colegio, quería tenerlo todo preparado. Era bastante previsora y en la maternidad sería igual.
-Hola María, ¡qué alegría oírte!.
-Hola Marion, ¿está Carlos en casa?
-No, ya se ha marchado, ¿porqué?
Sabía que algo no iba bien, había muchos silencios en aquella conversación.
-Tengo que hablar con los dos, es sobre la adopción.
Marion comenzaba a ponerse nerviosa.
-¿Ha pasado algo?¿está Fátima bien?
-Si, ese no es el problema. Bueno, verás..-titubeó-, es mejor que te lo diga ya. La adopción va a tardar un poco más.
-¿A qué te refieres?
-No podrá venir con nosotros mañana, debe quedarse aquí un mes más, porque…
Pero no la dejó terminar, sus ojos se llenaron de lágrimas, no sabía si de rabia o de desilusión.
-Cuéntamelo todo, por favor, necesito saberlo. No me ocultes nada.
María suspiró al otro lado del teléfono.
-Lo han retrasado por falta de papeleo, no se fían de que el médico que firmó la autorización y la asistente social no estén sobornados.
Marion no podía creerlo, ¿de qué estaba hablando?.
Por su parte, María, no sabía como decirle que, en cierto modo, había sido por su culpa. Por enamorarse de aquel hombre quizás en el momento equivocado. Fue sincera y se lo soltó todo, esperando una reacción a gritos por parte de su amiga. Le dijo que ser una periodista medianamente conocida no le había ayudado y que la implicación afectiva de Vadin tampoco.
Marion permaneció en silencio tanto tiempo, que María creía que había colgado.
-¿Estás ahí?...lo siento mucho, de verdad.
Por fin respondió. Su respuesta fue seca y cortante.
-Si estoy aquí.
-Dentro de un mes estará todo preparado para que vengáis a recogerla. Mientras tanto, ya hemos hablado con las cuidadoras para que no le falte de nada. Vadim tiene contactos y podría haber tardado mucho más, pero no ha sido así. Sólo un mes, Marion. El tiempo suficiente para que podáis arreglar vuestro viaje.
-Muy bien-respondió y colgó.
Se quedó allí sentada, en la cocina ordenada a la perfección; aséptica, blanca y brillante. Observó con detenimiento los detalles, colocados estratégicamente, de los botes alienados en colores a juego con las cortinas. Después se fijó en su taza de café, de florecitas violetas. Y sintió un asco profundo por su vida. La tiró al suelo, manchando todo el gres que con tanto esmero había desinfectado el día anterior.
-No estoy normal, por eso nada me sale bien.
Y fue al dormitorio, tirando los cuadros de las paredes, arrancando las sábanas, rompiendo el espejo en el que tantas veces se había negado a mirar. Después cayó rendida sobre la alfombra, llorando amargamente. La mujer que sus amigas creían perfecta y dulce, en realidad, siempre estaba triste y huraña. Fingía porque sabía que las necesitaba, pero el no poder tener hijos la había obsesionado más de lo normal. Ni Carlos lo había notado, porque con él fingía también. Todo era una mentira. Se escondía entre los días de parque con Celia, las cenas con Maca y Mercedes, y su trabajo anodino y sin futuro. Se imaginaba una vida que creía nunca conseguiría. Unos hijos que no podía tener y viajes que nunca realizaría. Fátima había sido como un milagro, un sueño echo realidad, que ahora podía desvanecerse en cualquier momento.
El timbre sonó con insistencia y se incorporó, sacudiéndose los restos de plumas que aún volaban por la habitación.
Cuando salió a abrir, se encontró con Celia en brazos de Rufina, la chica que ayudaba en la casa de Esther, la madre de María. Era pequeña y delgada, de no más de veinte años y con desparpajo de sobra para toda una clase. Si fuera por ella, la habría despedido, pero a Esther le caía bien. Decía que observarla y hablar con ella, le daba la vida que a ella se le escapaba.
-¿Qué te pasa?, llevamos dos horas esperando. La señora tiene que ir a revisión.
Y le soltó a Celia en los brazos. Pero era astuta; observó las cosas revueltas, el pelo enmarañado de Marion y, sobretodo, sus ojos tristes y apagados.
-¿Han robado?
-No, no han robado-besó a la pequeña y se dirigió al salón, donde le había dispuesto un parque con algunos juguetes. Rufina la siguió, se sentó en el sillón apartando los restos de un jarrón que antes adornaba la repisa. Encendió un cigarrillo.
Marion se sentó a su lado, con los ojos desorbitados.
-Tía, me estás dando miedo, ¿vas a decir que te pasa?
-¿Me das uno?.
Y encendió otro. Había dejado de fumar hacía muchos años, pero no había mejor momento para volver que aquel.
-No, no ha entrado nadie. He sido yo.
