Revista Insólito

Historias y estampas del ayer

Publicado el 25 septiembre 2024 por Monpalentina @FFroi


Ejecutando unos u otros juegos dependiendo un poco del tiempo del calendario y otro poco de la moda del momento o de la ocurrencia de alguien que hiciera que predominase más en uno u otro sentido éste o aquel juego. Eso sí, si el grupo se decidía por un determinado juego, poco a poco cada día íbamos apareciendo cada uno de nosotros con el instrumento o el útil necesario para el juego: la peonza, el pincho de madera, la cuerda, la chapa o el platillo, los cromos, etc., etc.

Y claro, en todos nuestros juegos tenía una importancia primordial el fútbol. Por lo que dedicar un tiempo razonable cada día a la práctica de este deporte en una de las eras centrales del pueblo, era algo de obligado cumplimiento. Dependiendo en ocasiones, eso sí, de la buena disposición que tuviese en un determinado momento el que era el propietario del balón, de si le soltaba o no cuando al resto nos apetecía jugar un partido de fútbol.

Los días se nos hacían siempre excesivamente cortos para tantas actividades como queríamos realizar a lo largo de sus horas. Y andar siempre de acá para allá, ocupados en decenas de juegos de diferentes características, era nuestra máxima diaria; por lo que tan pronto se nos podía ver en una zona del pueblo, como al minuto siguiente haber desaparecido de ella para poder desarrollar nuestro siguiente juego en la parte opuesta del mismo. Y así sucesivamente a lo largo de la jornada. Porque éramos completamente libres en nuestras andanzas y correrías por el pueblo. Aunque no por ello, no es que no estuviésemos atentos también a lo que de novedad ocurría en sus calles. Por ejemplo, de si llegaba algún vehículo - tipo coche, camión, motocicleta- que no fuese de allí; por lo que, de inmediato, nos picaba la curiosidad y corríamos detrás de él para saber dónde se detenía y cuál era el motivo que le traía hasta allí. Igual que pasaba con los vehículos ya habituales, los que suministraban al pueblo el pan, la carne, el pescado o la fruta. Convirtiéndonos a veces, ya que pasábamos por allí, en verdaderos pregoneros de la mercancía para los vecinos al ir anunciando en voz alta calle por calle la llegada de tal o cual proveedor.

En este sentido y en este orden de cosas, siempre nos sorprendía a los chavales la llegada al pueblo con una cierta regularidad de una furgoneta repleta de productos de alimentación que podían formar la cesta de la compra de aquel entonces; así como portadora también en su interior de otra serie de utensilios o útiles para la casa de diaria necesidad. Y que, al comprobar cómo la furgoneta portaba en su interior todo lo más imprescindible que las familias podían necesitar para el día a día, convinimos en bautizar al propietario de la misma como "el Arca de Noé". Porque llevaba consigo un poco de todo lo que te pudieses imaginar en aquel entonces. Y es que cualquier cosa que se le pidiese, allí aparecía con ella frente a la gente después de revolver algunos instantes en el interior de la furgoneta. Por lo que con ese cariñoso apodo se quedaría para el resto del tiempo.

Otra de las personas curiosas que habitualmente llegaba al pueblo con una cierta asiduidad, era el "afilador". Y la verdad que, en este caso, los chavales no le profesábamos especial cariño; e incluso nos podía llegar a producir un cierto miedo por momentos. Su aspecto físico era ya un tanto extravagante, mostrando también por su parte muy poca empatía para con nosotros, y hasta un mal genio, unido a su potente voz, que nos asustaba a veces. Si a todo ello le unimos que el artilugio con el que se hacía acompañar para ejercer su profesión de afilador resultaba ya un tanto extraño de entrada, y que cuando lo ponía en funcionamiento y se encontraba en plena faena, hasta las chispas que saltaban al exterior por la fricción del utensilio a afilar con la piedra, nos producían un cierto rechazo a su figura. Momento en el que su voz retumbaba con más fuerza si cabe al indicarnos, enfadado, que nos alejásemos de allí para que las chispas no nos alcanzasen. Y claro, el hecho de que siempre apareciese pertrechado de un gran paraguas negro entre sus pertenencias, no importaba la época del año que fuese, nos inclinaba mucho más a seguir mostrándole nuestro rechazo de manera casi general.

Y es que nuestras dotes de observación, para luego hacer nuestras propias componendas, no parecían tener límite en aquellos años cuando chavales en el pueblo.

Historias y estampas del ayer

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