Revista Comunicación
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En su estudio Comment le voile est devenu musulman (Cómo el velo se convirtió en musulmán), el profesor de estética francés Bruno-Nassim Aboudrar reúne las fuentes y costumbres sobre el velo en Oriente medio, previo a la llegada del cristianismo y luego del surgimiento de Mahoma.
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El origen del velo se funde en la vecindad híbrida del Mediterráneo. Parafraseando a Borges, no llevan velo las mujeres del Antiguo Testamento. En el “Génesis” Rebeca se cubre la cabeza ante la presencia de su prometido, Isaac, señal de que no lo llevó en toda la caravana rumbo a Canaán. En la Biblia el pañuelo liviano de cabeza no era obligatorio y se usaba para afrontar la intemperie en invierno. En el mundo judaico era una prenda más, que activaba su carácter simbólico en el rito nupcial.
Sin embargo, en la Roma imperial sí lo llevaban las Vestales, vírgenes de origen patricio, consagradas a servir por 30 años en el templo de Vesta, diosa del hogar. Era uno de los rituales más antiguos y se mantuvo casi hasta fines del siglo IV d.C., cuando el imperio romano ya estaba plenamente cristianizado. Rosine Lambin, en Le voile des femmes, postula que San Pablo toma la mujer velada del politeísmo romano, en favor de una idea monástica de virginidad: la renuncia sexual se impone muy temprano como dogma en el cristianismo.
Es San Pablo, el fundador de la doctrina, quien aconseja que la mujer se cubra la cabeza en su “Primera Carta a los Corintios”. Leemos: “la mujer que ora con la cabeza descubierta deshonra a su cabeza, como si estuviera rapada./ Si una mujer no se cubre con el velo, pues que se rape. Pero si es deshonroso para ella cortarse el pelo o raparse, entonces que lleve el velo.” La fundamentación lo vincula a su rango subalterno entre las personas: “El hombre no debe cubrirse la cabeza porque él es la imagen y el reflejo de Dios, mientras que la mujer es el reflejo del hombre.” La traducción de estos dictámenes paulinos, escritos en griego, motivó décadas de disputa. Inspirándose en ellos, Tertuliano retoma el velo para estabilizar una interpretación: debe cubrir sobre todo la nuca, a la manera del collado en los animales. Nacido hacia el 160 en Cartago, hoy Túnez, y luego ciudadano de Roma, es el primer teólogo africano. En su tratado El velo de las vírgenes, amplía el sentido rigorista de la Carta de San Pablo y precisa el valor simbólico del velo. Recomienda que la mujer abrace una virginidad íntegra y espiritual (cubrirse por entero “para exhibir su verdad solo ante Dios”). A diferencia del apóstol, sostiene Aboudrar, lo que subyace a esa nueva normativa es “impedir la visión, convertir el pudor de la vestimenta sencilla en una norma inderogable. Pero confiere al velo la función simbólica del yugo.” Existen pocos testimonios sobre la mujer árabe antes de la llegada de Mahoma (570-632 d.C.). Tertuliano cita a “las mujeres paganas de Arabia” (“que no se cubren la cabeza sino toda la cara al punto de que a través del único ojo libre, se contentan con emplear la mitad de la luz antes que prostituir sus rostros: la mujer prefiere ver a ser vista”).
El Corán no atribuye al velo la marca del sometimiento; se limita a dos menciones tenues. Pensemos en ese mundo de campesinas, que se cubrían por motivos de higiene. Era habitual llevar el pañuelo bien ajustado a la nuca. El Corán recomienda que la mujer lo desate, que “se cubra el busto con un velo” ante los extraños, y que solo exhiba sus encantos a su marido: este primitivo hiyab consiste en dejar caer las dos puntas de la prenda.
Los segundos versículos de referencia, en la sura 33, comentan la sociabilidad. “¡Oh, Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas/ y a las esposas de los creyentes/ que se cubran con el velo/ será el mejor modo de distinguirlas de las otras/ y evitar que sufran ofensas”. Según el filósofo, se trata de una preceptiva civil; “en este caso el velo no funciona como una rica y compleja expresión simbólica de la sumisión de la mujer, sino que señala de modo pragmático el rango social y cómo evitar los avances masculinos”.
MATILDE SANCHEZ
“Los orígenes del velo”
(ñ, 26.08.16)