Revista Cine
"Redujiste a cenizas Berlín y Viena... Nos arrebataste las puestas de sol de Caspar David Friedrich... Todo lo demás lo ocupaste y contaminaste. Todo: el honor, la fidelidad, la vida rústica, la pasión por el trabajo, el cine, la dignidad, la patria... ¡Te felicito!"(Fragmento de la película)
Por mucho que los "Ilegales" se empeñasen en decir aquello de "nazis, simpáticos los nazis"[1], nada tiene de eso, ni tan siquiera mínimamente, la cabeza visible de aquel movimiento, el escritor del Mein Kampf [2], Adolf Hitler.
Adolf Hitler no dista mucho del protagonista de "Esperando el fin del mundo" [3]. Ambos sueñan con el caos y la destrucción. En realidad, Hitler no dista demasiado de cientos y cientos de personajes grotescos, enfermizos, crueles, malvados, que pueblan nuestras peores pesadillas. Lo malo de esto, es que Hitler no es, tristemente, un personaje de ficción, sino una aberrante realidad.
Hitler encarnaba lo que J.G. Ballard definió como el "prototipo del hombre semiculto del siglo XX" [4], al menos hasta su primer y fallido intento de usurpación del poder, momento en el que la concepción sobre sí mismo, influenciada por todos los pájaros negros que revoloteaban alrededor de él, cambió drásticamente. Un prototipo que tenía, como cualidad diferenciadora, las ínfulas de poder y fanfarronería de creer ser una mente brillante forjada por un espíritu autodidacta. No deja de resultar "curioso", siempre me lo ha parecido, y escalofriante, que toda la aversión que Hitler sentía hacia el pueblo judío (un antisemitismo que, recordemos, estaba extendido por la gran mayoría de Europa), toda esa caza indiscriminada que orquestó hacia ese pueblo, tuviese bases meramente biológica (y no política como cabría esperar), de ahí esa repulsión física y esa reiteración de vocablos en sus discursos como "repugnancia", "porquería", "absceso" o "limpieza"...
Tal vez, si Adolf Hitler no hubiese existido, todo este horror nunca se hubiese producido... O tal vez sí, quizás aquello era inevitable y otro hubiese ocupado su lugar como egocéntrico y pretendido rey del mundo, si atendemos a lo que el controvertido Hans Jürgen Syberberg, siempre preocupado por la historia y la cultura de su nación, nos quiere explicar en "Hitler, un film de Alemania" [3].
Syberberg es uno de esos directores, integrante de lo que se denominó Nuevo Cine Alemán, que por trabajos como el que nos ocupa, fue epicentro de críticas y desprecios en su país, pero alabado y endiosado en el resto del mundo. Admirador de Melies, Griffith o Eisenstein, su cine no se aleja demasiado de la magnificencia, la artesanal y la maravillosa puesta en escena de las películas de estos directores. Syberberg busca, con sus filmes, aunar los conpectos racionalistas del siglo XVIII y la mística del romanticismo, intentando siempre que imagen y sonido sean dos cuerpos independientes, discontinuos, en los que la imagen complemente y de significado al voluntario barroquismo de la palabra y la música, y no al revés.
Esta no es tan sólo una película sobre uno de los mayores monstruos de la Historia moderna, sino que es, además, un bretchiano y atípico retrato de la maldad del alma humana. Lo que esta megapelícula (compendio de películas sería más apropiado) nos quiere revelar como verdad última, con mayor o menor acierto, de forma más o menos discutible, es que todos y cada uno de nosotros guarda en su interior un monstruo oscuro, subyugante, hipnotizador y tenebroso; en definitiva, todos tenemos un Hitler dentro y sale a la luz, porque el resto de la humanidad permite que así sea.
Esta afirmación, al menos la primera parte, tan tajantemente expuesta por Syberberg me parece, cuanto menos, ciertamente discutible, ya que si bien todos y cada uno de nosotros guarda dentro de sí algunos momentos oscuros, de furia, inconfesables y reprochables, no considero que, por ello, por la imperfección egoísta e interesada del alma del ser humano, uno tenga que ser, o pueda llegar a ser, necesariamente, un genocida. Y es que de la célebre frase de Plauto "el hombre es un lobo para el hombre", a ser un asesino de masas, dista mucho. Muchísimo.
