Historia de Grecia
Primera parte
El origen del origen de la civilización
La civilización griega y su desarrollo cultural son la base y cimiento de toda la civilización occidental. Uno de los puntos más llamativos de esta cultura tan influyente es quizá su mitología, conocida desde series de televisión animadas japonesas, hasta exitosas películas como Troya del año 2004, pasando por innumerables inspiraciones literarias, cuadros artísticos, juguetes, novelas, historietas, etc.
Pero Grecia no solo es recordada por su mitología, sino también por sus filósofos, que legaron a la posteridad la base del conocimiento contemporáneo, tanto de la filosofía, la ciencia madre, como las disciplinas que derivaron de los diversos ámbitos que ocuparon estos grandes pensadores. Destacan también los sofistas, versados en la elocuencia; los espartanos, nobles guerreros educados desde la infancia; la Guerra de Troya; estructuras tan célebres como la Acrópolis, presente hasta nuestros días. En fin, podemos hacer una lista interminable de por qué Grecia es verdaderamente inmortal. Narrar su historia, desde sus comienzos, empezando por la Etapa heládica, es de lo que nos encargaremos ahora.
Orígenes no mitológicos de la población griega, la cultura Egea: Etapa Heládica
Las raíces de los griegos
Además del rastreo a través de la arqueología, la lengua griega puede servirnos para llegar a los orígenes de su civilización. Esta proviene de la protoeuropea (al igual que todas las indoeuropeas), que, entre los años 4000 al 2500 a. n. e., evolucionaría hasta desembocar en múltiples dialectos, es decir, las diversas lenguas indoeuropeas. Sin embargo, ello no está del todo claro y existe una gran controversia sobre los orígenes y ramas de estas lenguas.
Todos los tipos de griego provienen de diferentes dialectos del indoeuropeo, que fueron traídos durante el cuarto milenio antes de nuestra era, llevados por muchos pueblos seminómadas provenientes de Asia. Una gran influencia lo constituyen los Urales, que se dispersaron hacia toda Europa; si bien es cierto que entre este pueblo y el Medio Oriente hubo un gran contacto y es obvio que existe similitud en algunas palabras, eso es todo; no se les considera, desde el punto de vista académico, al sumerio o semítico como indoeuropeas.
Las oleadas migratorias poblaron Europa, y los territorios de los Balcanes no fueron la excepción. Si bien no se establecen fechas concretas, se estima que entre el 3500 y el 3000 a. n. e., se establecieron los primeros pueblos indoeuropeos y colonizaron la península de los Balcanes desde el norte hacia el sur; por ende, se asentaron sobre la actual Grecia y algunas zonas de la Anatolia, entre el 2500 al 2000 a. n. e., reconociéndose así un largo período de adaptación al terreno. Así empezaron poco a poco a desarrollarse las culturas neolíticas y sedentarias que, con el tiempo, desarrollarían la agricultura y ganadería, el trabajo en grupo, la tala de madera, la pesca, un incipiente comercio, entre otras actividades típicas, en pos de formar una sociedad.
Poco a poco se desarrollaron las tribus basadas en la familia patriarcal, base de la organización social de estos griegos primitivos que conocían no sólo el cobre, sino también el bronce; pronto se dio espacio a los reyes y a los líderes religiosos, así como a una asamblea de guerreros, y es que en esa época ya se hablaba de sacrificios, libaciones y honores a “Dyeus”, hecho que puede ser constatado, además de la Arqueología, por la poesía oral, transmitida a través de las generaciones. A esta población de Grecia continental y peninsular se agrega la llamada Civilización cicládica, la cual es el resultado del proceso de ocupación de las innumerables islas que existen en el archipiélago de las Cícladas. Como sabemos, Creta y otras islas del Mediterráneo serían posteriormente ocupadas por griegos.
La cultura minoica y Arthur Evans
El nombre de Grecia parece venir del término latino “graecus” impuesto por los romanos. Los mismos nativos preferían llamarse helénicos o helenos, quienes conformaron la cultura Helena, proveniente a su vez de “héllas” haciendo referencia a una región de Grecia. Hasta aquí hemos aclarado cómo los griegos llegaron a la región y a las islas aledañas. Ahora partiremos desde el Paleolítico, entre los años 3200-3000 a. n. e., donde ya podemos encontrar evidencias de que algunas tribus habitaban la actual península balcánica, específicamente la Grecia Central, el Peloponeso, el archipiélago de las Cícladas y finalmente, la isla de Creta.
