Revista Cine
Hará unos meses que el amigo David me sugirió, recomendó, propuso, que a la que tuviera posibilidades le diera un vistazo a una película que le pareció interesante, digamos que por encima de las medianias que proliferan en las pantallas actuales. Una película de intriga, basada en una trama novelesca originaria de los países nórdicos.
Y mira por donde la acaban de presentar en las pantallas españolas precedida de una mini campaña promocional que me ha sorprendido, ocupando en un diario con tanta solera como La Vanguardia más espacio del que jamás hubiera imaginado: serán cosas del agosto, de los becarios y de la falta de noticias de interés, o quizá del grupo de presión que nos apabulla con toda clase de "fabulosas", "interesantes", casi que "imprescindibles" narraciones que provienen de los fríos países europeos más cercanos al Polo Norte, una invasión que particularmente me empieza a cansar.
Este fin de semana se ha presentado -con notable retraso- en las pantallas españolas una película del año pasado originaria de Noruega, titulada Hodejegerne (2011) que, en un nuevo alarde de estupidez supina se presenta en España con su título estadounidense, Headhunters, como si nuestro riquisimo vocabulario se hallara huérfano de vocablos como cazatalentos
Es el tercer largometraje dirigido por Morten Tyldum y se basa en una novela -dice que de éxito- escrita por Jo Nesbo, guionizada por Lars Gudmestad y Ulf Ryberg
Tratándose de una película de intriga habrá que cuidarse de no desvelar nada que comporte desilusión al cinéfilo que se acerque a verla, por lo que los aspectos de la trama deberán difuminarse al máximo: no obstante,se puede relatar que la trama gira en torno a la personalidad de un tipo, Roger Brown, que se dedica a proporcionar candidatos a puestos directivos en multinacionales y grandes empresas y aprovecha su exhaustivo conocimiento de los currículos de los interesados para conseguir emolumentos adicionales a base de robar obras de arte que forman parte del patrimonio de esas personas.
La doble vida de un protagonista cinematográfico no es ninguna novedad y forma parte de los prototipos que enriquecen la fauna pobladora del cine negro en particular, precisamente la región en la que el espectador avisado no se escandaliza por la moral difusa y los principios poco éticos que manejan cotidianamente quienes pululan por esas pantallas, muy a menudo en historias en las que los amantes se traicionan y apuñalan sin compasión para deleite y satisfacción del apetito de tragedia clásica que en el fondo es lo que sacia y calma los ánimos del respetable que suele pedir, como mínimo, que no le engañen.
La propuesta de Tyldum, que los críticos banales se empeñan en situar en las coordenadas de la famosa trilogía del milenio, en realidad bebe en las fuentes del negro más clásico, aunando la fatalidad de las circunstancias que surgen de lo desconocido con la presencia de la mujer fatal, pero no acaba de funcionar con la fuerza deseable por diversos motivos que sin llegar a desmerecer un producto que permanece en la memoria como digno, no alcanza el notable a causa de dos elementos cruciales en una historia del género:
Hay en el guión -no he leído la novela, pese a que se acaba de publicar, quizás relanzar, con motivo del estreno de la película- un fallo que cualquier cinéfilo advertirá como subsanable con facilidad: el macgufin que nos presentan no es tal, pese a ser interesante, y el verdadero macgufin aparecerá de repente, para todos, demasiado tarde, perdiendo intensidad. Dicho de otro modo: Don Alfred se hubiera precipitado a informar al respetable público del verdadero macgufin a los diez minutos de la narración, permitiendo que todos, excepto el protagonista, supiéramos el porqué pasa lo que pasa. Y hubiéramos simpatizado -o no- con un protagonista al que le pasan muchas cosas.
Muchas cosas que se nos cuentan en cien minutos, que es una muy buena medida, pero, y ahí está otro defecto subsanable, con unos minutillos de sobra. Hasta los primeros 30 minutos, el pulso de Tyldum no tiembla y se mantiene firme y acompasado a lo que narra, con un vigor estimable, dominando el tempo narrativo, una caligrafía cinematográfica sin aspavientos pero adecuada a lo que cuenta; a partir de ahí, por momentos, las escenas aparecen como alargadas, excesivas algunas, con tiempos muertos y morosidades que quizás pretendan resultar intensas pero que rompen el ritmo de la trama en la que el tiempo es un factor a considerar, y permanece la sensación que, en la mesa de montaje, entre Tyldum y Vidar Flataukan -el encargado del montaje- algo no acabó de funcionar y en esos páramos visuales se dispersa buena parte de la fuerza que la historia alberga: unas buenas tijeras, total diez minutillos o menos de corte, ayudarían no poco a mantener la energía del conjunto.
Un conjunto que representa una continuación en el mantenimiento del género negro desde la perspectiva europea, lo que es bueno, máxime porque de momento no hay atisbos de la progresiva infantilización que nos llega del otro lado del atlántico, aunque en casos como el presente el producto no pueda siquiera aspirar a considerarse de primera categoría porque las interpretaciones no son acordes a los requisitos esperables, un elenco bastante flojo en todos los sentidos, aceptable, sí, pero no admirable.
En definitiva, una película que en el marasmo veraniego puede resultar interesante sin esperar de ella grandes virtudes, una película digna que hubiera podido ser mucho mejor con unos retoques sencillos, a la espera que el anunciado refrito acabe por hacerla más buena de lo esperable.
p.d.: no pongo vídeo de traíler porque cuentan demasiado.