Revista Humor

Historias de fonendoscopio. Un médico bien informado.

Por Saludyotrascosasdecomer
Mierda, ya vuelvo a llegar tarde. Son las diez y media y tenía que estar a las nueve en la planta para pasar visita. Pero si es que estoy harto. En cuanto pueda, dejo el hospital, me paso las mañanas en el despacho de la facultad y amplío la clínica. Si este es un buen trimestre, lo dejo. Aquí queda dicho.

Encima ahora tendré que aguantar los mismos rollos de siempre, que si los residentes trabajan mucho, que si las enfermeras no hacen nada, que si los del departamento no colaboramos con el resto del hospital. Y, para colmo, los pacientes. Que ni sé quienes son, ni qué tienen. Y qué quieren que yo haga. Con esta sanidad pública que necesita dos días para un simple análisis. Y no te digo nada si quieres una prueba algo más específica. Una mierda, de verdad, una mierda. Y los enfermos, que no han salido del pueblo en su vida y que vienen aquí nada más que a morir. Porque el que se cura es porque dios quiere, que nosotros aquí poco hacemos. Pero claro, a estos no puedo decirles que se pasen por la consulta. Lo primero porque no tienen un duro y yo tengo que mantener mi reputación, que a pulso me la he ganado. Y lo segundo porque luego éstos se chivan y le van con el cuento al catedrático. Quedan tres meses para que se jubile y ahora no puedo echar todo el trabajo por la borda. Hay que aguantar un poco más. Así es que, lo dicho, a pasar el trago como se pueda. Yo me cojo los periódicos que tienen en las habitaciones y, por lo menos, salgo informado.
¿Cómo se encuentra hoy?
Pues, mire, doctor, los dolores del brazo no se me pasan.
(Coño, van a subir las multas por exceso de velocidad). ¿Los dolores de la pierna, dice?

No, doctor, el brazo. Este brazo. A mí la pierna, gracias a dios, nunca me ha dolido.

(Bueno, ya han vuelto a bajar las acciones. Tengo que hablar con Manrique porque si esto sigue así, las vendemos todas). Sí, eso. Ya le dije yo que después de la operación duele un poco el brazo porque le hemos quitado algunos ganglios de la axila. Pero con el tratamiento que le puse, está usted mejor, ¿no?

Eh, no, doctor, no estoy mejor. Mire, lo tengo hinchado y además esas pastillas me hacen daño al estómago.

(Ésta sí que es buena. Ya no quedan entradas para la ópera. Carmela se va a poner hecha una fiera). ¿Al estómago, dice? No, estas pastillas no hacen daño, ya se lo dije.

No sé, doctor. A mí no me caen bien. Y yo creo que esto no mejora. Pero yo hago lo que usted diga.

(Joder, volvió a perder el Atleti. Así no subimos ni el siglo que viene). Bueno, Amelia, que veo que todo va bien y no la molesto más. Mañana... no, mañana no que no estoy, pasado mañana vengo a verla y si sigue así de bien le doy el alta y se marcha para casa. ¿Dónde le dejo el periódico?

Déjelo encima de la silla. Como usted diga, don Javier. Pero no soy Amelia. Me llamo Herminia.

Sí, eso, Herminia. Hasta pronto. Adiós.

Adiós, doctor.

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