Fue en la primavera de 1969, en el curso de Relaciones Humanas al que asistía en el Seminario Permanente de Sociología Industrial y Relaciones Humanas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Madrid, la primera vez que yo veía plantearse académicamente la diferencia que existía entre el pensamiento originario marxista, es decir, el de Carlos Marx, y la práctica de lo que se conocía entonces como el "socialismo real", que se proclamaba heredero de aquel, y que se llevaba a cabo en los países comunistas de Europa del Este, China y Cuba. Un asunto, éste, que el profesor Gabriel Tortellá, economista e historiador, Ph. D. en Economía por la Universidad de Wisconsin, Doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático emérito de Historia de la economía en la Universidad de Alcalá de Henares
sacaba a relucir de nuevo hace unos días en un artículo publicado en el diario madrileño El Mundo.Es bien sabido que Karl Marx, el profeta de la revolución proletaria, gran creyente en las leyes y las etapas históricas, concebía esa revolución como la culminación de un proceso de desarrollo económico que produciría una creciente polarización social entre una minoría de riquísimos burgueses y una mayoría de proletarios empobrecidos, comienza diciendo el profesor Gabriel Tortellá, Sólo entonces, cuando un proletariado numeroso y avezado, al que se han incorporado muchos "intelectuales burgueses que, analizando teóricamente el curso de la historia, han logrado ver claro en sus derroteros", y cuando "los progresos de la industria traen a las filas proletarias a toda una serie de elementos de la clase gobernante", es cuando tiene lugar la revolución que acaba con el capitalismo e instaura el socialismo. Señalemos, incidentalmente, que sin duda Marx y Engels se identifican con esos "intelectuales burgueses" que analizan teóricamente el curso de la historia y predicen la revolución. El Manifiesto Comunista es como uno de esos cuadros donde el autor (o autores) se autorretrata discretamente.El caso es que, contra toda la lógica del sistema marxista, la supuesta "gran revolución proletaria" tuvo lugar no en Inglaterra, Alemania o Estados Unidos, como los seguidores de Marx esperaban, sino en Rusia, un país que, aunque su industria había crecido mucho en los 20 años anteriores, seguía siendo muy predominantemente agrícola, y donde por cada obrero industrial había veinte campesinos harapientos y analfabetos. Hace un siglo, en 1917, en Rusia tuvieron lugar dos revoluciones, no una. La primera, en marzo, fue un levantamiento popular, en gran parte espontáneo, que forzó la abdicación del zar y la instauración de un gobierno provisional en el que Alexander Kerensky pronto asumiría la presidencia. Kerensky, socialista pero no bolchevique (los bolcheviques eran los seguidores de Lenin dentro del Partido Social-Demócrata ruso), proponía un programa reformista de izquierda pero no revolucionario y acabó siendo derrocado en noviembre (octubre en el calendario ruso de entonces) por un golpe de Estado bolchevique encabezado por Lenin y Trotsky. Este golpe de Estado fue la segunda revolución de 1917, y dio el poder a Lenin y sus secuaces, que se aferraron a él durante casi tres cuartos de siglo.Esta segunda revolución en forma de golpe no estaba en los esquemas de Marx, pero sí en los de su seguidor más devoto, Lenin, que recurrió a métodos muy diferentes de los preconizados por la mayoría de los marxistas de entonces. De ahí que los bolcheviques (luego comunistas) acuñaran el término marxismo-leninismo para justificar los métodos de su jefe de fila. Para lograr hacerse con el poder en un país donde los comunistas eran muy minoritarios, Lenin tuvo que organizar su partido como una secta de revolucionarios profesionales (bien financiada con dinero alemán) y dar un golpe militar con apoyo de unas unidades de élite que simpatizaban con los bolcheviques. Éstos encontraron apoyo sobre todo entre los marinos, que desembarcaron en Petrogrado (hoy San Petersburgo), y amenazaron con bombardear la ciudad desde un crucero, el famoso Aurora. Para conquistar el poder y mantenerse en él los bolcheviques aplastaron sistemáticamente todas las nacientes instituciones democráticas que los revolucionarios se habían dado desde la caída del zar: el gobierno de Kerensky, elegido por la Duma (Parlamento), y la recién elegida Asamblea Constituyente, órgano que iba a sustituir a la Duma, que era menos representativa, porque había sido elegida bajo la autocracia zarista. La "democracia comunista" estaba basada en los soviets, consejos populares elegidos de manera