-¿Tú?, ¿te has vuelto loca o qué?
Cruzó las piernas. Marion la observó, hacía tiempo que los muslos le rozaban y el sudor le había provocado una erupción. Esa chica no tendría problemas.
-Una mala noticia, sólo eso.
Rufina se echó hacia atrás, con total confianza, aunque nunca se la había dado.
-¿Sabes?, por mí tu no estarías trabajando para Esther. No me gusta nada que estés cerca de Celia.
Y dio una calada al cigarro mientras observaba el humo que se formaba alrededor de ambas. Una neblina donde le hubiera gustado perderse. Pero ésta se deshacía de inmediato para dar paso a la realidad que la rodeaba.
-Tú tampoco me caes bien. Eres pedante y siempre sonríes. Me das escalofríos.
Se miraron y rieron.
-¿No tienes que irte?
-No pasa nada, la enfermera está con ella. No voy a dejar a Celia contigo en este estado.
Marion se levantó, ella la siguió. La pequeña jugaba mordisqueando unas llaves de colores.
-¿Quieres una copa?
-¿A esta hora?
En ese momento se arrepintió, ella no era así. En realidad no sabía como era.
-Una copa no, pero si me ofreces un café, mucho mejor.
Se lo sirvió del que había hecho hacía unas horas, estaba frio pero Rufina no se quejó.
Se volvieron a sentar, mientras, observaban como la niña reía mirando los gorriones que se posaban en la ventana.
La joven se recogió el pelo negro y largo en un moño imposible. Erguió su escuálido esqueleto y miró a Marion de frente.
-¿Me vas a contar lo que te pasa?, porque no me iré hasta que lo hagas.
Dudó en si decirle todo lo que sentía en ese momento. En descubrirse ante una desconocida que, además, no le inspiraba confianza. Pero, por otra parte, por eso mismo era ideal. No le importaba lo más mínimo lo que pensara de ella.
-No creo que pueda adoptar, finalmente todo se ha ido al garete.
-¿A qué te refieres?
-Fátima, lo sabrás ya por la señora. Era la niña India. María la traería de allí.
Las lágrimas comenzaron de nuevo a agolparse en sus ojos. Encendió otro cigarro y fumó con desesperación.
-Habrá que esperar un mes e ir a por ella. Tendremos que ir.
Rufina sonrió.
-¿Y qué problema hay?
-¿Problema?, todos…
-¿A qué te refieres?
Celia emitió un gritito y Marion le acercó el biberón de agua. La pequeña pataleo de alegría, pero ni aún así consiguió arrancarle una sonrisa.
-No tengo dinero, Rufina.
No la miraba a la cara, sus ojos estaban centrados en la carita redonda y sonrosada de la pequeña.
-Bueno, pero alguien te lo podrá dejar. ¿Y esta casa?, debe valer mucho.
-La tengo casi embargada. Llevo dos pagos retrasados y las deudas me comen.
La joven no entendía nada.
-¿Cómo adoptas si estás en esta situación?, ¿cómo ibais a vivir?
Marion se levantó despacio y apagó el cigarrillo en la taza llena de café frio que la chica no había tocado.
-Era una esperanza, ¿sabes?. Era la oportunidad de que todo fuera a mejor. Las situaciones van cambiando durante nuestra vida y era un sueño que nos dieran una niña. Aquí en España nos habían denegado la adopción.
Rufina se levantó y la sujetó por los brazos, obligándola a mirarla.
-Pero te la han dado. La adopción la tienes, sólo que va a tardar un poco más.
Las lágrimas ya no cabían en sus ojos, se desbordaron regando su rostro.
-No será posible, no tengo ni para el viaje.
-¿Y como pensabais vivir?, porque no entiendo nada.
-Con estrechez, pero saliendo adelante, como hacen muchas familias. Además, quiero buscar un trabajo mejor y ganar un poco más. Con eso sería suficiente. Antes no era así, ¿sabes?. Carlos tenía un negocio y todo nos iba tan bien-suspiró-, después lo tuvo que dejar, perdía clientes y dinero. Mis bajas antes y después de la operación. Ahora sólo tenemos deudas. ¿Cómo le explico a mis amigas que no puedo ir a la India?, ¿cómo les digo que mi vida es una mentira?
-Joder, tía, no sé. Es que siempre pareces tan segura-la miró de arriba abajo-y tan pija. ¿Y tu familia?
Marion soltó una carcajada irónica.
-Sólo tengo una madre, la de mi última casa de acogida. Me llevo muy bien con ella, pero no me puede ayudar.
Miró por la ventana, a lo lejos divisaba la montaña donde tantos inviernos había ido a esquiar. El cielo era de un azul limpio y puro, ni una nube, nada que se interpusiera entre ella y él.
Sintió la mano de la joven en su hombro, estaba caliente y la reconfortó. Se la acarició.
