Cuando le hablo a la gente de Cartucho, las caras suelen ser de asco o de extrañeza, lo que es una injusticia, porque bien que les gusta (y hasta pagan por mercadotecnia) Micky y Minnie Mouse. Pues, señoras y señores, son de la misma raza. Cartucho es un ratoncito de campo que vive debajo de un armario de una cocina cualquiera. Por las noches, cuando a los seres humanos les da por convertir la oscuridad en día, sale, a veces, con carreras cortas. Lo de él es un asomar leve, un aquí estoy y me vuelvo a meter para dentro. Le caen bien los grandotes humanos, porque siempre le sonríen y no salen corriendo a buscar una escoba con la que darle, como le pasó en el pasado. Por eso, no roe nada importante, ni se lleva comida a escondidas, se confirma con las migas del pan que se les olvidan en un rincón. Así que, de momento, no ha hecho lo que su tatarabuelo, en otra casa lejana en el tiempo y en el espacio, cuando se comió todo un queso por dentro, pero dejó la corteza perfecta, como si nada lo hubiese tocado. Cuando el ser humano agarró el queso, se le deshizo casi en sus manos, hueco por dentro.