A pesar de que en el mar Egeo existen decenas de islas, Creta es una de las mayores, abriéndose por los cuatro puntos cardinales a muchas otras culturas de aquella época: a Medio Oriente al este, la península itálica un poco más lejos al oeste, Grecia al norte y Egipto al sur; adicionalmente, Creta sirvió durante mucho tiempo como un puente en el Mediterráneo para el comercio entre Occidente y Oriente. Este terreno propicio generó el desarrollo de una gran cultura, recibiendo una importante influencia de Egipto y Mesopotamia, lo que le sirvió para desarrollarse gracias a los últimos avances culturales y tecnológicos, y así concebir su propio estilo, que más tarde daría origen a aquella cultura helénica, pilar de la civilización occidental.
Podemos afirmar entonces que Creta constituye el origen a la civilización europea. Si bien los primeros grupos que llegaron a dicha isla se remontan varios miles de años atrás, e inicialmente se conformaban de pequeños poblados provenientes de la región de la actual Turquía, de todas estos, destaca Cnosos, que los arqueólogos establecen como la capital de la isla. Sin embargo no sería sino hasta aproximadamente el año 2600 a. n. e. cuando la Edad de Bronce llega a Creta, y la isla se convierte en un importante centro de civilización, la primera etapa importante de la historia Egea: la cultura Minoica.
Entre el 2600 al 2000 a. n. e., durante la etapa Minoico prepalacial, se produce un acercamiento comercial de la isla con los países aledaños. Como era de esperarse, la ubicación de Creta en una privilegiada zona del Mediterráneo la convierte obligadamente en un puerto y por ende su desarrollo va aumentando rápidamente; se incrementa la población y surge la identidad nacional. Así, entre los años 2000 y 1700 a. n. e. llega el Período de los Palacios antiguos; así llamado porque en esta era las ciudades hacen gala de grandes construcciones, siendo la más importante de todas el palacio de Cnosos; entre otras edificaciones tenemos también el palacio de Festos, de muy llamativa construcción.
Ambos fueron erigidos hacia el año 2000 a. n. e., y posteriormente destruidos en el año 1700 a. n. e., según se cree, por un terremoto y un incendio respectivamente y tras su reconstrucción entre el 1500 al 1400 a. n. e., serían totalmente destruidos otra vez. Durante su tiempo de auge, la opulencia y dimensiones de los templos fueron el fiel reflejo del gran progreso económico que este pueblo obtuvo debido al comercio. Además de esta actividad, los cretenses fueron grandes agricultores de trigo, vid, oliva, entre otros productos, y consiguieron un desarrollo importante basado en una ganadería masiva.
Como mencionamos más arriba, se cree que la paralización de Creta como gran nación se dio primero a causa de un gran terremoto, durante el año 1700 a. n. e.; otros manifiestan que fue una invasión hitita, así como también diversos fenómenos y desastres naturales. Sin embargo, los cretenses se recuperaron, iniciando así su tercera etapa, la de los Palacios Modernos, entre el 1700 a 1400 a. n. e.
Si debemos hacer caso a Tucídides (historiador y militar ateniense), durante esta tercera etapa la civilización minoica se convirtió en una talasocracia (ciudades-puertos unidos por lo general a través de rutas marítimas y bases culturales, influencia en grandes territorios o por un estado único); interesado por sus ancestros, y en especial por la leyenda del rey Minos, este investigador de la antigüedad supuso que como todo mito, debía tener algo de verdad, y que el hecho de solicitar jóvenes para el sacrificio a Atenas, sólo podía significar una cosa: un reino poderoso. Sin embargo tendrían que pasar varios siglos para que se vuelva a saber de esta poderosa cultura.
Veinticinco años después de la muerte de HeinrichSchliemmann (1822-1890), el descubridor de Troya, y de quien hablaremos más adelante, se produjo toda una revolución de la investigación arqueológica. El hombre de turno era sir Arthur Evans, quien comenzó a excavar en la costa septentrional de Creta, en el asentamiento cerca a la antigua Cnosos. Como cualquier ambicioso aventurero, buscaba hacer historia encontrando el palacio real. Evans no era un novato y ya tenía un expediente con algunos logros en los alrededores; él, al igual que Tucídides, manifestó un gran interés por el rey Minos y quería saber si aquella leyenda, de la cual hablaremos dentro de poco, era real. Si bien para entonces se sabía algo más de la era micénica gracias a Schliemmann, para Evans era como un baúl listo para ser desempolvado.
Evans no se desanimó y sus investigaciones, que retrocedieron unos cinco siglos más que las de Schliemmann, le valieron el título simbólico de Lord Minos of Creta. Su esfuerzo le valió el encontrar Cnosos y luego algunos otros motivados arqueólogos continuaron sus investigaciones, encontrando más templos y construcciones. Corresponde también a Evans la división de minoico antiguo, medio y reciente (subdividido cada uno además en tres períodos), que vendrían a reemplazar a las divisiones señaladas anteriormente: prepalacial, palacios antiguos y palacios modernos. Esto se debe a que las divisiones de Evans se basaron más que en los templos (como otros lo han asignado), en la cerámica y en las artes.
