Revista Opinión

Historia de un secuestro

Publicado el 22 febrero 2012 por Rbesonias
Historia de un secuestro

La economía no es una ciencia, si acaso podríamos catalogarla dentro de las artes imponderables. Un arte reciente, de escasa biografía y ligado a un pasado positivista que provocó que buena parte de sus gurús sentaran cátedra sobre la naturaleza de los cambios económicos, basados en la convicción de que existe una "mano invisible" que controla con sabiduría el devenir de los acontecimientos económicos, a modo de motor homeostático. Pensaron los santos padres de la Escuela de Chicago que la economía se controla sola, que posee una misteriosa capacidad para autorregularse y reequilibrar sus oscilaciones internas. De ahí que consideraran como absurdo e incluso contraproducente que los Gobiernos se empeñaran en enderezar aquello que por sí solo vuelve a su estado natural. En las últimas décadas, se ha impuesto en Europa una filosofía económica reacia a la regulación política de los mercados. Poco a poco se impuso una ortodoxia intransigente con aquellos otros economistas que vaticinaban graves efectos perversos dentro del sistema financiero. Pensaron los economistas -muchos de ellos asesores de algunos gobiernos- que el único modelo capitalista posible pasaba por el crecimiento, la competitividad y el libre albedrío en las transacciones financieras, obviando las consecuencias sociales que esta tendencia provocaba sobre la distribución de la riqueza. La «hipótesis de un mercado eficiente», según la cual existe un natural equilibrio entre los diferentes agentes del mercado de valores, sin posibilidad de que ciertos imponderables (los animal spirits de Keynes) afecten al sistema desde dentro, comenzó a extenderse dentro de las modernas teorías económicas. Un determinismo optimista, la sensación infantil de estar viviendo en el mejor de los mundos posibles, generó una confianza excesiva dentro de los mercados y un hambre insaciable de beneficios, apoyada por la ingenuidad de los gobiernos europeos, que hasta ahora vieron en este modelo económico la garantía para crear un Estado de Bienestar perpetuo. Pero muy pronto, tanto los economistas como la clase política, cayeron, por puro falsacionismo empírico, de su sueño dogmático.Este bajada de humos debía provocar una reflexión política serena y responsable, que reajustara el modelo económico a la nueva situación de crisis. La ciudadanía esperaba de sus gobiernos que tomaran las riendas y exigieran a los mercados un reajuste de sus previsiones, en beneficio del orden social. Pero esto no sucedió. Al contrario, tuvo que ser la ciudadanía quien se apretara el cinturón para que el mercado financiero no se resintiera.Cuando viene el lobo, las ovejas se dispersan. Europa se protegió de la incertidumbre, le entró miedo y ganó de nuevo un modelo económico conservador, controlado por aquellos mismos que provocaron el caos financiero y la entrada en un extenso periodo de recesión económica con sus teorías económicas del carácter autorregulativo de los mercados, del capitalismo benefactor y la mano invisible. Esto viene a ser como ducharse, pero después acostarse con el pijama sucio. La canciller Merkel impuso su «Marktkonforme Demokratie» (democracia acorde con los mercados) al resto de socios europeos, que prefirieron jugar la baza del gobierno alfa que aventurarse a exigir sus propias recetas. Consecuencia: Europa aplica las  mismas medidas que le llevaron a la crisis, confiada en que el modelo económico no es el causante último de su devenir. Y peor aún, somete a la ciudadanía europea a un régimen disciplinario de recortes y ajustes laborales, a la espera de que los mercados recuperen su confianza. Los asesores económicos de los gobiernos siguen convencidos de que esta crisis es tan solo un socavón episódico, una gripe estacional, y en ningún caso un aviso a navegantes sobre la indeterminación del propio sistema financiero y su incapacidad de generar una riqueza sostenible y distributiva. La sabiduría no se ha impuesto. Al contrario, sobrevive la tendencia a creer en la capacidad que tienen los mercados de autorregularse y reequilibrar el sistema, sin necesidad de injerencias políticas. En este contexto dogmático y autista hacia los problemas reales de la ciudadanía, el poder político opera como mera comparsa a la espera de las instrucciones de los tecnócratas. No existe un pensamiento político en materia económica que recupere su autonomía y exija a los mercados un plan de adelgazamiento y austeridad. La izquierda europea, que debiera ser adalid de esta guerra, se comporta con excesiva precaución, más pendiente de los efectos electorales que de rearmar un pensamiento político progresista que haga competencia al ultraliberalismo que se está imponiendo en Europa. Hoy por hoy, la izquierda permanece muda y secuestrada por su propia complicidad en los hechos. Ni siquiera realiza una seria autocrítica acerca de la responsabilidad que tuvo dentro de la crisis. Se mantiene agazapada a la espera de recoger las ruinas que deje la derecha española con su plan de recortes. A día de hoy, ningún ciudadano puede estar seguro de que en el caso de que gobernara el PSOE, éste no aplicaría iguales o similares recetas que los conservadores. Solo podremos recuperar la confianza en las instituciones políticas si éstas se comprometen a proteger a la ciudadanía de los efectos perversos de un mercado omnipotente y autónomo, que tiene secuestrado al Congreso. La política debe recuperar su autoridad perdida, y debe hacerlo en un contexto europeo. De nada sirve que en España apliquemos reglas de control financiero si después Europa impone un catálogo de índices macroeconómicos que lo impiden. Europa debe volver a ser progresista. Pero a día de hoy, ni siquiera la izquierda europea tiene la sensación de estar siendo fiel a sus propios principios. Queda un largo y tortuoso camino que recorrer.


Publicado en el diario Extremadura, el 22 de febrero de 2012.Ramón Besonías Román

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