Revista Viajes

Historia de un viaje en tren

Por Marcelolopezcba @marcelolopezcba
Historia de un viaje en tren
EL Frecciarossa tiene esas cosas de tercer mundo en el primero que me llenan de satisfacción. Lo tomamos en Bari para llegar a Roma, 4 horas de viaje, supuestamente directo. Salió puntual pero dentro no había lugar donde poner las valijas porque el tren venia de Lecce y si bien no estaba lleno parecía que unas señoras que viajaban en mi vagon se estaban mudando y habían decidido traer todo con ellas.
Empezamos complicados entonces, poco espacio, una batalla de miradas con las viejas que habían copado el vagon, la esperanza de que no se llenara nunca y pudiéramos entonces tener un viaje de alguna forma, confortable.
Acomodamos como pudimos, sosteniendo las valijas a un costado del asiento, ocupando la mitad del pasillo. Me ubique en un asiento que no era el mío, al otro lado del pasillo donde debería haber estado sentado, simplemente para sostener la valija y que esta no se convirtiera en una bala, en un misil, con algún movimiento brusco del tren. Tomamos buena velocidad. Por las ventanas el paisaje pasaba rápido, borroso, recordé que había tomado otro de estos trenes, de Roma a Napoles y en ese se veía en un display led la velocidad a la que íbamos. Busque el display en este y no pude encontrarlo. Desbloquee mi teléfono solo para comprobar que wifi había faltado a la cita también.
Repentinamente la velocidad fue disminuyendo, el paisaje pasando mas lento, hasta que todo se detuvo por completo y yo comprendi que un viaje directo, aquí, podía ser también un viaje directo con paradas. Comenzo a entrar gente al tren, a mi vagon, mientras yo me mantenía firme en mi asiento usurpado con una gran fe en mi suerte. Fe en que no se hubiera vendido, fe en que si alguien lo había comprado no hubiera podido viajar, sin desearle un mal extremo pero convencido de que a veces la desgracia de uno es la suerte de otro. Para cuando casi se completo el pasaje se acercaron dos muchachos de 30 y algo de años, gesticulando, con mochilas y valijas pequeñas. El primero, con un bigotito minimo y el pelo cortísimo se sento frente a mi y entonces su acompañante, con el mismo corte de pelo, sin bigote, pero el mismo estilo, como si vivieran una simbiosis inadvertida se paro a mi lado. Comprendi entonces que a veces la suerte no es suficiente, me pare, le di su lugar y volvi a caminar hacia el fondo del vagon, donde se unia con el siguiente para ver si por algún milagro distinto se había hecho un lugar donde dejar mi valija. No hubo milagro tampoco y molesto como estaba camine al vagon siguiente donde encontré lugar y acomode mi valija. De vuelta al vagon de mi origen pase frente a la vieja que había colonizado los espacios y la mire con desprecio haciéndole saber que ya no necesitaba de su gentileza, ya es tarde, le dije con la mirada altiva y el entrecejo fruncido. Agregue un “vieja de mierda” en castellano para que quedara claro lo que pensaba.
EL viaje continuo a gran velocidad, sumamos otra parada en el viaje directo y a mi lado, pasillo de por medio los dos jóvenes segian gesticulando. A esta altura del recorrido ya tenia claro que ambos eran sordomudos y lo que yo creía que eran gesticulaciones exageradas eran sus conversaciones.