La cerámica ocupa un lugar especial en la separación de las etapas temporales, debido a que fue el sitio donde los cretenses dibujaban con gran habilidad y utilizando una gran mixtura de colores, productos que al parecer eran muy solicitados, a juzgar por los hallazgos de unos cuantos ejemplares en Egipto. Hacia el fin del Minoico Medio se encuentran dibujos naturalistas que destacan por su gran arte y experiencia, inspirados en animales y plantas.
Como sabemos, algunos años después estos pueblos serían azotados por los desastres. A pesar de la reconstrucción, la decadencia fue evidente y la gloria del rey Minos fue enterrada por varios siglos hasta que, gracias a Evans y su denodado trabajo, poco a poco fueron develando las murallas y las pinturas en las paredes que el tiempo había logrado esconder, especialmente en Cnosos. Allí también se encontró un gran sistema de desagüe, el cual refleja lo avanzado de la construcción y lo fundamental que era la higiene. También se hallaron jarros, telas y otras piezas con más arte naturalista.
De todos los animales reflejados en algunos sellos y ornamentos, se pueden apreciar seres antropomorfos con cabeza de macho cabrío y de ciervo. El sarcófago de Hagía Tríada evidencia que la sangre de toro era considerada como una gran fuerza vital, que podía invocar al difunto o a un dios a través del sacrificio. Si bien no era un objeto de culto totalmente, estaba claro que los seres cornúpetas eran parte importante de la vida cretense. Por otra parte, las excavaciones también han dado a conocer el espléndido palacio del rey Minos; de acuerdo a las leyendas, con pasillos laberínticos y habitaciones pequeñas, salas, corredores, entre otros. Entonces, cabe preguntarse, ¿era mítico Minos o real? Probablemente esta interrogante continúe en la incógnita hasta que más respuestas surjan de las investigaciones.
Finalmente, y antes de pasar a hablar un poco de la leyenda en torno a este pueblo, podemos decir que se conoce mucho de ellos y sus costumbres gracias a los frescos que nos legaron, donde se expresa la vida cotidiana, desde danzas, sacrificios y diversos rituales hasta procesiones y otras costumbres. Su escritura es inicialmente de tipo jeroglífica, aunque evoluciona a una de tipo fonética llamada “silábica Lineal” (1700 a 1450 a. n. e., etapa tardía de los minoicos), expresada en algunas tablillas; sin embargo, este hallazgo se debe a investigaciones recientes y la escritura aún no ha sido descifrada. Más tarde, esta base sería tomada por los micénicos en parte evolucionando al sistema Lineal B, pero eso es ya otra historia.
El legendario rey Minos
El hecho de que busquemos conocer el pasado científico y no mitológico de los griegos no significa que debemos soslayar dichos mitos o leyendas, producto de su cultura milenaria. Eso, entonces, genera que volvamos a preguntarnos ¿quién fue el rey Minos?, ¿fue real o mítico?
Quizá, debido a la luz de nuevos descubrimientos, podríamos calificarlo como semimítico o semilegendario. Se cree que Minos fue rey de Creta y de algunas posiciones del Mar Egeo, creador de una constitución, tan poderoso que muchas ciudades le rendían culto y tributo gracias a una poderosa flota naval y a un conjunto de leyes, cuya existencia es previa a la Guerra de Troya. En la Grecia continental, especialmente en Atenas, se le conoce como un ser cruel y despiadado.
Ahora bien, los científicos e investigadores se basan en los mitos para descifrar la existencia de Minos, comparando los mismos con los hallazgos arqueológicos. Las investigaciones de Arthur Evans han sido continuadas hasta el día de hoy, con hallazgos tales como las zonas laberínticas y un relativo culto a los seres de cuernos como el toro o con ese tipo de rasgos, y han llevado a colegir que Minos no sólo figura en el terreno de lo mítico, sino que posiblemente existió, y que toda la cantidad de mitos que giraron a su alrededor se debió, más que todo, a que, en efecto, era muy prestigioso, rico, influyente y poderoso, por lo cual se generó un aura divina alrededor de él, y quién sabe, quizá también entre sus antecesores y sucesores.
Los reyes de Creta siempre fueron poderosos, alcanzando esa máxima plenitud con Minos, al que inclusive, como veremos ahora, se le implantó una relación muy cercana a los dioses y la mitología, e inclusive un origen divino. Cada día que pasa se escala un peldaño en la investigación y puede que no se encuentre lejos el día en que se halle la tumba de Minos y pueda resolverse totalmente la incógnita acerca de su existencia.
