Por José Armando Fernández Salazar/Cubahora
En el año 1960 casi la mitad de los profesionales de la salud de Cuba habían abandonado el país; pero en mayo la naciente Revolución Cubana enviaba una brigada de médicos a Chile, una nación que había sufrido un terrible terremoto.
Desde entonces y hasta la fecha la Isla caribeña ha apoyado a más de una veintena de países azotados por desastres naturales. Cada misión devino una muestra de las potencialidades de las ciencias médicas cubanas y de nuestro espíritu solidario.
En 2005 una nueva página comenzó a escribirse con la creación, por Fidel, del Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias “Henry Reeve”. La creciente vulnerabilidad de las sociedades a este tipo de situaciones y la utilidad de las brigadas cubanas en su manejo, una vez más, han demostrado la proyección del pensamiento estratégico del líder de la Revolución Cubana.
Cubahora le propone dos historias que nos acercan al humanismo de sus protagonistas.
SIEMPRE HUBO MIEDO
En las calurosas noches de Sierra Leona, el enfermero cubano Camilo Puga, pensaba en su familia para tratar de conciliar el sueño. Había dejado a su esposa embarazada de su segunda hija antes de salir como integrante del contingente Henry Reeve para combatir el ébola en la costa occidental de África. El compromiso con Bianca había sido el de regresar y Camilo se aferraba aquellos recuerdos para alejar el miedo.
El miedo se le había metido en el cuerpo desde que llegó y no lo abandonó en los seis meses que estuvo allí. Miedo al aire, al agua, a la gente. De la muerte solo lo separaba un caluroso traje que le hacía perder casi dos libras de peso en cada sesión de trabajo.
“Al principio fue bastante difícil- me dice- pensé que no iba a poder. Después nos fuimos acostumbrando a las temperaturas de 40 grados y llegamos a estar cerca de dos horas trabajando en la zona roja. Los únicos que hacíamos esas cosas éramos los cubanos”.
Camilo había estado tres años y medio en Venezuela, pero esta experiencia sobrepasó sus capacidades y lo llevó a descubrir regiones poco conocidas de su carácter y sus fuerzas físicas.
“Cuando aterrizamos en aquel país la gente nos abría los brazos en las calles y nos gritaban “apotó” que es la frase que utilizan para llamar a las personas de piel blanca y nos gritaban y nos veían como la esperanza”, dice.
“Sin embargo, al principio vimos muchas personas muriendo y no podíamos hacer nada por las normas de protocolo establecidas. Al cabo de un tiempo llegamos a la conclusión de que no podíamos permitir aquello y decidimos cambiar las normas. Empezamos a canalizar venas, poner sueros y a salvar muchas más vidas. Fuimos los primeros en aplicar esas técnicas porque nadie allí, nadie se atrevía; pero era la única vía de comenzar a curar más personas”.
La labor que realizaron Camilo y los demás médicos cubanos en Sierra Leona y otros países de África Occidental demostró los altos estándares de la medicina de la Isla caribeña y contribuyó a establecer procedimientos de bioseguridad para el tratamiento de este tipo de situaciones.
Finalmente Camilo pudo conocer a su segunda hija, Carolina, quien dentro de algún tiempo podrá contar la historia de cuando su papá se perdió su nacimiento porque estaba siendo un héroe.
CUANDO LA TIERRA BRAMÓ EN EL CENTRO DEL MUNDO
El sábado 16 de abril de 2016, el día del terremoto de 7,8 grados que cambió la geografía y el espíritu de Ecuador, la doctora cubana Oneida Toirac Legrá escribió un mensaje a su hijo diciéndole que ella estaba bien, aunque no tenía la completa seguridad de aquellas palabras.
Abriéndose paso por una carretera endemoniada, desde la que veía el mar retirándose, anunciando el peligro de tsunami, la especialista en Medicina Familiar y Ecografista tecleó aquellas frases aferrándose a la esperanza. A esas alturas ya había llamado a varios de sus colegas y amigos; tres de ellos no le habían respondido.
Oneida llevaba un año y medio trabajando en Pedernales, en la provincia costera de Manabí, epicentro del terremoto, y se desempeñaba como coordinadora de la brigada en la región. En cuanto sintió la fuerza del sismo aplicó el plan de aviso diseñado para casos de desastres. Aunque esperaban ponerlo en práctica como consecuencia de las lluvias provocadas por El Niño o una erupción del volcán Cotopaxi… el terremoto los sorprendió.
Cuando llegó al sitio en el que se hospedaba junto a sus compañeros, no encontró el edificio. El 99 por ciento de Pedernales colapsó, prácticamente la ciudad había desaparecido. Lo que vino después fueron horas interminables de búsqueda entre los escombros, en las que apenas durmió y se alimentó a base de líquidos. Finalmente encontró los cadáveres de los doctores Bárbara Caridad Cruz, Leonardo Ortiz, y Éric Omar Pérez, todos especialistas en Medicina General Integral, a quienes acompañó hasta Cuba. “Lo más difícil ha sido enfrentarme a sus familiares”, dice.
Según pudo conocer luego, sus colegas se encontraban en el edificio en el momento de los temblores y uno de sus vecinos, un adolescente de 13 años les avisó que salieran y buscaran un lugar abierto, pero cuando el joven llegó a la calle y miró hacia atrás, ya el inmueble se había derrumbado.
Oneida nos contó su experiencia en la sala de su hogar, mientras se preparaba para el regreso a la patria de Eloy Alfaro. ¿De dónde saca el valor para regresar?, le preguntamos aquella vez.
“Es que ahora es cuando más nos necesitan”.
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