Revista Educación

Historia de un estuche

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Historia de un estuche

Cuando era un niño, dibujar era lo que más me gustaba. No paraba de hacerlo, pintaba por todas partes lo que se me ocurría; los márgenes de los libros de texto se me quedaban cortos. Así que un día indeterminado entre los 9 y los 10 años, mis padres me regalaron un estuche Pelikan de dos pisos. Era azul con cremallera, no me separaba de él. La auténtica caña. Diríase que me sentía realizado, si es que un niño puede llegar a tales.

Pasadas unas semanas, y dado que lo de ‘to lo que tengo de grande lo tengo de patoso’ no es precisamente cosa de hoy, lo perdí.

Tras contárselo a mis padres, a la tarde siguiente me llamaron y se sentaron frente a mi; cuando, avergonzado, creí que me iban a regañar, me plantaron un estuche igualito en las manos. El mismo, nuevo. No vamos a permitir que dejes de dibujar por un despiste. Te pedimos que continúes haciéndlolo.

Hoy me dedico a la publicidad. No paro de crear, las servilletas de los bares se me quedan cortas. Lo disfruto cada día, seguramente porque no dejé de dibujar. Diríase que me siento realizado, si es que un publicista puede llegar a tales (con la que está cayendo).

Por algún lado leí: trabaja en algo que te apasione, y no trabajarás en toda tu vida. Aquella tarde, con su confianza y su impulso, mis padres me regalaron mucho más que un estuche.

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