Revista Opinión

HISTORIAS HOT: Una noche de bodas muy especial

Publicado el 23 agosto 2024 por Johnny Zuri @johnnyzuri
HISTORIAS HOT: Una noche de bodas muy especial 14

La noche se alargaba en una serie de miradas cargadas de intenciones ocultas, mensajes no dichos pero plenamente entendidos. La celebración del matrimonio había sido perfecta, rodeados de amigos y familiares, brindando por un futuro lleno de promesas. Sin embargo, la verdadera celebración apenas comenzaba.

María, con sus 28 años, era una mujer de belleza clásica, con cabello oscuro y ondulado que caía sobre sus hombros como un río de seda. Esa noche, su vestido blanco de encaje la envolvía como una segunda piel, dejando entrever una figura curvilínea que ella sabía usar como arma de seducción. A su lado, Andrés, su marido de apenas unas horas, era un hombre de 32 años, elegante y de porte seguro. Siempre había sido el más sensato de los dos, el más equilibrado, pero aquella noche se le veía distinto, más relajado, con una chispa en los ojos que ella no había visto antes.

Pero la mirada que más la perturbaba no era la de Andrés. Era la de Javier, el mejor amigo de su marido, un hombre de 35 años, alto y de complexión atlética, con esa mezcla de carisma y peligro que hacía que cualquier mujer se sintiera irresistiblemente atraída hacia él. Javier había sido siempre una presencia constante en la vida de ambos, un compañero de fiestas, un confidente, pero esa noche, algo en él era diferente. Su mirada la atravesaba con una intensidad que la hacía estremecer, un deseo no disimulado que encendía algo profundo en su interior. Y María no podía, ni quería, ignorarlo.

La pista de baile estaba iluminada por una luz suave, casi etérea, que hacía que todo pareciera un sueño. La música era lenta, sensual, y las parejas se movían al ritmo, casi fundiéndose en la penumbra. María sintió una mano firme en su cintura y, al girarse, encontró a Javier sonriéndole con esa sonrisa suya, cargada de promesas. Ella devolvió la sonrisa, coqueta, sabiendo que el juego había comenzado.

Sus cuerpos se acercaron, apenas rozándose, pero la tensión era palpable, como una corriente eléctrica que fluía entre ellos. Javier bajó la mano lentamente por su espalda, sin apartar sus ojos de los de ella, y la atrajo hacia sí. María sintió el calor de su cuerpo a través de la tela del vestido, su respiración acompasada con la suya. Todo en aquel momento se redujo a la proximidad de sus cuerpos, a la cadencia lenta de la música que marcaba un ritmo íntimo, personal.

Mientras bailaban, María no pudo evitar buscar con la mirada a Andrés. Lo encontró en la barra, observándolos. Le sorprendió la expresión de su rostro, no había celos, ni enojo, solo un destello de complicidad. Él levantó su copa hacia ella, como si brindara por lo que estaba a punto de suceder, y sonrió. Aquella sonrisa tenía un significado claro: no había objeciones, solo expectación.

El corazón de María latía con fuerza, pero no era miedo lo que sentía, sino una mezcla embriagadora de deseo y emoción. Andrés caminó hacia ellos, cada paso suyo cargado de una promesa no verbalizada. Cuando llegó a su lado, no dijo nada, solo se unió al baile, abrazando a su esposa por la espalda mientras ella seguía bailando con Javier.

Entre los tres, la música se convirtió en un lenguaje propio, una coreografía de deseos entrelazados. Las manos de Javier recorrían su cintura con delicadeza, mientras Andrés, desde detrás, acariciaba su cuello, sus labios rozando su piel con una ternura que contrastaba con la intensidad del momento. María cerró los ojos, dejándose llevar por las sensaciones, por la mezcla de caricias que la envolvían, cada toque encendiendo un nuevo rincón de su ser.

El baile terminó, pero ninguno de los tres se movió. Permanecieron allí, en el centro de la pista, envueltos en su propio mundo. Finalmente, fue Andrés quien rompió el silencio, su voz baja, pero cargada de emoción. “Vamos”, susurró, y María no necesitó más. Se dejaron guiar fuera del salón, las risas y los murmullos de los invitados desvaneciéndose tras ellos.

El pasillo hacia la suite nupcial parecía interminable, cada paso una promesa de lo que vendría. Al llegar a la puerta, Andrés se detuvo, miró a María con una mezcla de amor y deseo, y luego miró a Javier. No hubo necesidad de palabras. Con un movimiento fluido, abrió la puerta y los tres entraron, sabiendo que aquella noche de bodas sería recordada no solo por la unión de dos personas, sino por la complicidad de tres almas que se habían atrevido a explorar los límites del deseo.

MARA SIN BRAGAS, Y LUKE. SU PRIMERA VEZ REAL EN UN CLUB SWINGER.

Mas en: HISTORIAS HOT: Perla y su noche de bodas especial – LLEVAS BRAGAS PRINCESA


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