Enclavada entre Serbia y Hungría al oeste, Bulgaria al sur, Ucrania y Moldavia al noreste y bañado por el mar Negro en la costa este, Rumanía se encuentra a medio camino entre Europa occidental y el espacio postsoviético. A lo largo de su historia, son muchos los imperios que han ocupado su territorio, pero fue la conquista de la región por el Imperio romano la que dejó dos legados importantes en la Rumanía moderna: el idioma rumano, derivado del latín, y el nombre etimológico de Rumanía. La siguiente potencia en dominar la zona fue el Imperio búlgaro, hasta el siglo XI, aunque algunas regiones permanecieron bajo su control hasta entrado el siglo XIII.
Ya a partir del siglo XI, Hungría fue la nueva potencia en ocupar la zona, dejando un legado de gran calado político y sociocultural en Transilvania, la región occidental de la actual Rumanía. Un siglo antes del colapso del reino húngaro frente al Imperio otomano en la batalla de Mohács, en 1526, habían emergido dos de los tres principados más relevantes en la historia de la Rumania moderna: Valaquia y Moldavia. Estos dos principados, junto al de Transilvania, fundado más tarde, hicieron frente a las incursiones otomanas en la región, aunque terminaron siendo vasallos de Estambul. Vlad III, príncipe de Valaquia, fue una de las figuras históricas más importantes de la época, peleando contra los turcos de manera constante para caer finalmente abatido en batalla. Su crueldad le ganó un sitio en la historia, pues se le conoce también como Vlad Tepes (‘el Empalador’), y su vida inspiró al novelista irlandés Bram Stoker para crear al personaje del conde Drácula en su famosa novela de ficción, publicada a finales del siglo XIX. Villano para algunos, ejemplo para otros, Vlad Drácula ha acabado siendo un héroe nacional en Rumanía, y vendiendo libros y películas en todo el mundo.
Retrato de Vlad III. Fuente: WikipediaEl yugo del Imperio otomano fue sin embargo diferente al padecido en otros lugares de los Balcanes, pues Valaquia, Moldavia y Transilvania conservaron una gran autonomía mediante el pago de tributos. Durante esta época, fueron numerosos los príncipes rumanos que lucharon contra la dominación otomana en la región. Sin embargo, ninguno de ellos adquirió la notoriedad e importancia que tiene el príncipe Miguel el Valiente en el nacionalismo rumano: consiguió la unión de los tres principados durante un periodo escaso de tiempo a finales del siglo XVI, y es una de las figuras más importantes de la historia rumana.
Durante los siglos XVIII y XIX, Valaquia, Moldavia y Transilvania se vieron expuestos a los juegos de poder de las grandes potencias, con la conquista de gran parte de su territorio por el Imperio austriaco y Rusia. Sin embargo, a mediados del siglo XIX, con la derrota de Rusia en la guerra de Crimea, el auge de los nacionalismos y la influencia occidental, los sentimientos de independencia de la sociedad rumana empezaron a florecer. El objetivo era claro: unir a los ciudadanos rumanos en un solo Estado. El idioma rumano y cristianismo ortodoxo, valores comunes en los tres principados, jugarían un papel fundamental en la forja de conciencia de unidad nacional rumana.
Para ampliar: “Bulgaria, el antiguo imperio que se enfrenta a la despoblación”, Katia Ovchinnikova en El Orden Mundial, 2020
Un Estado para los rumanos
La primera piedra para el Estado rumano se colocó en 1859 cuando, tras el rechazo de las grandes potencias a la independencia rumana, se unificaron los principados de Moldavia y Valaquia bajo un mismo gobernante, Alexandru Ioan Cuza. Paradójicamente, la emancipación rumana, que desde principios del siglo XIX buscaba la independencia del Imperio otomano, vendría liderada por un gobernante extranjero: el príncipe alemán Carlos Hohenzollern que, tras la guerra ruso-turca de 1877 y 1878 declaró la independencia del nuevo Estado, reconocida por las grandes potencias meses más tarde en el Tratado de Berlín. La emancipación, sin embargo, no consiguió unir a todos los territorios habitados por rumanoparlantes, pues tanto Transilvania como una gran parte de Moldavia quedarían en manos húngaras y rusas, respectivamente.
