Editorial Libros del Asteroride. 235 páginas (más 8 de prólogo). 1ª edición de 1957, ésta de 2006.
Dos de los blogs de reseñas que sigo, Atisbos (Aquí) y El lector-malherido (Aquí), destararon como una de las mejores lecturas de 2010 esta novela japonesa, Hogueras en la llanura, de la que no tenía ninguna referencia. Esta coincidencia hizo que me interesara por el libro y leí las reseñas que los dos blogs le habían dedicado. Hace dos viernes, después de un largo paseo por un Madrid lluvioso, y aunque tengo muchos libros sin leer en casa, estaba llegando al final de La canción del verdugo y me apeteció acercarme al libro de Ooka.
Lo he leído durante la última semana en la agradable edición de Libros del Asteroide. Por temporadas me he acercado a la literatura japonesa, sobre todo a través de las figuras de Kenzaburo Oé, Yukio Mishima o Yasunari Kawabata, y he disfrutado, ahora, volviendo.
En Hogueras en la llanura, Ooka (1909-1988) parece llevar a cabo un exorcismo sobre su propia experiencia en la 2ª Guerra Mundial. Tamura, en primera persona, nos cuenta su experiencia como soldado destinado en la isla filipina de Leyte. La narración no nos habla de toda la experiencia militar de Tamura, sino de sus últimos meses, cuando el ejercito japonés ya empieza a conocer su derrota y el caos vive instaurado en toda la estructura militar nipona.
La novela, significativamente, empieza con una frase de naturaleza contradictoria que un superior expele a Tamura: “¡Estúpido! ¿Dónde se ha visto que porque te digan «vuélvete» tienes que volverte? De sobra sabías que no es así.” (página 6).Tamura ha contraído la tuberculosis; desde su compañía le han enviado a un hospital de campaña, y desde el hospital le han ordenado regresar a su compañía, donde no es aceptado. Así que el ejército japonés, el Estado japonés, en la primera página del libro abandona a Tamura a su suerte. Y éste decide regresar a las puertas del hospital para reunirse con otros moribundos, a los que tampoco permiten el ingreso en el centro, con los que poder compartir los que presupone que van a ser sus últimos días de vida.
Tamura, habiendo asumido la conciencia de su propia muerte, empieza a sentirse libre. Y, tras sufrir el hospital un ataque, deambula sólo por la isla, temiendo a las hogueras que marcan la presencia de los hostiles filipinos, temiendo al enemigo norteamericano y a sus propios compañeros, a la desbandada, a la rapiña.Tamura es un hombre solo, que ante la naturaleza poderosa del trópico, reflexiona sobre su propia muerte, su pasado, su destino, su sentimiento religioso o su ausencia de él. En la página 67 dice: “Si yo hubiera sido Robinson Crusoe, me habría arrodillado allí mismo sobre la tierra para dar gracias a Dios, pero siendo un oriental ateo no tenía ni idea de a quién o a qué dar las gracias”.
Tamura se acerca a una aldea abandonada, con la intención de visitar una iglesia. Allí, inesperadamente, acabará usando su fusil para matar a una mujer filipina, lo que le hace pensar que se ha distanciado irremediablemente de los hombres. Al volver a su soledad decide arrojar el fusil, el aparato para matar que le entregó el mismo Estado que luego decidió abandonarlo a su suerte, al lodo de un río.Volverá a encontrarse con compañeros japoneses, que están tratando de reagruparse en un punto de la isla de Leyte para ser rescatados por un barco nipón. Y lo que aún no sabe Tamura es que le quedan algunas experiencias penosas más a las que enfrentarse y que constituyen el núcleo del discurso a exponer que se ha planteado Ooka. La narración de una experiencias que supusieron un escándalo en la sociedad japonenesa, ya que rompieron un tabú sobre las consecuencias que acarreó la derrota y los límites sociales que sus soldados se vieron obligados a superar. Estamos hablando de antropofagia.
En la página 208 escribe Ooka: “El ser humano es capaz de adaptarse a la situación más anormal y, una vez en ella, puede asimilar cualquiera de las impresiones que le sobrevengan. En tales circunstancias, entre el observador y lo observado se interpone un velo de indiferencia que impide que el apasionamiento construya fantasmas innecesarios”Y la página 213: “Si resulta necesario que los seres humanos se devoren entre ellos para saciar su hambre, este mundo no es más que un reflejo de la cólera de Dios”.
Tamura es el soldado derrotado, es el superviviente fruto del azar y de las decisiones que rompen con un mundo reconocido. Y al final tendrá que aceptar la escisión metal, la locura, tras lanzar su profundo grito existencialista.
Hogueras en la llanura se une ya en mi imaginario de lector a todos los libros sobre la barbarie del siglo XX que tanto me han impresionado, a Primo Levi, a Alexander Solzhenitsyn, a Tadeusz Borowski…
Todo lo que nos puede impactar de una historia como la propuesta por Cormac McCarthy en La carretera no es una fantasía apocalíptica, ha ocurrido ya y ha sido descrito hace más de medio siglo.