Revista Cómics
Hoy, en la biblioteca, he ido a sentarme a la sección de biografías, sólo porque allí hay dos sofás muy cómodos, al lado de un ventanal. Al poco, en el sofá de enfrente se ha sentado, a leer un libro que había recogido de un estante, un tipo vestido con unos bermudas muy feos, una camiseta sin mangas también muy fea, el cráneo afeitado y una cara que no te gustaría encontrar en un callejón oscuro, ni en uno iluminado. En la comisura de la boca apretaba un cigarrillo de plástico, de esos que antes decían que servían para dejar de fumar, aunque más que nada servían para hacer el canelo. En uno de los brazos que emergían del pingajo de camiseta sin mangas se había hecho tatuar el símbolo taoísta del ying y el yang, pero resultaba evidente que aquel trabajo tan tosco no se lo habían hecho en ningún salón de tatuajes; recordaba más a los que te hacen en la Legión, o en la cárcel.
Pero nada de eso me inquietó especialmente, pues ahora en verano parece que a todo el mundo le da por vestirse con los bermudas, las camisetas y las sandalias más horrendos que se pueden comprar con dinero, si tienes mal gusto para vestirte no lo tendrás bueno para escoger tatuajes, y gente de aspecto peculiar la hay en todas partes. A patadas. Algo más me inquietó que el libro que estaba hojeando, absorto y apretando los labios alrededor de la boquilla de su cigarrillo de plástico (aunque sospecho que, más que leer, estaba mirando las fotos) fuera De Adolf a Hitler, una biografía del Führer, obra de Thomas Weber, que dicen que es bastante buena (aunque no creo que tanto como la de Allan Bullock). Y todavía más me inquietó que, de repente, cerrara el libro, se quitara el cigarrillo de plástico de la boca y se pusiera a hablar con la foto de Hitler que ilustra la portada. No entendí lo que decía, porque hablaba en voz muy baja (claro, es que estábamos en una biblioteca) pero creo que en algún momento mencionó a Ada Colau, la alcaldesa. O quizá no. Al poco se levantó, volvió a colocar la biografía en su sitio y se marchó, pasillo allá. Desde el estante, la foto de Hitler me miraba fijamente, sin pestañear. Tuve que levantarme y recolocar el libro, porque el rapado del cigarrillo de plástico lo había dejado un poco torcido.