La religión y la mitología de los minoicos, el protagonismo de Minos
La tradición nos cuenta de la existencia de un solo Minos, el mitológico, tan conocido y participante de numerosas leyendas y enredos. Como ya mencionáramos, Minos tenía un hipotético origen divino: fue hijo de Zeus y Europa, y además tuvo por hermanos a Radamantis y Sarpedón, criados los tres por el rey cretense y su padre adoptivo, Asterión, quien no quiso tener hijos con Europa después de los encuentros que esta tuvo con el dios supremo. Sin embargo, Asterión cuidó de los jóvenes como si fuesen sus hijos híbridos y fue, así, que con el tiempo Minos se hizo grande, y tras desterrar a sus hermanos se convirtió en el rey poderoso que conocemos.
Ahora bien, algunos investigadores estiman que no fueron uno sino dos reyes llamados Minos los que existieron, uno “bueno” y otro “malo”, en ese orden respectivo. El primero, o sea el bueno, era el hijo de Zeus y Europa más arriba señalado. Reinó con justicia y al morir se le convirtió en uno de los tres jueces de los muertos, junto con Radamantis y Éaco. Se especula que su esposa era Itone o la llamada Creta, hija adoptiva de Asterión. Fruto de esta unión nació Licasto, quien se casó con Idea, y cuyo hijo se llamó Minos en honor al abuelo. Sería este Minos quien vendría a ser el rey malo y al que se le debe todos los mitos y gloria. Este rey tuvo muchos hijos con su esposa Pasífae, entre ellos Androgeo, Catreo, Ariadna, Fedra, Glauco y Deucalión, este último padre de Idromeneo, el rey que condujo a los cretenses a la célebre Guerra de Troya.
Cuenta la mitología que Dédalo, un joven natural de Atenas, quien era muy celoso, trabajaba con su sobrino Talo en la construcción de estatuas: eran escultores y para ello también ideaban herramientas especiales. Talo era tan ingenioso como el tío y creó el serrucho inspirado en los dientes de las serpientes. Totalmente cegado por los celos y la ira, Dédalo le da muerte. No obstante, ante la falta de pruebas, es solamente desterrado de Atenas, ciudad que se cree que ya tenía cierta importancia desde el 1400 a. n. e. Dédalo, entonces, debió partir hacia la isla de Creta, donde fue recibido por el rey Minos (si tenemos en cuenta los dos, sería el segundo Minos, así como en todos los demás mitos), puesto que la isla carecía de buenos arquitectos y escultores, así que su llegada fue bastante propicia.
Es aquí donde entra a tallar otro capítulo de la historia o, podremos decir, otro mito. Como hemos ya mencionado, el rey Minos era muy pendenciero y arrogante, y su esposa Pasífae fue víctima del designio de un dios a causa de una insolencia que el soberano cometió. Las fuentes varían en la causa real. Algunos afirman que Minos pidió ayuda a Poseidón para asegurarse el trono y el dios le envió un gran toro blanco para que lo sacrifique en su nombre; sin embargo, Minos quedó sorprendido ante aquella hermosa bestia y lo ocultó sin hacer la esperada ofrenda. Poseidón se molestó y lanzó una maldición a Pasífae, llenándola de amor hacia la bestia blanca. Entre otras versiones se señala que durante un año Minos no hizo el sacrificio adecuado y Poseidón se enfadó enviando al toro y la maldición señalada. Otras fuentes afirman que quien envió el gran toro albo fue la celosa Afrodita, pues al parecer la esposa del rey era amante de Ares, e, incluso, otros afirman que fue Zeus quien envió el castigo.
Sin embargo, la conclusión de la historia es una sola: la molestia divina de Poseidón. Se considera al dios de los mares como el original del mito por ser el más recurrente, enviando al toro y desatando aquella loca y prohibida pasión en Pasífae. Minos no se percató o lo creyó una locura, mientas la reina intentaba de todo para seducir al toro, cosa que no daba resultados. Para concretar el acto de zoofilia, la reina pidió a Dédalo, ya en la corte del rey y famoso por su habilidad de escultor, que le construyese una vaca de madera de modo que Pasífae pudiese ingresar y engañar al toro para que la copule.
Concretado el acto zoofilíco, y fruto de esa relación, nacería el famoso minotauro; un ser con cuerpo de hombre y cabeza de toro. El minotauro –cuyo nombre significa “Toro de Minos”– fue una bestia violenta que se alimentaba de carne humana. La bestia creció y se hizo fuerte y aparentemente invencible, aterrorizaba a todos los hombres y engullía a cualquiera. Durante siglos y hasta nuestros días, esta figura ha atemorizado en los cuentos y ha sido fuente de mil y un interpretaciones. Mientras comía niños, campesinos o ancianos, la brutalidad del minotauro iba en aumento.
