San Bernardino Realino, presbítero jesuita. 3 de julio.
Nació el 1 de diciembre de 1530 en Carpi, Módena. Sus padres se llamaron Francisco Realino e Isabel Bellentani. Su infancia se desarrolló en el palacio del príncipe Luis de Gonzaga, pues su padre era caballerizo mayor del príncipe. Fue un niño y adolescente amante del estudio y las letras, y los estudios se le daban muy bien, obteniendo siempre excelentes calificaciones.A los 18 comenzó los estudios de Filosofía en la Universidad de Módena, donde igualmente fue de los mejores estudiantes. Su carácter bondadoso y amigable le traía la admiración de los buenos y la envidia de los malos. Algunos de estos pretendieron ser sus amigos para llevarle por la senda de los vicios y así no tener un ejemplo de virtud ante ellos. Así, poco a poco, Bernardino fue enfriando la piedad y limitando las horas de estudio, mientras perdía el tiempo en juergas, bromas y galanteando muchachas. Su madre se limitaba a orar por él y a reconvenirle con buenas palabras.
Finalmente, Bernardino recapacitó y se alejó de aquellos malos amigos, hizo una confesión general y volvió a la misa diaria, la comunión frecuente y los ejercicios de devoción que siempre realizaba. Y para alejarse aún más de las malas compañías, se trasladó a la Universidad de Bolonia. En los días de la mudanza a la nueva ciudad, la señora Isabel falleció repentinamente, sin que Bernardino pudiera despedirse de ella. Supo que unos parientes de su madre que vivían en Ferrara habían usado malas artes para quitarle unas posesiones y herencia que le correspondía, y esta ciudad se fue a reclamarlas. Se enfrentó al juez injusto y cuando este le recibió de mala manera, Bernardino sacó su espada y le atacó. Aunque el juez esquivó el golpe y no recibió herida alguna, aquella osadía no podía quedar sin castigo y Bernardino fue desterrado de la ciudad de Ferrara.
Todo esto hizo mella en el santo, que decidió dedicarse mejor a los negocios del alma y la salvación, al tiempo que volvía a sus estudios. Dedicaba diariamente varias horas a la oración y meditación, hacía obras de caridad y mejoraba en los estudios. Una vez doctorado en Filosofía, su padre le consiguió una audiencia con el cardenal Madruzzo, a la sazón gobernador de Milán, y a quien su padre servía desde hacía unos años. Las influencias del cardenal, más la simpatía del príncipe Segismundo, lograron que en 1556 Bernardino fuera nombrado Gobernador de Felizzano. Este cargo duraba un año, y al cabo, los habitantes de la ciudad querían que Bernardino siguiera en el cargo, mas Bernardino aspiraba a más, por lo cual logró ser nombrado fiscal en el Piamonte, luego gobernador de Casino.
Sus dotes de gobierno hicieron que el marqués de Pescara le nombrase en 1562 para el gobierno de Castel-Leone, la ciudad principal del Estado de Milán. Era esta una ardua tarea, pues la región estaba sembrada de rencillas y odios entre familias enfrentadas entre sí. Abundaban los bandoleros y maleantes. Bernardino echó mano de la bondad y de la justicia y mano dura al mismo tiempo. Impuso la ley para todos, pobres o ricos. Castigó a los culpables y perdonó siempre que pudo, más imponiendo algún castigo leve o multas. Al cabo de un año la región era otra. Estaba hecha la paz, o al menos les el temor a delinquir o tomar venganza, por lo cual poco a poco se fueron calmando los ánimos y hubo más de una conversión y sincero perdón entre rivales. A la par de su trabajo en el mundo, Bernardino no descuidaba su alma. Tenía varios ratos de oración y meditación, asistía a misa y rezaba el rosario cada día. Frecuentaba los Sacramentos y no se perdía una prédica, novena o procesión.
Dos años debía durar su cargo, mas en 1564 los habitantes de Castel-Leone quisieron que siguiera en el cargo, deseo que fue concedido por Isabel de Gonzaga, quien gobernaba en ausencia de su marido. Pasados dos años más, el marqués le quiso en su corte y le nombró Oidor y Lugarteniente. En esta época escribió Bernardino una obra sobre el modo cristiano de regir los Estados, que fue leído por todos los príncipes y nobles de los Estados italianos.
El santo gobernador vivía contento en el mundo. Piadosamente, pero en el mundo. Mas una noche en que meditaba sobre la Natividad del Señor, su soledad y abandono, se le apareció Cristo en forma visible de hermoso Niño. “¿Dónde querrías ponerme, Bernardino?", le preguntó el Divino Niño. Y el santo sin dudarlo, abrió su camisa y señalando su corazón, dijo “Aquí”. Esta visión le dio gran consuelo al tiempo que avivaba en su alma una inquietud por servir mejor a Cristo. Mas no sabía cómo.