Mire el reloj, faltaba una hora y 15 minutos aproximadamente para llegar a Termini, ahora llovia afuera. Los campos, las casas, los autos a lo lejos pasaban rapidos otra vez hasta que empezamos a disminuir la velocidad y nos quedamos parados otra vez.  Me enderezo del asiento buscando la estación de esta nueva parada pero me doy cuenta de que estamos en pleno campo. Nada mas que yuyos descuidados, arboles enormes a la izquierda y campo alrededor. Todos los pasajeros nos comenzamos a mirar como si alguno tuviera una información distinta a la que podemos tener todos. Por los parlantes el conductor nos avisa que hay un problema eléctrico en la via y que estamos esperando que se solucione. Silencio y resignación. Empezamos todos a mirar afuera, otra vez, buscando respuestas que no existen. Un par de minutos después otra vez el conductor nos hace saber que estiman en 20 minutos la demora para que sigamos camino. Ya algunos pasajeros comienzan a molestarse y se frustran. Algún chiflido, un gesto molesto. Los miro a los muchachos sordomudos que miran a su vez a todos. Quiero hacerlos participe del problema y porque no darles la oportunidad de que se molesten también, entonces les hablo con movimientos pronunciados de mis labios, para que los lean, imaginando que asi podrán interpretar lo que pasa. Ellos me miran y me doy cuenta de que pueden leerme los labios pero absurdamente yo estoy hablando en castellano, encontramos una barrera idiomática aun si poder escucharnos. Gesticulo, muestro el reloj, las vías, señalo con las manos, todo hasta que el de bigotito me hace entender que de algún forma comprendieron, o que están cansados de ver la estupidez que hago, pienso yo.
15 minutos después otra vez el conductor explicándonos que ahora se espera la llegada de un equipo de reparación desde Roma y se estima la partida en dos horas. Abucheos, silbidos, insultos y la gente enloquece, como si le hubieran hecho un gol en el último minuto de la copa del mundo.
Italia tiene esas cosas de tercer mundo en el primero que me encantan.
Me recuesto otra vez en el asiento entendiendo que no hay nada que pueda hacer ahora.
Miro el reloj y me doy cuenta de que ya no llegaremos de dia como habíamos pensado. Afuera llueve. Los sordomudos hablan entre ellos, no han parado de mover sus manos desde que subieron. No me queda otra actividad que no sea mirar a la gente que tengo cerca. Dos asientos mas atrás, un hombre de unos 55 años, regordete, sumamente prolijo, con una camisa azul de pequeñísimos puntos blancos, anteojos de sol de marco angosto, las uñas con manicure seguramente, habla por teléfono. Pongo atención a su italiano y me doy cuenta de que habla con la madre. Ella parece preguntarle cuando llegara a Roma y el le explica de la demora. Ella no esta en Roma, se quedo en su casa.
- Si mama, dijeron dos horas, pero no me importa, hoy no tengo nada que hacer alla. – Continua. - No, mañana es la reunión, no me importa llegar tarde hoy.
La madre contesta y el responde.
- Ya lo se. Se que Pepin me espera en Roma para ir a comer con ellos, deberán esperarme mas entonces. ¿Qué les avise? Claro ya les voy a enviar un texto. ¿No entiendo que te molesta o porque te preocupas tanto porque tengan que esperarme? La ultima vez que me invitaron llegue a las 10 de la noche y no fueron a buscarme porque Giuliana se había acostado ya. Tuve que tomar un taxi y no les dije nada mas para no hacer un escandalo. ¿Qué tengo que ser respetuoso de su casa? ¿De su casa? – el hombre levanto la voz, tanto que todos los que no estaban mirándolo comenzaron a mirarlo- No, no estoy celoso ¡por favor! … pero esa no es “su” casa… hasta hoy y mientras estes viva es tu casa- respondio.
El gordito me miro, pude verlo cuando sus lentes de sol bajaron un poco en un movimiento energico de cabeza que hizo, deje de mirarlo para disimular.
Casi al fondo del vagon me capturo la atención un hombre que estaba parado junto a unos asientos desde el momento que nos habíamos detenido. No paraba de abrir y cerrar un teléfono de esos de tapa, antiguos. Estaba vestido con una remera negra y un jean, era muy flaco, con una cabeza prominente y aunque estaba prolijo se notaba que sus ropas estaban gastadas, que no era alguien que estuviera pasando un buen momento económico. Sentados a un costado suyo estaban los que parecían ser su familia, una mujer un tanto mas joven, tres chicos de entre 8 y 12 años, dos señoras mayores. El hablaba a viva voz todo el tiempo y si no me había llamado la atención antes fue por que el gordito hablando con su mama estaba mas cerca. Ante los chiflidos de la gente pedia paciencia, cuando alguien preguntaba cuanto mas faltaba le decía que esperara tranquilo, explicaba de alguna forma el inconveniente con tecnicismos de dudosa credibilidad, se excusaba ante la familia, denostaba a los italianos (algo que el mismo era)  cada vez que alguno se quejaba. Abri el celular y hablaba con alguien para explicarle lo que sucedia. Lo cerraba. Volvia a abrirlo y lo cerraba otra vez sin cruzar palabra. Teorizaba sobre el transporte ferroviario, sobre la conveniencia de los trenes a diesel frente a los eléctricos, la lluvia con la transmisión eléctrica, los rayos posibles con la realidad de la parada, la frustración de no llegar a horario. Seguia parado en un intento de captar la atención, de llamar la atención de sus hijos, pensé. Abrio y cerro el teléfono por enésima vez  hasta que su mujer le hablo mansamente.
