Podrían llamarse “el escuadrón de las batas blancas”. Son tres médicos, dos residentes, cuatro alumnos de prácticas y un enfermero. Llegada la hora, abandonan su cuartel, que es el despacho situado a la derecha de la planta, y comienzan la visita. Entrarán en las habitaciones donde les aguardan, pacientes, los pacientes de quienes se encargan.
Sin llamar a la puerta, faltaría más, por dios, que son los médicos, entran en la habitación y saludan con un se salen un momento, somos los médicos. Se colocan alrededor del paciente que les recibe con una sonrisa, cuando el dolor o los sedantes se lo permiten, a la que ninguno responde porque ni tan siquiera le están mirando. Uno de los médicos coloca su mano en el hombro del paciente, que ya se cansó de sonreír para nadie, y espera a que los compañeros del escuadrón aprovechen los huecos que quedan en la pequeña habitación para acomodarse. Entonces, el médico les expone el caso del enfermo con todos los pormenores de diagnóstico, pruebas y tratamiento para que los otros pacientes de la habitación se enteren bien de lo que le ocurre al que comparte con ellos el aire. Los demás médicos esperan con cara aburrida a que el primero termine su exposición. Discuten entre ellos, en una conversación a cinco bandas, la conducta a seguir. El paciente, atento, intenta seguir con la mirada las palabras que salen de las cinco bocas, como si de un partido de tenis se tratara.
Cuando terminan, dan media vuelta y salen de la habitación para ir a la siguiente. Como al entrar no dijeron hola, ni buenos días, ni cómo se encuentra esta mañana, ahora tampoco dicen adiós ni parecen tener interés en escuchar lo que el paciente quiere decirles. Qué va a saber él de la increíble enfermedad que padece y que ellos, sumos conocedores del acervo médico, han sido capaces de diagnosticar. Qué va a saber él lo que más le conviene.
Y al terminar la visita de la planta, antes de bajar a tomar el café de las doce, llegas a una desoladora conclusión: los médicos no escuchan al enfermo, y eso es terrible. Los médicos no escuchan a otros médicos, y eso es una falta de respeto y de educación. Los médicos sólo se escuchan a sí mismos. Por el mero placer de oír su voz y sacudir el polvo a su vacua sabiduría.