Rumanía elevó su estatus a un reino en 1891, cuando el príncipe alemán, ya como rey Carol I de Rumanía, se convirtió en el jefe de Estado. A finales de siglo, Rumanía vivía una época de prosperidad y desarrollo económico, en cierta medida gracias a la ausencia de conflictos durante esta época. El país intentó mirar a Occidente, sobre todo a Francia, en ámbitos educativos y administrativos pero también militares. No obstante, el trato vejatorio de las minorías como la romaní o judía fue en aumento. Recién entrado el siglo XX, Rumanía supo escoger bando durante las guerras balcánicas de 1912-1913, y conseguiría nuevos territorios al sur del país a costa de Bulgaria, derrotada en la contienda.
Variación del territorio de Rumanía desde 1859 a 2010. Fuente: WikipediaTras 48 años de reinado y recién comenzada la Primera Guerra Mundial, por primera vez en su historia, Rumanía vería un cambio de Gobierno con la muerte de Carol I. A pesar de mostrarse neutral al principio, su sucesor y sobrino Fernando I llevaría al país de nuevo a la guerra apoyando a los Aliados, el bando vencedor, aunque la contienda dejaría el país mermado política y económicamente. Rumanía duplicó su territorio y también su población, añadiendo las regiones de Transilvania, la septentrional Bucovina y Besarabia, territorio ocupado hoy por Moldavia y Ucrania, y la fecha de la unión, el 1 de diciembre, se fijó como la fiesta nacional del Estado rumano, vigente hasta la actualidad. Esta época ha quedado plasmada en el ideario de los nacionalistas rumanos más acervos bajo el nombre de la Gran Rumanía, el momento de máxima extensión del país. La incorporación de estos nuevos territorios, con ciudadanos de diferentes etnias que representarán el 28% del total, supuso, no obstante, un desafío político a la hora de llevar las riendas del nuevo Estado.
El periodo de entreguerras estuvo marcado por dos acontecimientos fundamentales. El primero fue la adopción de una nueva Constitución en 1923, que fue considerada como una de las más liberales de la época: presentaba una marcada división de poderes e igualdad de derechos y libertades para todos los ciudadanos, con la excepción de la atribución de ciertos derechos a las mujeres, pues el sufragio era exclusivo para los hombres. El segundo acontecimiento relevante fue la aparición de grupos nacionalistas antisemitas y fascistas, que intentaron derrocar tanto a Fernando I como a sus sucesores, Carlos II y Miguel I. Para frenar su ascenso, Carlos II instauró una dictadura monárquica en 1938, que sin embargo duraría menos de tres años: amenazado por el creciente rechazo de los grupos fascistas, Carlos II le entregó el poder al general Ion Antonescu y abdicó en su hijo Miguel I en septiembre de 1940.
Antonescu instauró un régimen dictatorial con el apoyo de la Guardia de Hierro, uno de los grupos antisemitas más pujantes del país y de Europa del Este. Sin embargo, la alianza entre ambos acabaría por romperse tras un intento fallido de golpe de Estado de los fascistas; Antonescu permanecería en el poder hasta bien entrada la Segunda Guerra Mundial, en la que se alió con las potencias del Eje. La guerra dejó a Rumanía devastada, con cientos de miles de víctimas y la pérdida de buena parte de su territorio, incluyendo regiones que quedaron en manos de Bulgaria y Ucrania. También Besarabia, que quedaría bajo la órbita de la URSS, convirtiéndose en la República Socialista Soviética de Moldavia, con la que Rumanía siguió, pese a todo, compartiendo lengua y valores comunes. Además, el Ejército Rojo soviético ocupó el país.