Minos no pudo esconder más el secreto o la indiferencia, quizá a causa de la vergüenza de la locura de su mujer, y le pidió a Dédalo su ayuda para edificar un laberinto subterráneo desde el cual la bestia no pudiese salir nunca. Dédalo creó el famoso laberinto, más tarde encontrado por Evans, o al menos lo que se estima que lo era, con tantos pasadizos y rodeos que la persona que se internase demasiado en él, se extraviaría o sencillamente quedaría encerrada. Así, haciendo gala de su ingenio, Dédalo y Minos atrajeron a la bestia hasta el centro del laberinto, donde esta última quedó encerrada para siempre y se sepultó, así, el terror del pueblo.
Dédalo, a pesar de estar bien pagado y atendido, se quejaba del mucho trabajo que el rey le exigía y deseaba marcharse; sin embargo, le profesaba un gran temor a Minos, quien contaba con la flota más importante de aquel entonces. Dédalo había engendrado a su hijo Ícaro con una esclava de Creta y fue con este que trazó sus planes de escape. Inspirándose en los pájaros, el astuto escultor construyó dos pares de alas, utilizando una gran cantidad de plumas y fijó la estructura con cera de abejas; después, las adaptó a las espaldas y brazos de ambos, y se preparó para el escape.
Dédalo le advirtió a su hijo que no volara muy alto o la cera se derretiría y caería al mar, ni tampoco tan bajo, pues las plumas se mojarían, pesaría mucho y sucedería lo mismo. Sin embargo, al remontar el vuelo Ícaro se entusiasmó y, tras pasar Samos y Delos, dio con la vista del hermoso astro rey y olvidó la advertencia de su padre, elevándose más y más. Entonces, las plumas empezaron a desprenderse, con lo cual el joven cayó al mar y murió ahogado. Dédalo llegó hasta Sicilia y fue acogido por el rey Cócalo.
El tiempo pasó. Cuenta la historia que Androgeo, hijo de Minos, marchó a la vecina Grecia peninsular para participar de los juegos atenienses. Egeo, el rey de Atenas de turno, retó a Androgeo a matar a un toro indómito que asolaba el Ática, que nada tenía que ver con el minotauro. Al parecer la bestia consiguió matar al príncipe, o al menos otros competidores de los juegos, envidiosos de su habilidad le dieron muerte, según otras fuentes. También existían motivos políticos, pero ello fue un pretexto que Minos utilizó para lanzar su flota contra esta parte de Grecia, conquistando Megara y condenando a Atenas al aislamiento, las epidemias y la miseria.
A consejo del oráculo, se sugirió poner fin a la guerra, pero Creta y Minos impusieron un pesado tributo: se debían enviar siete jóvenes y siete vírgenes, cada nueve años, para que sean devoradas por el siniestro Minotauro. Empero Minos fue un poco benevolente, pues decretó que si alguno de ellos lograba escapar del laberinto, algo que a todas luces era imposible, se levantaría el tributo. Es entonces cuando entra a tallar Teseo, otro personaje mítico, que, según la tradición, era hijo de Etra y del mismo Egeo, es decir, el príncipe ateniense.
La leyenda afirma que era un semidiós, pues Poseidón podría haber llegado a ser su verdadero padre tras violar a Etra. Para liberar a su pueblo, en el tercer envío y conocida su astucia militar, su padre aceptó su pedido de dejarlo marchar entre los jóvenes sacrificados para acabar con el monstruo. Cuando Teseo llegó, la hija de Minos, Ariadna, se enamoró de él. El ateniense le pidió ayuda a cambio de llevársela a su tierra, ella aceptó y, para matar a su medio hermano, el minotauro, la muchacha le entregó al héroe un ovillo de hilo, que le serviría para no perderse y ubicar la salida.
Al ingresar Teseo y tras un momento de confusión, escuchó los gruñidos del monstruo y lo encontró en el medio del laberinto. La bestia se le abalanzó encima, y Teseo estuvo a punto de desfallecer del terror por la fuerza del animal; sin embargo, se armó de valor y tras una singular lucha logró matar a puñetazos a la bestia, salvando a todo el grupo. Otras fuentes señalan que Ariadna le dio una espada mágica, invisible y con ella pudo derrotar a la bestia. Fue así como Teseo le puso fin al tributo impuesto por Minos.
El viaje de regreso estuvo plagado de desdichas, y tanto Ariadna como su hermana, Fedra, viajaban en secreto con Teseo. Ante una tempestad hubieron de refugiarse en la isla de Naxos, sin embargo, al tratar de continuar el viaje, no encontraron a Ariadna. Se había quedado dormida en el bosque y por más que gritó y lloró solo pudo ver al navío perdiéndose en el horizonte.
