Revista Opinión
Honesty is the best policy, reza el adagio anglosajón. Una honestidad que en nuestro país cabría trocar por la mentira o similar. En nuestro país y todo aquel en el que el alelo soviético esté claramente marcado como dominante. Y es que de casta le viene al galgo. Fue precisamente Lenin quien rebozó la utilidad de la mentira como arma revolucionaria. De ahí que los unos emanen del terror revolucionario de la Revolución Francesa, sangrienta y cruda como una matanza de marranos; y los otros se desprendan como una cascara seca de La Gloriosa de 1688, cuya nota dominante del Ordenamiento de la Revolución fue la libertad personal bajo el paraguas de la ley. Así, mientras que en la una pasaban por el cadalso a tirios y troyanos, capuletos y montescos, en la otra se entibaban leyes de Tolerancia, Sedición, abolición de la censura, etc., permitiéndoles vivir en paz consigo mismos hasta nuestros días. Todo ello dejando más que en evidencia que la concordancia, la libertad y el respeto a la ley dan más garantías de supervivencia que la imposición de una mitad sobre la otra. Matemática pura.
Sin embargo, la herencia del terror perdura hasta día de hoy. Veinte artistas –o abajofirmantes– y veinte familiares de víctimas leyeron el pasado domingo en el cementerio de la Almudena los nombres de mil quinientos fusilados durante el franquismo. Pilar Bardem, Miguel Ríos, Álvaro de Luna y Marcos Ana entre otros corrieron esa suerte de Linces de la República, como se le conoció a la fuerza de asalto de Azaña. Fue Marcos Ana quien criticó sin despeinarse y sin que se le cayeran los anillos que ningún miembro del Ejecutivo estuviera presente en el acto, ya que "si hubiese cumplido con su deber con la memoria histórica, no seguiría perdurando la memoria de los vencedores". Ahí les duele. La memoria de los vencedores, dice el artista. Es decir, la memoria del franquismo y, por añadidura, la memoria de una posterior democracia. Una democracia de la que siempre huyeron socialistas de toda laya. ¿Acaso no escupieron pestes sobre la misma democracia Largo Caballero y Prieto al tiempo que caían de hinojos ante un posible plan Kerensky a la española con el que instaurar la Dictadura del Proletariado? Dictadura, sí. Una dictadura con todos los mimbres de ser más sangrienta que la franquista, como bien dejaron entrever durante la República. Y es que solamente la seráfica checa de Madrid acabó con doce mil almas. Tan celestiales como aquellos que acometieron los cinco mil fusilamientos de Paracuellos. ¿Tuvieron acaso más garantías jurídicas que estos otros fusilados por los nacionales que ahora lloran los artistas en el video de Azucena Rodríguez y en el cementerio de la Almudena? ¿Es que los paseos llevados a cabo por los milicianos del Frente Popular al más puro estilo gánsteres de Chicago en plena Ley Seca gozaron de un mayor marco de legalidad? Obviamente, no. No obstante, los hay todavía que se adhieren –de igual que la sanguijuela se agarra a la piel– a la infecta idea de que existen dictaduras buenas y dictaduras malas, como ya señalara Revel. De nada tiene en cuenta el jabardillo de avispas progresistas el odio de clases instaurado durante la República por el Frente Popular, así como las persecuciones religiosas realizadas y cuyo precedente más cercano se halla en la persecución de los cristianos llevada a cabo por Diocleciano. Todo muy legítimo y democrático. Muy soviético.
