Hoi An es un lugar pequeño pero encantador, sus calles principales discurren cercanas a un río muy bonito. Llena de casas coloniales francesas, con un mercado chiquito pero con bastante movimiento, donde se puede comer Cau Lau, característico por sus fideos planos de arroz cocidos en un pozo de la zona, con picatostes, cerdo, hojas de algo y brotes de soja. Por la noche salen las ratas, ratas como conejos que trepan por todos los edificios, pero al mismo tiempo se encienden por todas las calles principales un sinfín de farolillos de colores, el puente y el río tambien se iluminan, ofreciendo un espectáculo nocturno único en la region, y los roedores pasan desapercibidos ante esta embriaguez visual.
Lo más característico y quizás lo que más enganche a muchos viajeros son sus sastres, siendo el 80% de los negocios, lugares donde te toman las medidas de cuerpo o de pies y te fabrican lo que quieras, literalmente; desde trajes y vestidos para bodas hasta las ultimas zapatillas que han salido en Nueva York, y claro, a un precio excesivamente barato para un occidental, de modo que mucha gente pasa las horas muertas en este tipo de comercios. También te pueden copiar cualquier prenda que les lleves que tengas vieja y te guste mucho... y todo de un dia para otro. Made in Vietnam, señores.
Coincidiendo con la luna llena, prohiben la entrada de vehículos al centro de la ciudad y en el río se sueltan velitas flotantes para pedir deseos. Como ya me separaba de Amaya y de Daniela, pedimos un deseo conjunto entre los tres y soltamos nuestra velita a flote y la corriente se la llevó.
Por la mañana fui para My Son, unas ruinas Cham de ladrillo cercanas, de las que queda muy poco porque sufrieron bastante con los ataques yankis. Después, a la vuelta, empezó a llover y ya no paró nunca. Ahora estoy en Mui Ne, en la playa, en un hotel en primera linea, mañana voy a ver unas dunas que prometen mucho.