Teseo estaba desolado, había prometido a su padre matar al minotauro e izar velas blancas a su regreso en los barcos para señalar su triunfo, pero debido a su reciente tristeza olvidó cambiarlas por las velas negras, que la embarcación aún llevaba. El rey Egeo, divisando el horizonte vio las velas y sin soportar el dolor se suicidó antes de que Teseo llegue a tierra, lanzándose al mar, que desde entonces recibe su nombre: el mar Egeo. Por último, Teseo heredó el trono y se casó con Fedra. Así, inmortalizó su nombre hasta nuestros días.
En cuanto a Minos, el legendario rey es también relacionado con el mito de Poliido, célebre adivino de la antigüedad, y Glauco, otro hijo del rey. Resulta que determinado día Glauco desapareció y los Curetes determinaron reunir varios adivinos, a quienes se les preguntaría de qué color era una vaca que el rey tenía en sus rebaños, la cual cambiaba de color tres veces al día. El que adivinase daría con el joven y, de estar muerto, sería capaz de devolverle la vida. De todos los adivinos, Poliido fue el único que acertó, pues dijo que el vacuno era del color de la zarzamora, cuyo fruto cambia de color a lo largo de la estación.
Asombrado por su ingenio, Minos creyó haber encontrado al ideal y preguntó entonces dónde estaba su hijo. El adivino encontró al joven en una bodega del palacio de Minos, aunque muerto. El furioso rey exigió, entonces, que se le devuelva la vida a su hijo, pero Poliido se opuso con la convicción de que era voluntad de los dioses. Mientras Minos lloraba, se acercó una serpiente y Poliido la mató con la espada del rey; luego apareció otra serpiente más con una hierba que logro resucitar a la primera. Fue así como Poliido encontró la fórmula para revivir al príncipe. Si bien Minos se mostró agradecido, también retuvo al adivino haciéndole prometer que le enseñaría a su hijo todo el arte de la adivinación. Poliido aceptó, pero, antes de partir rumbo a Argos, le pidió a Glauco que escupiera en su boca, lo cual provocó que el príncipe de todo lo aprendido.
Minos aparece también en el mito del rey Nisos. Se dice que Minos anhelaba hacerse con el reino de Megara, pero su rey, llamado Nisos, poseía un mechón rojo entre sus canas, que lo hacía invencible. Mientras lo tuviese, nadie podría derrotarle. Sin embargo, un día, Escila, hija de Nisos se enamoró de Minos y para demostrarle dicho amor, le cortó el pelo rojo a su padre. Este murió y todo el reino de Megara cayó ante Creta. Luego, Minos, muy justo, mató a Escila por haber provocado la muerte de su padre.
El mítico Minos encontraría su fin buscando a Dédalo. Para hallar al fugitivo escultor, el astuto rey de Creta viajó de ciudad en ciudad ocultándose y proponiendo un reto: que alguien se atreviese a enhebrar totalmente un hilo a lo largo de una caracola espiral. Al llegar a Camico, el rey Cócalo buscó a Dédalo (que estaba en su corte como recordaremos) para que lo resuelva. En efecto, este último colocó a una hormiga en el interior de la concha y la enhebró. Cuando fue resuelto su acertijo, Minos exigió que Dédalo le fuese entregado, pues sabía que solamente él podría haber resuelto semejante tarea. Sin embargo, antes de dárselo, Cócalo le pidió que tome un baño y sus hijas mataron a Minos quemándolo con agua hirviendo. Así, se puso fin a la vida del cruento monarca.
La cultura micénica y Heinrich Schliemann
Antes que Evans, un muchacho entusiasmado por las historias de Troya intentó descubrir si la ciudad de Príamo, la invasión griega, sus protagonistas y los diferentes y heroicos sucesos narrados en el mítico relato eran auténticos. El nombre de este hombre era Heinrich Schliemann, quien llevaría una generación entera de arqueólogos dedicados a excavar y a descifrar poco a poco y del modo más correcto el intricado proceso histórico de los griegos.
En el continente griego, es decir, en la península balcánica, la cultura fue denominada Heládica. Su época más remota recibe el nombre de Heládica antigua, la cual mantuvo algunos contactos con la Troya de Schliemann. En las capas más antiguas de varios territorios de la península, existen capas de ceniza y carbón de madera, lo cual señala que los primeros pobladores fueron derrotados por una invasión.
En 1874, Schliemann inició excavaciones en la antigua Micenas y para 1886 empezó a investigar Tirinto. Los hallazgos de Mecenas constituyeron su principal aporte a la arqueología durante mucho tiempo. Se trataba de un asentamiento indoeuropeo existido entre los años 1800 a 1700 a. C, que se extendió desde los Balcanes hasta Grecia. Los invasores llegaron por el norte, y sus habitantes, conocidos como el pueblo de las hachas de guerra, sometieron otras regiones de Europa.