Para ampliar: “Moldavia: entre Rusia y la Unión Europea”, Pol Vila en El Orden Mundial, 2019
Rumanía al otro lado del telón de acero
La ocupación soviética de Rumanía se mantendría una vez terminada la Segunda Guerra Mundial y acabaría por fortalecer el poder de los comunistas en el país. El rey Miguel I se vió obligado a abdicar y fue expulsado al exilio en 1947. Ya no habría marcha atrás: Rumanía se convirtió en un Estado satélite de la URSS, manejado de manera indirecta por Moscú, que mantendría el control militar y económico del país hasta 1958. El líder títere elegido fue Gheorghe Gheorghiu-Dej, que frecuentaba círculos comunistas desde la década de 1930 y se convirtió en el caudillo del país en 1947. Aunque no alcanzó la celebridad de su sucesor, Gheorghiu-Dej fue uno de los mayores déspotas de la historia del país. La década de 1950 estuvo marcada por el terror: todo aquel que mostraba disconformidad política con el nuevo régimen era encarcelado, y algunas fuentes calculan que hubo cerca de dos millones de presos políticos durante la época comunista, siendo el periodo de Gheorghiu-Dej, entre 1948 y 1964, el más cruento.
Visita del presidente estadounidense Richard Nixon y su esposa a Bucarest. Durante la Guerra Fría, Rumanía disfrutó de buenas relaciones con Occidente. Fuente: WikimediaTras la muerte de Gheorghiu-Dej en 1965, accedió al poder Nicolae Ceaușescu. A priori, este relevo fue visto con buenos ojos por parte de Moscú, pero esta visión cambiaría muy pronto: en seguida, Ceaușescu puso en marcha una política exterior muy poco afín a los intereses del Kremlin. El primer contratiempo tuvo lugar en 1968, cuando el dirigente rumano —junto con el líder yugoslavo Tito y el albanés Enver Hoxha— denunció la invasión de Checoslovaquia por parte del Pacto de Varsovia y liderada por la URSS. Desde entonces, las relaciones entre los dos países empeoraron; la balanza comercial con la URSS bajó del 42% al 27%, y Rumanía acabó temiendo una posible invasión del Ejército soviético.
Las desavenencias con Moscú le granjearon, sin embargo, un cierto reconocimiento exterior, estableciendo una imagen positiva del régimen rumano en Occidente. En 1969, el presidente francés Charles de Gaulle y el estadounidense Richard Nixon realizaron una visita oficial a Rumanía, en lo que constituyó la primera visita de un presidente estadounidense a un país socialista. Para Occidente tener buenas relaciones con Bucarest era importante, pues se creía que, en caso de conflicto entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, Rumanía se mantendría neutral. No obstante, de puertas para dentro el régimen comunista era brutal, y siguió encarcelando a los disidentes políticos. Con todo el poder en sus manos, Ceaușescu desarrolló un culto a la personalidad similar al de otros líderes comunistas de la época. Prueba de ello es, por ejemplo, la instauración de su cumpleaños como fiesta nacional. Entretanto, a partir de finales de la década de 1970 la vida para los rumanos de a pie empeoró debido a la crisis económica.
Cola para comprar aceite en Bucarest en 1986. Fuente: WikipediaLa situación económica se recrudeció en 1982, cuando el Gobierno decidió implementar medidas de racionamiento de alimentos para erradicar la deuda externa y evitar así el colapso económico. Las imágenes de esta época, con la población rumana haciendo colas interminables para obtener alimentos de primera necesidad, han quedado congeladas en la retina de la sociedad rumana. Estos acontecimientos acabaron de mermar la reputación de Ceaușescu y su credibilidad frente al pueblo rumano, que tomó las calles a finales de 1989 para pedir el fin del régimen. La revolución rumana conseguiría su propósito: aunque con un saldo de mil muertos, provocó la caída del comunismo y el encarcelamiento, juicio y fusilamiento de Ceaușescu y su mujer el 25 de diciembre de 1989. El régimen rumano sería el último en caer del bloque del Este y Rumanía sería, además, el único país de la órbita soviética en el que el jefe de Estado acabaría ejecutado tras una una revolución violenta. El Frente de Salvación Nacional, con Ion Iliescu a la cabeza, tomaría las riendas del país y conduciría Rumanía a la transición democrática.
