La Iglesia permitió disecciones hacia finales de la Edad Media y durante el renacimiento, tal vez impulsada por las ideas tomistas de que: “Al llegar la muerte, el alma se separa del cuerpo y este se desintegra desapareciendo, no únicamente la función racional, sino la vegetativa y sensitiva. Ello se debe a que lo racional es el único principio determinante formal que ha dejado de informar a la materia. En su lugar aparecen una multitud de sustancias cuyas nuevas formas sustanciales serán posibles a partir de la potencialidad e indeterminación de la materia prima”. Esas disecciones se hacían generalmente en cadáveres de personas ejecutadas por las autoridades. En cambio en el Islam hubo oposición a esa práctica, lo que acabó con los trabajos de excelentes médicos árabes. Dice Fernando Peregrín: “Quizá quien mejor haya explicado las cuestiones que surgieron en torno a la legalización de la práctica de la disección en el islam, tanto en la Edad Media como en los albores de la modernidad, haya sido Lawrence Conrad (1985), quien tras afirmar que experimentar con cadáveres humanos se consideraba, en general, una práctica aborrecida por los musulmanes, sorprendentemente no estuvo jamás explícitamente prohibida (sí lo estuvo la de mutilar a los cadáveres), aunque nunca se discutió sobre ello, pues la creencias de que los muertos seguían sintiendo dolor y de que cualquier alteración sufrida por un cadáver era equivalente a una profanación estaban muy difundidas y arraigadas. Estas creencias estaban claramente relacionadas con el dogma de fe del Juicio Final, según el cual, en ese Último Día todos los seres humanos se presentarán ante Alá en cuerpo y alma, en cuyo momento toda profanación (incluyendo amputaciones y disección) quedará al descubierto y sus autores deberán rendir cuenta a Alá de su horrible pecado”. Cuando el Aquinate habla de que en su lugar aparecen una multitud de sustancias que serán posibles a partir de la potencialidad e indeterminación de la materia prima, probablemente se refiera a los gusanos y otras formas de corrupción. Para Tomás de Aquino solo hay una forma sustancial para el cuerpo, el alma intelectiva. Para Duns Escoto, existía la forma corporeitas, una forma del cuerpo, pues este permanece completo por un tiempo, aunque el alma haya partido. Gracias al desarrollo de la imprenta, a la aparición de grandes artistas y de un médico excepcional, Andrea Vesalio, surgió el libro De humanis corporis fabrica.
Nótese que antes de Descartes ya se estaba viendo el cuerpo humano como una fábrica, una estructura o máquina. Los trabajos de Miguel Servet sobre la circulación pulmonar de la sangre y de William Harvey sobre toda la circulación, completaron la creación de la anatomía moderna. Paradójicamente, llevaron a la idea cartesiana de que el alma no mueve la máquina del cuerpo, con lo que nació el materialismo moderno. Hoy los biólogos consideran que Tomás de Aquino, y la Iglesia con él, estaban errados al decir que no hay más que una forma sustancial que da vida a todo el cuerpo, y que esa forma confiere al hombre su corporeidad. Tras la muerte cerebral, con la que se da fin a la persona, muchos órganos pueden quedar vivos y ser trasplantados, no hay un solo principio de vida en el cuerpo.
