Lee Historia de las pandemias: de la antigüedad al siglo XVIII
El siglo XIX vivió nada menos que seis pandemias de cólera. La enfermedad apareció en la India y se extendió por el mundo rápidamente. Apenas tuvieron varias décadas de tregua entre una y otra. En la segunda epidemia murieron personajes de la talla de Hegel (Berlín, 1831), Champollion (contagiado en París en 1832) y el rey francés Carlos X (1830) en el exilio tras ser depuesto por la Revolución del mismo año. Pero esta enfermedad logró que por primera vez los países comprendieran que tenían que colaborar entre ellos en materia sanitaria. El cólera llega hasta el siglo XXI en algunos países. A día de hoy existen vacunas y tratamientos muy efectivos que consiguen salvar al 80% de los enfermos.
Clío, musa de la Historia.
Wikipedia.
Dominio público.
El siglo XIX también fue testigo de la epidemia de fiebre amarilla. Se cree que la enfermedad fue transmitida en el pasado de los primates a los humanos en África, pero los nativos consiguieron desarrollar la inmunidad. Cuando los barcos llevaron a los africanos como esclavos a América trasladaron la enfermedad y surgieron varias epidemias. Pero la más importante fue la del siglo XIX. Este mal es un ejemplo más de como las epidemias pueden ganar guerras y cambiar la historia. Al principio de ese siglo Haití estaba en plena revolución contra Napoleón. Esta colonia era primordial para Bonaparte que deseaba conquistar Norteamérica, pero se vio obligado a abandonar sus planes cuandola fiebre amarilla diezmó al ejército francés y tuvo que retirarse del escenario americano, dejando vía libre a unos emergentes Estados Unidos.
Imagen: taringa.net
Pero la fiebre amarilla no se detuvo en Haití, donde la población autóctona consiguió resistir, sino que recorrió toda América desde Estados Unidos hasta Argentina o Brasil. Los barcos comerciales que partían hacia Europa, además de las mercancías, trajeron la enfermedad y en ciudades españolas como Cádiz, Málaga o Barcelona se recomendó a la población del campo, aislarse allí y no permitir que las personas de ciudad se quedaran en sus lagares. Las ciudades marítimas comenzaron a evitar que los barcos de Latinoamérica y de Oriente arribaran a sus puertos sin inspeccionar concienzudamente sus mercancías y, en casos sospechosos, hacerles guardar cuarentena. Hubo que esperar a 1881 para que se descubriera que el origen era la picadura del mosquito Aedes.
Otra enfermedad que ha tenido en jaque a la humanidad desde el principio de los tiempos ha sido la tuberculosis, llamada también tisis, plaga blanca, enfermedad de los poetas o mal de vivir.Se han encontrado rastros de ella en restos humanos a partir del Neolítico. Dejó sus estragos en momias egipcias y tenemos tratados de Galeno y otros médicos describiendo como los pacientes morían de tisis. Los árabes ya sabían que se trataba de una enfermedad contagiosa, pero aquello pareció olvidarse, porque en el siglo XVIII, cuando comenzó a propagarse más rápidamente, los médicos decían desconocer su origen y forma de transmisión.
Podríamos establecer el siglo XIX como la época en la que se convirtió en una epidemia. Pero tenía un carácter muy particular. Al principio se creyó que era una enfermedad hereditaria que afectaba a los ricos, y se cebaba con los jóvenes y las mujeres. Se convirtió en el mal de moda y en el que más afectaba a los artistas. Llegaba a decirse que la tuberculosis aumentaba la creatividad y conforme avanzaba se tenían raptos de inspiración denominados “Spes Phtisica” que todos admiraban. El romanticismo idealizó a esas personas de tez extremadamente pálida, esbeltez exagerada, mirada triste y aspecto delicado y casi etéreo. La moda comenzó a ajustarse a estos patrones palideciendo a las mujeres y estrechándoles la figura con un apretado corsé.
La dama de las camelias. Alexandre Dumas.
Casa del Libro.
Esta enfermedad dejó sus manifestaciones en el arte: las protagonistas de La Bohème (Puccini), La Traviata (Verdi) y La dama de las camelias (Alejandro Dumas hijo) padecen esta enfermedad. En estos dos últimos casos el personaje está inspirado en Marie Duplessis.
Cartel de la primera representación de La traviata.
Afbeelding:Traviata.jpg, dominio público. Wikipedia.
Pero la cosa cambió radicalmente a mediados de siglo, cuando se descubrió que la tuberculosis era una enfermedad contagiosa. El miedo se desató, la sociedad rechazó a los afectados y la familia intentaba ocultar su dolencia. Surgieron estadísticas que demostraban que era la primera causa de mortalidad entre los obreros en la segunda mitad del siglo por las condiciones infrahumanas en las que trabajaban y vivían que propiciaban el fácil contagio. Morían uno de cada siete europeos y estadounidenses.
Aunque nos sea imposible estimar el número de muertos que causó a lo largo de la historia, baste decir que en el siglo XIXy principios del XX, esta enfermedad nos privó de artistas de la categoría de Chopin, las hermanas Brontë, Gustavo Adolfo Bécquer, Clarín, Antón Chéjov o Modigliani.
Koch fue el descubridor del bacilo tuberculoso y su tratamiento (aunque lento y no siempre eficaz, era esperanzador). Lo ensayó en un hospital de Berlín donde acudieron cientos de médicos para estudiar su método. Lo que no sospechaban era que la ciudad se viera rápidamente colapsada por miles de enfermos pidiendo ser tratados. Las autoridades sanitarias tuvieron que tomar medidas y desinfectar los lugares públicos. Entonces se crearon los sanatorios para tuberculosos, normalmente en el campo para que pudieran respirar aire puro y tomar el sol. A finales del siglo XIX las condiciones laborales y habitacionales mejoraron considerablemente y los contagios disminuyeron. Se descubrió que se transmitía por los aerosoles y que debía mantenerse las ventanas abiertas siempre en lugares interiores. Pero los estudios continuaron en el siglo XX y se encontró mejores tratamientos y la vacuna en 1921, aunque no se utilizó de manera masiva hasta bastante tiempo después.
A día de hoy sigue siendo la enfermedad contagiosa que más muertes provoca al año en el mundo, alrededor de un millón de personas, la mayoría en Asia y África.
Industria química BASF en Ludwigshafen, Alemania, 1881.
De Robert Friedrich Stieler (1847–1908)
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