- Angelo, ¿te sientas aquí? – Marcandole el lugar vacio junto a ella.
Angelo se quedó mudo, se sentó junto a ella y dejo su teléfono cerrado para siempre.
- Mama, mama, escucha por favor- pedía el gordito de lentes de sol por teléfono a su madre para intentar decir algo más- ya sé que Pepin trabaja mucho y que Giuliana también pero creeme que yo también trabajo igual o más que ellos. En todo caso si acepte su invitación es por vos… ¿ que si me importa? No, la verdad no me interesa que me inviten a comer porque sé que lo hacen por compromiso nada más, al fin y al cabo Pepin es más tu hijo que mi hermano. ¿Vas a llorar? ¿Por qué vas a llorar mama? ¿No te parece exagerado?! No estamos en una película ni en una obra de teatro mama! ¿Te das cuenta de que ellos me invitan a comer para quedar bien con vos? Sí, claro que lo creo, estoy seguro. .. no hace falta ser muy inteligente para darse cuenta, hay un solo motivo por el cual Pepin me invita a su casa cuando vengo a Roma y es porque esa casa no es su casa, es “tu” casa y también es “mi” casa.
Se hizo silencio en la conversación por un instante hasta que por el movimiento de los ojos del hombre me di cuenta de que la madre estaba diciéndole algo otra vez.
No mama, no estoy celoso – respondió- ya te lo dije y te lo vuelvo a decir… simplemente te pido que no vuelvas a decir que esa es “su” casa y no le pidas a Pepin que me invite a comer ni vuelvas a preocuparte porque no nos veamos. ¿Entendido? – El hombre sonrió, parecía por su gesto que finalmente la madre había entendido y que la conversación no había sido en vano, movió la mano apenas como para cortar la llamada y repentinamente la volvió a su oído.
- No mama, no. No hace falta que avises a Pepin que estoy demorado…- el hombre se pasó la mano por la cara mientras hablaba como cuando uno intenta borrar un gesto , borrar un imposible- Un bacio mamma, un bacio – dijo y corto, para quedarse mirando por la ventana las gotas gruesas que corrían por el vidrio, con el teléfono en la mano.
Deje de observarlo. Desbloquee mi teléfono para buscar una señal de internet libre en el medio del campo, en una misión absurda y solo realizable en un estado de abandono y aburrimiento extenso como el que llevaba. Nada, sin redes disponibles, otra vez Frecciarossa se reía de mí.
A mi lado los muchachos sordomudos seguían hablando en su lenguaje de señas, sentí por un momento el deseo de pedirles que se quedaran “callados” por un instante, que dejaran de mover las manos por un minuto y que cesara de alguna forma ese movimiento constante que generaban sus palabras. Era tan política y humanamente incorrecto que lo desterré de mi mente. Quizás si hubiera podido explicarles a ellos directamente, si pudiera haberle dado mis razones, me podrían haber entendido, con seguridad. Imagine que mis conversaciones, que las del gordito, la del flaco cabezón, las palabras del conductor, si todas se materializaran, letra por letra al cabo de un rato habríamos estado sepultados bajo una montaña de letras, de palabras, de oraciones, con el vagón a punto de explotar.
Me levante de mi asiento, afuera llovía todavía y ya estaba cayendo la noche. Mire el reloj, hacia una hora que deberíamos haber llegado a Termini
Italia se parece tanto a mí, que a veces me preocupa.Te cuento del viaje. marcelo lopez. argentina

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