Durante la invasión, los antepasados de Agamenón aniquilaron a la cultura heládica más antigua (3200 al 1800) de la Edad del Bronce y fueron formando las bases para el idioma griego. Tras esta intrusión se inicia el Heládico Medio (1800-1500), para luego proseguir con el Heládico reciente (1500 al 1100). Durante el Período medio, y entre los años 1450 y 1400 a. C, los habitantes de la Grecia peninsular, los llamados aqueos, que ya habían reemplazado a los primeros pobladores de la región, invaden Creta. De esta intromisión resulta la decadencia y dependencia por parte de los minoicos. Ya no eran los mismos griegos, ahora se hacían llamar micénicos o aqueos.
Por supuesto, y como toda invasión, esta resultó beneficiosa en ciertas áreas para los minoicos, pues los aqueos trajeron la doma del caballo, el carro y espadas más sofisticadas. Respecto a la mencionada invasión a Grecia, una sociedad como la minoica, que se encontraba básicamente constituida por campesinos, sacerdotes, guerreros y comerciantes, no podía esperar mucho tiempo antes de entrar en pugna con esta. Ello fue lo que llevó a los aqueos a tomar la isla y a asimilar las leyendas que quedaron para la posteridad. Las investigaciones posteriores nos dicen que los aqueos continuaron expandiendo el comercio y fortaleciendo sus lazos a través de Creta y la península balcánica hacia los alrededores.
Cultura de los aqueos y la Edad Heroica
Los aqueos o micénicos construyeron grandes templos en Micenas, Tirinto y Pilo. La “Puerta de los dos leones” constituye otra gran obra que han dejado para la posteridad y para la historia, y que expresa la admiración proferida a este animal en dicho reino. Tras su invasión por parte de los aqueos, Creta quedó supeditada y dependiente de Grecia continental. Sin embargo, el pionero de Schliemman tenía otro sueño más grande que la exploración en Micenas y de la misma Grecia; deseaba encontrar la ciudad de Príamo, destruida por los aqueos.
Tras consultar muchas fuentes, dirigió su búsqueda a la actual Turquía, en los alrededores de Hisarlik, al nordeste del Asia Menor. Tras extensas excavaciones y el descubrimiento de numerosos hallazgos sobre diversas etapas de Troya, Schliemman daría con la mítica ciudad Homérica, si bien esta pertenecía al estrato de Troya II, en lugar del Troya IV, como había pensado en un principio. Por lo demás, las entusiastas excavaciones de este arqueólogo rescataron muchas joyas y alfarería, actualmente custodiados primero por el museo de Berlín y posteriormente por el Museo Puskin de Moscú. Poco tiempo después, las capas descubiertas dieron a relucir muchas Troyas.
De regreso a Micenas, Schliemman encontró nuevos sitios arqueológicos, los cuales componían toda una acrópolis, y una ciudad situada al pie de las murallas. En la acrópolis residían los reyes y la corte, los funcionarios y servidores, y en caso de peligro, todos los habitantes de la ciudad se refugiaban detrás de los muros; mientras que en la ciudad hallada en Micenas se encontraron depósitos donde se almacenaban provisiones, además de un acueducto que aseguraba el abastecimiento de agua. Fuera de los muros se hallaron “tumbas de cúpula”, que albergaban los cuerpos de los reyes de Micenas. Schliemman también encontró evidencia de grandes saqueos de los infaltables profanadores de tumbas. Sin embargo, sus hallazgos y su entusiasmo fueron recompensados, y tras donar lo encontrado al Museo Nacional de Micenas, se estableció en una bella quinta de Grecia, que era una especie de museo privado dedicado a la cultura griega, logrando despertar el interés por esta cultura y su historia.
Antes de profundizar en la invasión a Troya, hablaremos un poco de la cultura micénica en sí. Por lo general su máxima representación está ubicada en la heládica reciente, durante la cual los micénicos fueron más allá que los cretenses en diversas áreas. Entre sus avances destacan el uso del megarón, la construcción de las acrópolis, el idioma griego, la mitología, el surgimiento de ciudades-estado y la costumbre de desecar pantanos. Las acrópolis o ciudades se edificaban sobre un promontorio, destacando el palacio y el templo, los cuales daban un lugar tanto a su soberano como a su dios. El rey vendría a ser el sumo sacerdote y su casa el lugar del culto, siendo la más famosa y simbólica de todas, la acrópolis de Atenas. Esta se encontraba ya en pie desde tiempos predóricos, y era lugar dedicado al culto a Atenea.
