Hace ya cierto tiempo, cuando intentaba recrear una vivencia casi infantil (teníamos 10 u 11 años), al recordar las imágenes reales que conservaba, supe que para narrarlas debía acudir a Hoffmann. Y me salió esto, líneas en las que intentaba narrar un ataque epiléptico de una compañera de clase:
Al volverme vi a Olga Pastor que se levantaba de su asiento como impulsada por una fuerza extraña. La vi allí, en medio del estrecho pasillo que quedaba entre dos filas de pupitres, ya casi a mi lado, y aunque ausente y próxima, la sentí inalcanzable y perdida. Alzaba la cabeza hacia el techo, con los ojos desorbitados. Olimpia, pensé, así sería Olimpia, esa rigidez al andar, la fijeza loca de los ojos, el frío que irradia. Pero no tuve tiempo de extraviarme en aquel vacío. Una súbita colvulsión sacudió a Olga, tumbándola al suelo...
Es decir, releí uno de los más imborrables relatos de Hoffmann: "El hombre de la arena" (Der Sandmann).
Lo editó en 1979, con la exquisitez que lo caracteriza, José J. de Olañeta (un "raro" editor mallorquín, en su inolvdable colección "Pequeña Biblioteca Calamvs Scriptorivs"), acompañando el relato del escritor romántico con un ensayo de Sigmund Freud: "Lo siniestro" (1919).
(Aclaración: la portada de anentonces era toda roja, mucho más inquietante. Pero hay lo que hay. Y carezco de escáner.)
Tomo el mencionado volumen y releo. Y vuelvo a estremecerme. Porque recordaba las líneas maestras del ensayo o interpretación de Freud, y cómo nos avisaba de que en "El hombre de arena" lo siniestro no procede de Olimpia (la muñeca autómata), ni mucho menos se corresponde con la creencia común, que lo vincula con todo lo relacionado con la muerte (cadáveres, espectros, reaparecidos, espíritus), sino que es inherente a la figura del hombre de arena y a la idea o el sentimiento del terror de ser privado de los ojos, una reminiscencia que se origina como aventura o imaginario infantil...
(Edipo, dice Freud, pero yo sobre todo recuerdo a Miguel Strogoff, ¡Dios mío! y hasta podría reproducir el insoportable sufrimiento que vivía cada vez que leía el pasaje en que con un hierro candente... y lo leía y releía... sadismo avant la conscience, sin duda. Pero confieso que jamás pude soportar uno de los típicos juegos del patio escolar: el de la gallinita ciega, de marras)
... pero que pervive como angustia en el adulto.
Bueno, no os voy a resumir el ensayo de Freud. Pero sí aludiré a un par de líneas que me han dejado... inquieta.
Juro que en mi memoria lo que ha permanecido es el cuento de Hoffmann. Pero ahora releo el ensayo de Freud y...
El carácter siniestro de la epilepsia y de la demencia tiene idéntico origen. El profano ve en ellas la manifestación de fuerzas que no sospechaba en el prójimo pero cuya existencia alcanza a presentir oscuramente en los rincones recónditos de su propia personalidad. (pág. 29)
Años más tarde, leía en la colección de bolsillo de Alianza los dos volúmenes de "Cuentos" de Hoffmann, con algunos de cuyos pasajes entretengo o abrumo a los estudiantes de Romanticismo: "El magnetizador" ("Los sueños son espuma... y sin embargo recuerdo bien..."), "La iglesia de los jesuitas de G." (con el perfil del artista romántico), "El Sanctus".
Son tres de los relatos que formaban parte de los Nocturnos (1817), publicados ahora por primera vez en edición completa, en Alba Editorial.
Fue uno de los tomos que me llevé durante mi escapada a Asturias.
Volvió a deleitarme Hoffmann con sus historias fantástico-maravillosas narradas siempre por personajes inquietantes, de sesgadas sonrisas, irónicas las más, aunque alguna es pura melancolía. Volví a preguntarme si se ríe del lector, si juega con él. como hacen algunos narradores con sus oyentes: dejándolos en suspense, omitiendo detalles, sugiriendo... Me encanta la red de narradores que despliega en un mismo cuento, cómo se suceden y se engarzan para expandir el relato (especialmente aquellos que tratan de experiencias psíquicas que bordean la locura u otras alteraciones y sus remedios: el magnetismo, el mesmerismo) en ondas concéntricas que consigue cerrar o devolver al núcleo (a veces de forma algo abrupta, pero casi siempre logrado, ese cierre,) en que regresamos al relato marco... Disfruto con esos escenarios que enmarcan y propician el cuento, la contraposición de los personajes escépticos y descreídos, con los visionarios o sensitivos...
"La casa vacía", o no lo recordaba o lo había olvidado. En él introduce el espejo (tan lacaniano) y nos entrega esta definición que nos ahorra unas cuantas páginas de Todorov:
"... se denomina fantástica toda manifestación del conocimiento y del deseo que no se puede justificar de ninguna forma razonable, pero maravilloso es aquello que se tiene por imposible, por incomprensible, lo que parece superar las fuerzas conocidas de la naturaleza, o, por añadidura mía, ser contrario a su curso habitual". (pág. 165)
Y le hace exclamar, "entre sonoras risas", a una dama loca:
"-¿Ha llegado la muñequita...? ¿Ha llegado bien? ¿Enterrada, enterrada? ¡Oh, Dios mío, con qué elegancia se mueve el faisán dorado! ¿No sabéis nada del verde león de ardientes ojos azules?"
En "La casa vacía", de la fusión de lo fantástico y lo maravillos nace el terror.
Y no me extraña la fascinación que por Hoffmann sintieron algunos de los más grandes: Poe, Dostoievsky, Gógol, Kafka, Freud...