Hasta el último momento he estado viviendo en incertidumbre de no saber si al final podría volar. No quería pensar mucho en ello pero las noticias volvían machaconamente al hecho del volcán desconocido que ha paralizado a la gran potencia que es Europa creando caos y confusión. El martes por la noche se confirmó la apertura de los aeropuertos londinenses y eso lanzó un suspiro de alivio a lo largo y ancho de todo el continente.
Esta tarde he podido volar, sin problemas, y llegar a Ámsterdam.
Le tengo mucho cariño al aeropuerto de Shiphol. Me trae siempre buenos recuerdos: de ahí partí, en octubre de 1992, para Sierra Leona por primera vez. Mucho ha llovido desde entonces y mucho se ha renovado y ampliado el aeropuerto. En mis primeros años en África sólo KLM volaba a Freetown, con la guerra pararon los vuelos y, luego, nunca más se reanudaron. Por eso, siempre me produce buenas sensaciones el volver por aquí. Ojala que el viaje no se acabara en la terminal 2 esta vez.
En el aeropuerto cogí el tren hasta la estación de Duivendrecht, y allí pillé el metro, la línea M50, hasta la estación de Overamstel. Seguí las indicaciones que había encontrado en la página web del hotel al que iba, pero debí interpretarlas mal. Caminé bastante, pregunté mucho (menos mal que aquí casi todo el mundo habla inglés) y todos me decían que por allí no había ningún hotel. Volví a la estación del metro, volví a preguntar, un señor que hablaba un poco de castellano me indicó muy amablemente, pero llegué al hotel que no buscaba. Emprendí el regreso al metro y encontré a unos policías municipales que por fin me dieron las indicaciones correctas. El hotel se veía desde el metro, sólo que en vez de girar a la derecha, como decían las indicaciones que tenía en la mano, yo había girado a la izquierda. Esta es una tendencia mía que a veces me causa problemas.
Llegué al hotel, me registré, subí a la habitación, dejé la maleta (menos mal que es pequeña y no pesa porque, de otra forma, no habría sido posible tanta vuelta) y bajé al bar a tomar una cerveza bien fría para reponerme de tanta caminata. Estando allí, saboreando mi cerveza, llamó Heineken,, la directora de la conferencia a la que he venido, para preguntar si había llegado bien:
Ningún problema – contesté yo, que, por supuesto, no iba a confesar mi torpeza.
Ok, voy para allá para que cenemos juntos porque los otros ponentes están al llegar.
Yo pensaba ir a dar una vuelta por la ciudad porque todavía es temprano, las siete y media –contesté sorprendido.
Spanish people!, -exclamó ella entre risas- ¿no sabes que aquí los horarios son distintos y que después de las ocho es difícil encontrar algo de comer?
Así que tuve que cancelar mi primer paseo por la ciudad y esperar a que ellas y los otros ponentes llegaran para cenar juntos una tomatensoep (sopa de tomate) y kip tandoori (pollo tandoori) todo acompañada de varias hertog jan tap groot (jarras de cerveza, Heineken, por supuesto, a pesar de no ser una de mis favoritas)
La cena fue agradable, pero formal, intentando mantener conversaciones con personas venidas de distintas partes del mundo para hablar de la pobreza.
Espero tener mejor suerte mañana y poder salir a pasear una vez terminadas las sesiones de la conferencia porque Ámsterdam presenta una pinta estupenda, con un día primaveral y tulipanes por todas partes.