-No sé, tía. Pues lo mejor es que digas la verdad, ¿no?. Mientras antes lo hagas mejor. A veces las cosas cambian de un día para otro. Es lo que me decía mi madre.
Marion sonrió.
-¿Sí, el qué?
-Que si tienes un día malo, no pienses que todos los días serán así, porque mañana será otro diferente y la suerte puede cambiar-se alejó-. Ahora sí que me voy.
Y abrió la puerta de la entrada. Ella seguía mirando por la ventana.
-Y deberías recoger esto. Tu marido va a pensar que estás loca.
Sintió el golpe del cerrojo. Fue a la cocina por la aspiradora y productos de limpieza, en una hora todo volvía a su lugar, reluciente como antes estaba. Celia se había quedado dormida, la tapó con una manta.
Fue al cuarto de baño, se arregló y se lavó el cabello. Se pintó como siempre lo hacía, aunque sólo fuera a comprar el pan. Después llamó al trabajo y pidió unos días más de vacaciones. Se había pedido una semana, pero necesitaba más. Debía pensar en todo lo que le estaba pasando. Ya no podía seguir fingiendo.
Para cuando Carlos regresó del trabajo, ella estaba preparada para hablar. Celia ya había comido y dormía profundamente una siesta. Sabía que no se despertaría hasta las cinco.
-Hola cariño-la besó con tranquilidad mientras se quitaba la chaqueta-No huelo nada, ¿no has hecho de comer?
Ella se irritó, otra de las cosas que debía cambiar.
-No, no he hecho nada. Tenemos que hablar.
Él se ofuscó.
-¿Ahora?, debo volver al trabajo en dos horas. ¿No puedes esperar a otro momento?
Ella se levantó y se alisó la falda.
-No, lo necesitamos ahora. La adopción de Fátima se ha retrasado, María me ha dicho que tendremos que ir a la India a recogerla. Cuestión de papeleo.
Carlos se sentó en una silla y se pasó las manos por el cabello. Estaba sudando, había sido un día duro.
-Te lo dije, cuantas veces te lo he dicho. No es el momento, no lo era. Algo saldría mal.
Ya no podía más, Marion estaba llena de ira acumulada.
-Siempre igual, ¿cuándo iba a ser?. Siempre pones problemas a todo.
Él enarcó las cejas en una expresión de incredulidad.
-¿Yo? no empieces.
-Sí tú-ya no podía parar-. Si no te hubieras empeñado en montar ese negocio de mierda que nos ha comido. Pero claro, tenías que hacerlo, vivir por encima de tus posibilidades.
Carlos intentó calmarla sujetándola por las muñecas.
-No sigas, por favor. Con lo que he hecho por ti.
Ella se soltó con habilidad, no quería caricias.
-¿Qué?..si el señorito me ha arrastrado por trabajos de mierda porque quería cumplir sus sueños.
Él volvió a sentarse, se sentía derrotado.
-Eso no te lo niego, pero tenía que intentarlo.
Ella se dirigió a la cocina y abrió una cerveza.
-Si, pues mi sueño era ser madre y ya lo he perdido.
Celia seguía durmiendo a pesar de los gritos. Marion se miró en el espejo de la entrada, todo seguía en su sitio. Se pasó el dorso de la mano por los labios para quintarse la pintura.
Carlos se sentía cada vez más frustrado. Su mujer lo estaba sacando de quicio.
-No puedo contigo. Me iré y comeré algo en el trabajo.
-Eso, sí, vete. Tenemos que hablar de esto, debemos decirlo, por lo menos a Mercedes, ella…
Él abrió la puerta y se marchó, dejándola con la palabra en la boca.
Marion no lloró, no se perturbó. Estaba harta de aparentar felicidad en todo momento, estaba cansada de que él la viera siempre tan solícita y dispuesta a apoyarlo en todo. No era un hombre de negocios aunque lo intentara. Se tendría que resignar a cambiar su rumbo si querían que las cosas fueran mejor.
El móvil le sonó en ese momento, era Esther que la llamaba desde la clínica. Al ver su número tuvo miedo de que Rufina le hubiera contado algo.
-¿Cómo estás?-le preguntó-¿Ya te has hecho las pruebas?
-Sí, hija, sí. Sólo te llamaba para saber como estaba Celia y, bueno, como me encuentro un poco mejor, si querías que fuéramos a dar una vuelta al parque. Me vendrá bien pasear.
Marion se alegró de poder salir y distraerse. Cogió a la pequeña y la tendió en el cochecito. Fue a su habitación, se echó perfume y se adornó con una sonrisa, la de “no pasa nada” o “mírame, que feliz soy”. Después de tantos años fingiendo, le iba a costar dejar la costumbre de ponerse una coraza para enfrentarse a la vida.