irregular, que los bolcheviques controlaban mejor que la Asamblea, y que pronto se convirtieron en simples apéndices del Partido Comunista. Los otros partidos, en particular los mencheviques (el ala no leninista del partido Social-Demócrata), defendieron a la Asamblea y se opusieron a la violenta toma del poder por Lenin, Trotsky y sus secuaces. Tras el golpe, Trotsky, respaldado por los cañones del Aurora, dijo al líder menchevique, Mártov, que sus partidarios habían perdido y quedaban relegados «al basurero de la Historia». Esto lo recordaba en un artículo magistral Juan Pablo Fusi cuando la Unión Soviética estaba a punto de caer (El País, 9 de mayo de 1990), señalando que Mártov respondió algo así como: "Algún día os arrepentiréis".Este diálogo debieran tenerlo siempre presente los leninistas que aún quedan, porque revela la enorme responsabilidad histórica que recae sobre los hombros de aquel puñado de bolcheviques desalmados, que hicieron descarrilar la historia de Rusia y la metieron en una vía muerta de la que aún no ha salido. No es cierto, que, como han dicho los defensores de Lenin, Rusia fuera diferente y que en ella sólo cupiera la revolución comunista. La existencia de los mencheviques y de otros varios partidos más o menos marxistas, más o menos democráticos, y la elección por sufragio universal de la Asamblea constituyente permiten sustentar la hipótesis de que, sin el putsch comunista, Rusia hubiera podido evolucionar por la senda social-democrática, según hicieron por entonces países europeos, como Alemania, Gran Bretaña, Suecia, Francia, etc. Rusia tenía sin duda algunas peculiaridades: era -y es- un país enorme, y estaba subdesarrollado, aunque su economía creció espectacularmente desde finales del siglo XIX. Lo realmente peculiar de Rusia era el zarismo, un régimen autocrático, absolutista, una verdadera antigualla política, gobernada por un matrimonio imperial aquejados ambos de una estupidez política rayana en la oligofrenia patológica. Y es verdad que el zarismo constituía una barrera a las legítimas aspiraciones de un pueblo en rápido crecimiento, lleno de figuras de talento tanto en las artes como en la ciencia, el pensamiento y la política. Pero la realidad es que no fueron los leninistas los que derribaron el zarismo, sino que derribaron precisamente a los que habían librado a Rusia del zar y su camarilla. La revolución de octubre, tan elogiada en otros tiempos, fue un crimen sin paliativos. Fue uno de los primeros golpes de Estado de la historia contemporánea, que luego sirvió de inspiración a sus enemigos e imitadores, Mussolini, Hitler y sus secuaces fascistas. Lenin murió en 1924, y no pudo ver las últimas consecuencias del monstruo político que había creado. Las peores atrocidades se cometieron bajo la férula de su sucesor, Stalin, y, tras varias décadas de dictadura de partido, de represión implacable y de mediocre economía, el Estado leninista se vino abajo por su propio peso para dejar paso al régimen autoritario de Vladimir Putin. Se cumplió la advertencia de Mártov y fue el comunismo leninista lo que quedó arrumbado en el basurero de la historia. Lenin no será recordado como el padre de la revolución proletaria, sino como el hombre que desvió a Rusia de una posible trayectoria democrática y la metió en un siniestro callejón sin salida, en el que todavía se encuentra.¿Y Marx? ¿Hasta qué punto es culpable de las fechorías leninistas? Como vimos, el marxismo-leninismo es una versión muy deformada de la teoría marxista de la revolución. Otras ramas del marxismo, como la social-democracia o el laborismo británico, sostuvieron que en las sociedades avanzadas los fines del socialismo podían alcanzarse por medios pacíficos y democráticos. Y así fue: tras la Primera Guerra Mundial, mientras Lenin imponía en Rusia una dictadura pretendidamente revolucionaria, la democracia fue introduciendo el Estado de Bienestar en Europa y dando acceso a sindicatos y partidos socialistas a posiciones de poder político compartido. A pesar de su truculencia retórica, el legado de Marx es mucho más defendible que el de su fanático seguidor, Lenin. Con todos sus errores y defectos, Marx es uno de los grandes pensadores de la edad contemporánea. Lenin no fue más que un astuto golpista y un dictador implacable.Hace más de 80 años, un político de pocas luces se envanecía de ser llamado «el Lenin español». ¿Habrá hoy otro simple que aspire a tal título?
Dibujo de Sean Mackaoui para El Mundo
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
HArendt
[email protected]La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)