Para ampliar: “Romania – Dissent and Opposition in Communist Romania”, Cristina Petrescu, 2005
Europa y las tareas pendientes
Después de dos años tumultuosos, en diciembre de 1991 se adoptó una nueva Constitución aprobada por referéndum que llevó a Rumanía a las puertas de la democracia. Sin embargo, la transición política estuvo cargada de contratiempos, pues, como en el resto del espacio postsoviético, el país afrontó una gran inflación al pasar de una economía controlada por el Estado a una de libre mercado. Además, en el espectro político, el país siguió estando controlado por antiguos líderes comunistas como Iliescu, que se mantuvo en el poder hasta 1996 para más tarde liderar el país durante otros cuatro años, del 2000 al 2004. Sería durante esta última legislatura cuando Rumanía se uniría a la OTAN dejando en el pasado el recuerdo de la cooperación con Rusia.
El ansiado acceso a la Unión Europea tuvo que esperar otros cuatros años. Así, en la antesala de la crisis económica y junto con Bulgaria, en 2008 se dio el visto bueno a la penúltima ampliación de la Unión. Sin embargo, la membresía en la UE no cambió la realidad de los rumanos de la noche a la mañana: Rumanía es el segundo país más pobre dentro del club europeo a pesar del crecimiento económico en los últimos años, y ha visto cómo el pasaporte europeo ha sido utilizado por su población para emigrar a países más prósperos dentro de Europa, como España o Italia. Además, la población vive desencantada con la clase política y la corrupción galopante, pues Rumanía ocupa la posición 70 de 180 países en el índice de Transparencia Internacional. Aunque las protestas en contra de la corrupción se han multiplicado en los últimos tres años, aún queda mucho que recorrer en el camino hacia una política transparente para con la ciudadanía.
El Índice europeo de calidad de gobierno atribuye a Rumanía uno de los coeficientes más bajos de la Unión Europea.Al igual que la vecina Bulgaria, el envejecimiento de la población, la despoblación y la emigración son otros de los retos que afronta Rumanía. En los últimos treinta años, la población del país se ha reducido en más de cuatro millones, pasando de cerca de veinticuatro millones en 1990 a apenas diecinueve en la actualidad, y se calcula que en 2050 podría perder el 30% de la población. Sin embargo, las recetas políticas para frenar esta crisis brillan por su ausencia, y la población no confía en que la clase política pueda revertir la situación económica del país y evitar así la emigración de los más jóvenes al extranjero. Según una encuesta de mayo de 2019, cerca del 80% de la población pensaba que el país iba hacia una mala dirección y tan solo el 9% de los encuestados mostraba confianza en que los partidos políticos puedan revertir esta situación. Ante ese panorama, casi la mitad de la población sienta nostalgia de la época comunista.
Mientras tanto, los líderes rumanos se han distanciado de Bruselas y han culpado a la UE de algunos de los problemas del país, lo que ha llevado a la aparición de cierto euroescepticismo en Rumanía. En Bucarest sigue pesando mucho que el país aún no forme parte del espacio Schengen ni de la moneda común, cuya entrada está programada para 2024, y que, además, Rumanía siga dentro de un mecanismo europeo exclusivo para monitorizar la corrupción. La retórica en Bucarest apunta a que a Rumanía no se le trata como un miembro con plenos poderes dentro de la Unión, sino como un miembro de segundo nivel. Esto quedó reflejado a finales de 2019, cuando Rumanía vio rechazado su candidato para comisario europeo por el Parlamento Europeo hasta en cuatro ocasiones. Las futuras relaciones se antojan complejas. Todo dependerá de que la clase política del país comience a dar soluciones a los problemas de la ciudadanía rumana, para restablecer también la relación con las instituciones de la UE.
Para ampliar: “¿Cómo se elige a los comisarios europeos?”, El Orden Mundial, 2020
Historia y futuro de Rumanía, un país olvidado fue publicado en El Orden Mundial - EOM.