El esplendor de los micénicos no se dio en las islas, sino en el mismo suelo griego. Entre otros aportes, los aqueos llevaron consigo una novedad arquitectónica: el Megarón, una larga construcción rectangular de dos piezas, con antecámara abierta y las columnas en la fachada para sostener el techo en la pieza principal. Ya para ese entonces, los griegos alababan a dioses mitológicos cuyo culto compartían con Creta; de hecho, los pobladores de Cnosos adoraban a Atenas, Poseidón, Pean (uno de los nombres de Apolo) y a Enialios, nombre antiguo de Ares, el dios de la guerra. En otras tablillas se establecen los nombres de los dioses a los que las ofrendas estaban dirigidas, encontrándose entre estos Zeus, Hera y Dionisos, dios que no figura en los relatos de Homero, por lo cual parece ser una divinidad venida de Oriente. De la época micénica los griegos clásicos heredarían la religión, unida fuertemente al sistema político.
Debido a que las tablillas de Pilos tenían una índole comercial, no se menciona una fuerte tradición literaria y demás; solo los poemas homéricos parecen ser la excepción; estos fueron transmitidos por vía oral o sencillamente desaparecieron o no han sido encontrados. Mientras que con el pasar de los años se han ido encontrando más y más tablillas, algunos investigadores ingleses pudieron llegar hasta la denominada escritura silábica lineal B y a interpretarla, a todas luces mucho más moderna que la Lineal A usada por los cretenses. Los ingleses llegaron a la conclusión de que durante esta etapa el idioma se había llegado a asemejar bastante al griego de Platón. Las últimas tablillas de Cnosos, de los últimos tiempos del gran templo hacia el 1400, también poseen esta característica.
Los micénicos eran muy apegados al comercio y compitieron de par a par con los fenicios. Se han encontrado adornos y vasos que consumían mucho oro, metal que venía de Egipto y de Nubia. Pero Micenas, además, mantenía relaciones con el norte, adquiriendo el estaño traído desde Inglaterra y el marfil desde África, que le servía para crear cerámica y otros ornamentos. Poco a poco, los griegos fueron extendiendo sus áreas de influencia comercial, llegando a Cerdeña, Sicilia y la costa sur de España.
En cuanto a las expresiones culturales, tales como la escultura, no destacaron por crearlas de grandes tamaños. Sin embargo, es importante mencionar a la escultura llamada Triada Divina, de dos diosas y un niño, que tal quizá representa a algunas divinidades; en la pintura estuvieron emparentados de cerca con los minoicos, y también tienen frescos murales representando escenas de la vida diaria y algunos mitos. Entre otros hallazgos, se han encontrado algunas armaduras y armas, tales como escudos y lanzas, jabalinas y diferentes tipos de espadas, que han servido de inspiración para ilustrar los uniformes de los aqueos durante la guerra troyana, tal y como las que se usan en las adaptaciones cinematográficas.
Finalmente, una práctica muy extendida era la inhumación, realizada bajo las mismas casas, por lo general si eran nobleza, aunque también el pueblo podía hacerlo. Entre los mausoleos más destacados tenemos la hallada en Micenas, bautizado como Tumba de Agamenón y otros más como las de Egisto o Clitemnestra. El nombramiento de estas tumbas se debe a que, a juzgar por los tesoros allí encontrados, eran sepulturas de nobles.
Aproximadamente entre el 1300 al 1250 a. n. e. vendría la Guerra de Troya, que detallaremos en el siguiente capítulo junto con su respectiva leyenda. Terminada la guerra, sorprendentemente, los aqueos cayeron en la decadencia. En efecto, son muchos los mitos que hablan del fin de esta civilización, si bien no se llega a una conclusión concreta. Algunos aluden a terremotos, maremotos y otros desastres, a juzgar por las grandes destrucciones de Micenas central y en Grecia continental. Lo que sí podemos afirmar a ciencia cierta es que tras este periodo de decadencia siguió una disminución de asentamientos en Grecia y tras el auge de las expresiones culturales (cerámica, pintura, etc.), se aprecia un gran cambio con la inserción de “elementos bárbaros”, por lo cual se estima que la región recibió migraciones extranjeras. Asimismo, una inmigración masiva es posible, así como los típicos conflictos internos.
La invasión doria significó la destrucción y el fin de la gloria de Micenas y Tirinto, tal cual los aqueos habían hecho con Troya. Tras la irrupción de los dorios se produjeron numerosas migraciones: los jonios llegaron al Ática, Eubea y Cícladas, mientras que los eolios a Tesalia y Beocia; otros emigrantes prefirieron ir hacia Asia Menor, estando los griegos constantemente rodeados de pueblos no indoeuropeos. Así entonces, con la llegada de los dorios, aproximadamente hacia el 1200 a. n. e., se da inicio a la Edad Oscura de Grecia, tema del próximo capítulo.