Y he aquí como ocurrió su vocación: un día que caminaba por la ciudad, vio a dos jóvenes de sotana que caminaban en sentido contrario, con los ojos bajos y aspecto angelical. Quiso saber Bernardino quienes eran y les preguntó. Al saber que eran jesuitas, una Orden nueva, se admiró, y el domingo siguiente se fue a misa allí. Predicó ese día el padre Juan Carminata, discípulo de San Ignacio de Loyola (31 de julio y 20 de mayo, la Conversión), quien ponderó tan bien la vida eterna sobre lo caduco del mundo y de los bienes de este, que Bernardino necesitó hablarle de sus dudas y deseos de servir a Cristo resueltamente. Carminata le mandó hiciera un retiro espiritual de 8 días pidiendo a Dios le iluminara.
Así hizo el santo Realino, y en el mismo retiro reconoció que debía abandonar el mundo y tomar la sotana. Además, sería a la Compañía de Jesús adonde dirigiría sus pasos. Solo le dolía su anciano padre y causar agravio al marqués de Pescara, quien tanta confianza le tenía y esperaba de él. En esas estaba cuando un día que rezaba el rosario, tuvo una visión de la Madre de Dios, quien le animaba a desechar aquellas tentaciones, confiar en su Divino Hijo e ingresar sin más en la Compañía de Jesús. Así se dispuso Bernardino, escribiendo a su padre y al marqués, recibiendo como respuesta la bendición de ambos, lo cual le llenó de sorpresa y alegría.
El 13 de octubre de 1564, tomó la sotana en el Noviciado de Nápoles, teniendo 34 años de edad. Esta causa, sus estudios previos y su experiencia en el mundo, hicieron que los superiores le mandaran a estudiar la Teología a los seis meses de novicio, lo cual no era lo acostumbrado. Terminados los estudios, Bernardino fue ordenado sacerdote de Cristo el 24 de mayo de 1567. Fue predicador en Nápoles durante tres años, al cabo de los cuales el General de la Orden, San Francisco de Borja (3 de octubre) le dispensó de más años de espera, y le dio la profesión solemne de cuatro votos el 1 de mayo de 1570.
Ese mismo año fue destinado a Lecce, donde ejerció una espectacular misión durante años. Predicaba, visitaba a los enfermos, a los pobres, las cárceles, y gastaba muchas horas en el confesionario, llegando a estar en ello días enteros. En algunas ocasiones terminó desmayado de la extenuación. E incluso si era trasladado a la enfermería, allí aún recibía a sus amados penitentes.
Realizó Bernardino varios milagros que acentuaron su fama de hombre de Dios, pero más que estos, eran sus ejemplos de bondad, pobreza, penitencia, los que le atraían las almas para ser renovadas y mejor servir a Dios. Sus palabras siempre eran sobre Dios y las cosas del cielo. Sus ayunos constantes y prolongados, llegando solo a comer pan y hierbas durante la cuaresma. Empleaba todo el tiempo que podía ante el Sacramento, incluso robándole horas al sueño, y de ordinario dormía muy poco. Su oración era muy encendida y en ocasiones se le vio levitar mientras oraba extasiado. Una vez en que estaba en la enfermería, se le apareció la Santísima Virgen con el Niño, preguntándole “¿Por qué tiemblas?” “Tengo frío Señora", fue la respuesta. Y al punto, la Madre de Dios le colocó su hijo en brazos del santo religioso, quien sanó repentinamente y volvió a su ingente labor sacerdotal.
Llegó Bernardino a los 80 años y nunca tenía tiempo para si mismo, sino para Dios y sus fieles, mas Dios quería ya darle su premio. El 29 de junio de 1616 se sintió muy débil y perdió el habla. Hay que decir que desde 1610 el buen Bernardino ya parecía en el otro mundo, luego de una caída desde la escalera que había sufrido provocándole un fuerte golpe en la cabeza. El 2 de julio recibió los Últimos Sacramentos y exclamando “¡Oh, Santísima Señora mía!”, expiró dulcemente.Sus funerales fueron muy sentidos y duraron varios días a causa de la cantidad de fieles que procesionaron ante sus restos para venerarlos por última vez. El papa León XIII le beatificó el 27 de septiembre de 1895. Pío XII le canonizó en 1947.
Fuente:
-"El Santo de cada día". EDELVIVES. Huesca, 1946.
A 3 de julio además se celebra a: