Al anochecer de un viernes de mediados de febrero, visité el Casino de Palencia, uno de los edificios civiles más antiguos de la capital, con privilegiada sede en la Calle Mayor Principal, esquina con los "Cuatro Cantones", que cuenta con el único soportal que se conserva de la parte izquierda de la Calle Mayor, que ganó vistosidad tras la retirada del quiosco, y su sustitución por un bello y original mural de Rafael Oliva.
Subo la escalera que da acceso al edificio, escalinata adornada con alfombra roja, que finaliza en puertas de doble hoja, en el que se incrustan cristaleras que se adornan con el símbolo de la institución. Siento emoción al subir esos peldaños y entrar por primera vez en este solemne edificio, que forma parte de la historia de la ciudad.
A la entrada me recibe Santiago Torrellas Antón, conserje del Casino y amigo del barrio. Santiago me saluda con afecto, le expongo el motivo de mi visita, y me dice que no está en el edificio el presidente. Le llama por teléfono y comenta que quiero hablar con él. Me pasa Santiago el teléfono, y hablo con Evaristo Urraca, abogado palentino y viejo conocido desde los años setenta cuando éramos compañeros en las clases nocturnas del entonces Centro de Formación Profesional "Virgen de la Calle", cuando acogía en sus locales los estudios de la carrera de Graduado Social. Explico a Evaristo que tengo curiosidad por conocer el edificio, y manifiesto mi deseo de volver al día siguiente con dos amigos, los escritores palentinos Julián González Prieto y Froilán de Lózar. El presidente me da toda clase de facilidades y me comenta que le gustaría saludarnos cuando lleguemos al Casino.
Santiago me facilita la entrada en el Casino y me acompaña en la visita. Me impresiono nada más entrar en el Salón de Té, noto que se cumple la glosa del presidente, que figura en su Saluda de la página web del Casino, "surge el amor a primera vista". Flechazo con encanto, me enamoro de la fastuosidad, hechizo y elegancia de la estancia. Su mobiliario y su ambiente me recuerdan a la película "La Colmena", basada en la gran novela de Camilo José Cela.
Percibo la exquisita cortesía de Santiago, el hábil dominio de su puesto, su espontánea amabilidad, que se manifiesta en el continuo saludo y atención a los socios que llegan, y a los que se van. Es hora punta, y el conserje tiene que atender a la numerosa clientela, me indica que suba la escalera que da acceso a la planta superior, y que descubra en solitario el resto de salones.
Subo la escalera de película, y me detengo en el primer descansillo para admirar desde lo alto el impresionante Salón de Té, capaz de trasladarme a otra época en mi constante recreo de todo lo que veo: las cerchas de madera, las lujosas lámparas, las peculiares baldosas, los enormes y engalanados ventanales frente a la calle Don Sancho; la longeva barra del bar, los lujosos butacones, y las diferentes mesas que se asientan en bellas alfombras; la ostentación de las paredes, con preciosas columnas de escayola y valiosos cuadros estratégicamente colocados.
Aumenta mi sorpresa ante la belleza del edificio mientras subo la amplia y lujosa escalera de mármol blanco, decorada con alfombra imperial, rejería de calidad, y lujosas vidrieras en las que destaca la inconfundible torre de la palentina iglesia de San Miguel, adornada con símbolos del Casino. El rellano de la escalera lo custodian la bandera nacional, la regional, la provincial, y la del propio casino. Me imagino que subo por la escalera de un palacio, al tiempo que me siento un bohemio del siglo XIX. Cuando llego a la planta superior me asomo a los salones de juego con piso de tarima, me admira su decoración de época y cenefa de escayola hermosamente decorada, bellas lámparas cuelgan en sus techos; y en sus paredes, junto al carillón, magníficos cuadros de pintores conocidos.
En uno de los salones grupos de señoras se entretienen jugando al parchís; solo se oye el inconfundible sonido con encanto de los dados al colisionar en el interior del cubilete, y su posterior aterrizaje en el tapete. Muy cerca, en otra sala, varios señores juegan al dominó, y escucho el original sonido de las fichas en su contacto con la mesa de mármol, peculiar y agradable ruido que me traslada a mi juventud.
Continuo mi recorrido por el Casino, llama mi atención la amplia galería con los retratos de todos los presidentes que ha tenido el Casino, desde su fundación en 1862. Personajes distinguidos de la ciudad, que formaron parte de su historia, rostros en blanco y negro que repaso y disfruto uno a uno hasta llegar a Evaristo Urraca Fernández, el presidente actual. Un acierto que su fotografía sea también en blanco y negro.
Accedo a continuación al imperial Salón de Baile, que impresiona por su belleza, amplitud y decoración. De sus enormes ventanales cuelgan bellas cortinas, color grana, que en sus aberturas dejan penetrar la luz de los cielos de la transitada Calle Don Sancho. Decora el techo una gran cenefa de escayola de otro siglo, al igual que sus lámparas, que iluminan el habitáculo como si fuera un palacio. Grandes espejos sabiamente colocados dan ambiente palaciego, como su suelo de tarima, las cómodas sillas, y el estrado, donde se encuentra el atril, y la mesa en la que se presentan tantos actos culturales y sociales, libros, y entrega de premios.
Tras la visita al Salón de Baile, entro en la biblioteca y me maravillo de la belleza y antigüedad de las librerías y de sus estantes, en los que se alojan cientos de libros de valor incalculable. Me sorprende la sala de lectura, con largas y acogedoras mesas, en las que se distribuyen cómodas sillas, y ordenadores portátiles. Cuelgan lámparas cercanas, apropiadas para la lectura, cómodos butacones frente a la chimenea, y una curiosa mesa de ajedrez.
El tiempo que paso en el Casino se me hace agradable, tan agradable que me dan ganas de sentarme a observar con calma la vida peculiar del edificio. Envidio el pausado trasiego de socios, y me fijo en quienes se toman algo, en los tertulianos, en los que leen el periódico, y en los ensimismados en los juegos. Me apetece inhalar el ambiente, me atrae la curiosidad, me fascina y embriaga el lugar. Alucino y me imagino que veo una película, cuyas escenas tienen lugar en este escenario mágico, escenas inolvidables propias de "La Colmena".
Desciendo con pereza la escalera, y detengo mis pasos para observar de nuevo el Salón de Té, pero esta vez desde los peldaños más altos. Mis ojos se entretienen en los grandes ventanales que se encuentran por encima de la Calle Don Sancho, así como en los de los "Cuatro Cantones" y de la Calle Mayor. Cuantas veces, al pasear por estas calles, he sentido envidia de aquellos socios que veía tras las inmensas cristaleras leer el periódico, o conversar como si el tiempo se hubiera detenido en otro siglo.
Finaliza mi visita al Casino, me despido de Santiago, y salgo a la Calle Mayor muy sorprendido con todo lo que vi en el interior del edifico, tengo ganas de volver al día siguiente con mis amigos, Froilán y Julián.
Y ocurrió que, al día siguiente, tras la visita al Palacio Provincial, llegamos al Casino con más de una hora y media de retraso, por lo que los quehaceres de su presidente, no le permitieron esperarnos. Nos recibe amablemente Santiago, especialista en amabilidad, simpatía y educación. Santiago nos cuenta la historia del edificio, mientras nos fijamos en la guardarropía, antes de entrar en los salones de película.
Explica Santiago que el Casino se constituye en el mes de marzo de 1862, en un local de la popular Calle de San Juan, hoy Valentín Calderón, calle donde casualmente nació Julián González Prieto. Años después el Casino de Palencia compró los terrenos del edificio actual en la Calle Mayor, en los populares "Cuatro Cantones", y con lindes a la Calle Rey Don Sancho. Se sorprenden mis amigos y admiran el interior del edificio, como me ocurrió a mí el día anterior. Todo lo que ven en el Casino les llama la atención, todo les maravilla: desde el lujoso Salón de Té, al imperial Salón de Baile, las salas de juego, la biblioteca, la galería de retratos, y sus amplios comedores.
En el recorrido no pasa inadvertido un pequeño cuarto, donde se encuentra la antigua barbería, con lavabo, espejo, utensilios, y sillón original. Me siento en el mítico sillón, y Julián simula ser el barbero que se dispone a rasurarme, mientras Froilán recoge con su cámara la instantánea del divertido sainete. Esta fotografía fue durante unos días del mes de febrero portada del blog Curiosón. En este blog escribimos los tres, junto con otros prestigiosos escritores de gran nivel.
Al bajar por la escalera imperial y acceder al Salón de Té, Julián reconoce y saluda a Concepción Casalduero, nos la presenta, y dialoga con ella un buen rato. Se conocen hace años, y hace mucho tiempo que no se ven. Casalduero, fue catedrática de historia en el Instituto Jorge Manrique, nos comenta que se encarga de la biblioteca del Casino, una bonita, entretenida, ardua e intelectual tarea de quien fue presidenta de Unicef, y pregonera de las fiestas de Palencia.
Termina nuestra visita al Casino, con la sorpresa de lo que vimos en el interior del lujoso y maravilloso edificio, y el pleno disfrute del local, sabedores de que hemos sido unos privilegiados al entrar en una de las asociaciones más antiguas de la provincia, que acaba de cumplir 160 años, lugar reservado para sus 850 socios, y que se abre al público con motivo de su ciclo de "puertas abiertas", o para exposiciones, o conferencias.
Mereció la pena visitar y disfrutar del gran Casino que tiene la ciudad de Palencia.
Fotografías:
Alfonso Santamaría y Curiosón.
PALENCIA EN MIS RECUERDOS
Una idea de Alfonso para "Curiosón"