La juventud entrando en la edad provecta, la gravedad de los últimos años tiñendo y entristeciendo los años de inocencia, los rayos del sol cruzándose y fundiéndose desde el momento de su salida hasta el instante de su ocaso, han producido en mis historias una especie de confusión o, si se prefiere, cierta unidad misteriosa. La cuna tiene algo de la tumba; la tumba algo de la cuna.
F.R. Chateaubriand
El fuego se levantó y la sombra se movía y se hacía cada vez más hermosa.
Hugo von Hofmannsthal
Escribió William Blake que bastaba con abarcar el infinito en la palma de la propia mano para ver el mundo en un grano de arena y el cielo en una flor silvestre. Es el modo de proceder literario, me parece, de Rebeca García Nieto en Historia de una mirada, recién publicada en la editorial Eutelequia. Porque si bien esta novela está excelentemente ambientada en la Castilla rural de Delibes y narra la vida de la familia Montaraz, la mirada a la que alude su título se sumerge con amplitud en las profundidades del siglo XX. Un siglo que se ha revelado de forma engañosa grávido de futuro y cuyo resplandor, al hilo de lo que se cuenta en esta novela, podría llevar también el nombre de eso que alguien llamó “radiante apocalipsis”. O igualmente podría denominarse el siglo de la luz, luz eléctrica, si se tiene en cuenta lo que le sucedió a Aluches, el pueblo originario de la familia Montaraz.
Aluches es en la novela de Rebeca García Nieto el trasunto ficticio de Riaño, un pueblo de León que fue destruido de forma despiadada a finales de los años ochenta del siglo XX. Apenas se ha hablado de lo que pasó allí. Sin embargo, Historia de una mirada recupera su memoria y da cuenta generosamente de ese episodio desconocido de la historia.
Lo demolieron en aras del progreso, según la lógica del mercado, para hacer un embalse y construir una fábrica de luz.
Y se hizo la luz…y llegaron las tinieblas.
Y se hizo la luz…y se apagó todo.Y se hizo la luz…y nos quedamos a oscuras.
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