"Hitler, un film de Alemania", además de la mejor película de Syberberg, es el tercer pilar sobre el que el director asienta su trilogía sobre Alemania, junto a "Ludwig II. Requiem für einen jungfräulichen König", que gira en torno a la figura de Ludwig II de Baviera, al que Syberberg considera el último gran político de Alemania, y "Karl May. Auf der Suche nach dem verlorenen Paradies", que habla de la cultura alemana que el nazismo corrompió (y, también, con sus actos, la europea).
Si bien este film no habla explícitamente del Holocausto (una de las pocas pegas que le pondría yo a este intersantísimo ejercicio artístico, como es la incapacidad que demuestra de narrar y hablar de lo supuestamente inenarrable e irrepresenable, no por no factible [5], sino por ser tabú), Syberberg sabe que es necesario descubrir las causas que lo propiciaron y los hombres que estuvieron detrás de aquello. Lógicamente nadie puede creer que una buena mañana algo rompió la cotidianeidad y el caos surgió de la nada. No. Como ya hiciesen Haneke [6] o Bergman [7], Syberberg se adentra en el huevo de la serpiente, en las semillas de caos que, al germinar, dieron como fruto el horror más doloroso. Y esto es uno de los mayores aciertos de este particular exorcismo de una nación incapaz de despojarse definitivamente de las manchadas ropas de su pasado.
"Hitler, un..." está considerada una pieza fundamental en la cinematografía sobre el nazismo, ya que su discurso histórico-político es una base sobre la que se han asentado decenas de estudios, largometrajes y documentales posteriores. Yo no llegaría a los extremos de autores como Foucault o Susan Sontag que la defienden como monumental y obra maestra absoluta, pero sí que coincido con ellos en la importancia de este film y en lo interesante y necesario que es, tanto como documento, como obra de arte que emplea el cine como objeto de síntesis de todo tipo de manifestaciones artísticas de muy diferente procedencia, como puedan ser las marionetas, el teatro, la fotografía, el collage, la ópera, la escultura, la música o el circo.
Esta mezcolanza de estilos, el uso que hace de los actores (ya sean reales, ya sean marionetas) con el entorno, es lo que, bajo mi punto de vista, hace atractivo el conjunto y es lo que le acerca al teatro diléctico, que origina el debate e interacciona con el público, rompiendo la cuarta pared, que tan característico es de Bretch [8], autor al que Syberberg, en su adolescencia, ya había adaptado en grabaciones caseras en 8mm.
Los 442 minutos de metraje están divididos en cuatro capítulos: "Der Gral", "Ein deutscher Traum", "Das Ende eines Wintermärchens" y "Wir Kinder der Hölle" [9], abarcando un espacio que va desde los comienzos con la mitología como base, hasta el hundimiento de la Alemania nazi y el posterior poso pesadillesco que dejó atrás.
El primero de los capítulos, "Der Gral", gira en torno a la idea de culto mitológico de Hitler; "Ein deutscher Traum", el segundo de este compendio, versa sobre la herencia cultural pre-nacionalsocialista; "Das Ende eines Wintermärchens" el tercer eslabón de la cadena, nos habla del Holocausto y de la ideología que hay tras él; por último, "Wir Kinder der Hölle", nos muestran las cenizas de lo que quedó y qué surgió de ellas.