Así, de igual que los peces se mantienen a flote gracias a la vejiga natatoria, para estos artistas que ni pincharon ni cortaron durante la República –ni mucho menos durante el franquismo– existe una suerte de vesícula escondida que les hace sacar a flote sus deseos e invenciones particulares a fin de crear una nueva historia de España que se ajuste a sus quimeras personales de manual. Un antifranquismo de chichinabo que representa mejor que nadie Pedro Almodóvar. Como escribiera en un brillante artículo en LD José García Domínguez titulado "Yo, Pedro Almodóvar" cuando falleció Franco contaba ya con sus veintiséis años bien cumplidos, y mientras que muchos de esos fachas retrógrados como el propio José García, Jiménez Losantos, Sánchez Dragó, Díaz Herrera, Escohotado y un larguísimo etcétera se jugaban su propia libertad luchando en el PCE-PSUC, PSP, CNT y demás potajes marxistas, Almodóvar «se enroló en las heroicas milicias nocturnas del J&B». Todo un luchador. Y comprometido además. Un franquismo que encuentra más simetrías con el Gobierno de Zapatero que con los trogloditas del PP, que diría Pepiño. Simetrías entre el Plan Badajoz y los planes de sostenibilidad y demás tómbolas de Zapatero; simetrías entre el Instituto Nacional de la Vivienda de Franco y el Ministerio de la Vivienda actual; simetrías entre la paga de junio o paga del 16 de julio llamada anteriormente con la que Franco celebraba el día del Alzamiento Nacional –herencia franquista que ningún defensor de la Memoria Histórica se atreve a rozar– y los cuatrocientos euros de Zapatero; simetrías entre la admiración compartida por Fidel Castro, hasta tal punto que Fidel decretó tres días de luto oficial a la muerte del General Franco, dada la protección que le brindó a Cuba durante el embargo norteamericano; simetrías entre el afán personalista que Franco abanderó durante todo su mandato de igual manera que el propio Zapatero gobierna de acuerdo a la voz de su conciencia; simetrías entre el gusto por la protección social de Franco, quien creara la Seguridad Social, y Zapatero, experto en cubrir todo aquello cuanto toque con la laca de lo social; y simetrías, ante todo, entre el autoritarismo de ambos dirigentes, pues no conviene olvidar que Franco fue autoritario, no totalitario. Tal es así que, como denunciara Solzhenitsin a su paso por España, no cabía en su concepción de dictadura totalitaria que en los kioscos se encontrara prensa de todo el mundo, al igual que se pudieran realizar fotocopias en las imprentas. Detallitos impensables en su Unión Soviética. Unas simetrías, en definitiva, que no hacen más que dar la razón a Esperanza Aguirre cuando declamó en el programa 59 segundos que Franco era bastante socialista.
Pero la claque progre, imbuida más por sus deseos personales que por la mera objetividad, dedica sus letanías a desmochar a un supuesto genocida procapitalista como Franco mientras que abrazan una República que, según su versión, nos trajo la democracia actual sobre la que se levantan los pilares de la libertad y la Ley como eje radial de la sociedad. Ignoran el intento de Golpe de Estado llevado a cabo por frentepopulistas en octubre de 1934 al abrigo de la Unión Soviética, siempre al tanto de lo que acontecía en España, hasta tal punto que el posterior bombardeo del aeródromo de Tablada fue realizado por un escuadrón de aviones Katiuskas comandados directamente por los soviéticos, por no mencionar la decena de buques soviéticos que nutrían de combustible y armamento al Frente Popular comenzada la guerra; o el asesinato de Calvo Sotelo a manos de la guardia personal de Prieto y que desencadenaría la Guerra como él mismo comunicara al Ministro de la Gobernación; o las baladronadas del socialista González Peña, quien declamaría que la Revolución de Asturias habría fallado por una supuesta «juridicidad» que la empañó y por lo cual exigía para la próxima Revolución un grupo de las cuestiones previas encargado de sanear los edificios públicos a fin de quitar la mala hierba; o las palabras de Enrique Castro Delgado, que impuso la fórmula de «matar, matar y matar, para después construir el socialismo»; o aquellas otras de Andreu Nin sosteniendo que la clase trabajadora no tenía las armas en la mano para defender una República democrática, dejando entrever así su pasión por la Dictadura del Proletariado. Y así, todo un rosario interminable de barrabasadas.
Ocurre, sin embargo, que cuando se altera la paz de los muertos de uno solo de los bandos que participaron durante una guerra civil, los del otro patalean, se revuelven bajo la tierra y reclaman su lugar en la historia. Así las cosas, raya lo evidente que en ambos bandos se cometieron atrocidades. Unas atrocidades que los artistas de la ceja parecen ignorar u ocultar conscientemente, y a las que José María Zabala le dedica cuatrocientas páginas en su libro titulado Los horrores de la Guerra Civil, en el que se cuentan testimonios que van desde el sadismo con el que algunos cadáveres de religiosos descuartizados eran arrojados como alimento a una piara de cincuenta cerdos, a aquel otro en el que un carcelero, tras ofrecerle todo un banquete de carnes a un preso, le espeta al finalizar el almuerzo que se acababa de comer a su propio hijo. Testimonios que bien cabrían en uno de esos videos tan del gusto de los artistas. Sin embargo, cuando la historia se basa más en deseos personales que en hechos, ocurre que la mentira se desenmascara y despierta la verdad, buscando ésta vías de escape como el agua busca el río. Y ocurre también que mientras unos se dejan arrastrar por el odio más cainita, los otros perdonan, como es el caso de Alfonso Ussía y los tantos familiares que se dejaron ver en La Razón.
En este punto al que tratan de conducirnos de nuevo los revisionistas a traves de un carril unidireccional, conviene recordar las palabras de Ortega y Gasset –republicano asqueado de ese mismo sectarismo que ahora enarbolan los artistas y por el que abandonó la causa republicana junto a Marañón y Pérez de Ayala– con las que zanjó un debate sobre cuál de los dos bandos había sido más sangriento: «Mire usted, cuando se llega a lo métrico decimal, mal asunto», replicó.