Hay un aspecto en el que el film de Syberberg podríamos decir que va en consonancia con el de Lanzmann ya citado anteriormente, y es en el hecho de asentar el peso de la historia en la palabra, evitando así que el recuerdo de lo que se nos cuenta quede íntimamente ligado a una imagen que tal vez no sea con la que debiéramos quedarnos. Con dicha palabra, Syberberg quiere hacernos partícipes de una explicación lógica del porqué de la aparición del nacionalsocialismo; nos dice que uno de los principales motivos por el que surgen este tipo de movimientos, vienen dados por el fanatismo del pueblo, de la muchedumbre hacia el político poderoso y omnipotente, que trata de automatizar la cultura para controlar a las masas. Y esto es algo que han apuntado otros autores, como Kracauer [10], que expuso una tesis en la que comparaba los personajes del cine expresionista con el asentaminento del "automatismo" hitleriano en el alma de Alemania, algo que también sugirió Walter Benjamin, quien veía una afinidad entre el arte del movimiento automático del cine y la automatización de las masas. Es decir, la política se convierte en arte y éste en política.
La palabra, el eje central del film, al final, después de acabar de visionar el conjunto, se erige como paradigma de lo innombrable, de ese Auschwitz que Syberberg prefiere evitar en todo lo posible [11]. Este no mostrar, no necesariamente de forma especular, el no hablar de los campos de exterminio, creo que viene dado no ya por un reparo a la hora de posicionarse, sino que no sabe cómo hacerlo y cómo encajar el significado del horror en su poliédrico discurso. Es claro que este trabajo fílmico gira en torno a Hitler y la decadencia de la cultura alemana, pero creo que es claro, también, que es un tema, el de los campos de concentración, que no debería pasarse por alto y que va enteramente ligado a Hitler y a su nacionalsocialismo.
Uno, durante todo el metraje, no puede dejar de pensar en la ambigüedad de la que hace gala Syberberg, pero tal vez debemos escuchar sus propias palabras para comprender el por qué de esa sensación: “No siempre se construye un programa dialéctico con opiniones como bueno/malo o duro/blando, sino también con juegos de ambigüedad y el juego de posibilidades. Por eso se rodará una película alrededor de la vida y de los personajes, se pesarán el pro y el contra y finalmente se pondrá en discusión, implicando forzosamente un juicio, pero todo esto se ha de hacer sin agitación. Esta dialéctica de una filosofía del humanismo, obras de arte dialécticas como herencia de una época humanista (tan grandes y deseables como sean en tanto que archivos de material documental sobre el acercamiento para películas de no ficción), encuentra su equivalencia artística en las ficciones del director cuando puede hacer una aportación y así crear nuevos universos compuestos de citas y de señales de su trabajo”
Aún así, a pesar de esa ambigüedad cuestionable, la no presencia de la barbarie nazi de Auschwitz, es una grandísima película que nadie debería perderse. Y descubrirán, con pavor, que durante este viaje a la locura de la mente de un hombre, de una sociedad, las imágenes, sombrias, oscuras, tristes, apocalípticas, estarán enmarcadas con palabras de pesar, como de luto.
Imágenes incompletas de un horror sugerido, pero no exorcizado.
ARTÍCULO ORIGINALMENTE PUBLICADO EN EL NÚMERO 1 DE LA CAJA DE PANDORA.
NOTAS:
[1] En su polémica canción "Hail! Hitler", de 1982, hecha, según sus propios testimonios, con el único propósito de ofender a los hippies y "provocar por provocar".
[2] Libro que en un principio iba a llamarse "Cuatro años y medio de pelear conra las mentiras, la estupidez y la cobardía: un ajuste de cuentas con los destructores del movimiento nazi". Nombre que cambió por el conocido "Mein Kampf" siguiendo una sugerencia de Max Amann, editor del mismo.
[3] Escrito por Madison Smartt Bell.
[4] "Lenguajes de la sinrazón", artículo aparecido en 1969 en "New Worlds"
[5] Como sí supieron hacer, impecablemente, Alain Resnais o Claude Lanzmann con "Nuit et brouillard" y "Shoah" respectivamente.
[6] En "La cinta blanca".
[7] En "El huevo de la serpiente"..
[9] "El Grial", "Un sueño alemán", "El final de un cuento de invierno" y "Nosotros hijos del infierno", respectivamente,
[10] En su recomendabilísimo libro "From Caligari to Hitler".
[11] No va a mostrar “pornografía izquierdista sobre los campos de concentración”, dice al principio.