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Tecleo la clave del portero de la finca y rápido, alborotada, se oye la voz de Julián preguntando quién es.
- Soy yo, Jesús. ¡Ábreme por favor!.
- Ya te abro.
En la puerta de su bloque vuelvo a teclear y vuelve a preguntar: ¿Quién es?
- Soy, yo, Jesús. Ya te lo dije antes, vamos, ábreme.
Subo los tres pisos acarreando mi maleta con ruedas. Bajo el otro brazo sujeto apretada a mi costado una gruesa carpeta azul. Al llegar al rellano la puerta está entreabierta. Julián me espera tras ella en su silla de ruedas. Al entrar le saludo a él y a su madre, que trajina en la cocina. Él me responde:
- ¡Hola, profesor!
Julián maniobra su silla con agilidad, con precisión de piloto. Se coloca ante la pequeña mesa triangular que tanto le gusta, decorada con llamativas pegatinas. Yo abro mi maleta y despliego el material: el estuche, las gafas de cerca, el ordenador... Después abro la carpeta azul y coloco por orden las fundas transparentes de las diversas actividades. Hay que ser cuidadoso: las más difíciles y precisas de atención primero, después variar con algo ligero (recortar, puntear, reseguir, rotular sencillas palabras, estampar grandes letras con la imprentilla escolar...). Después, algo manipulativo: comprar y vender regletas para obligarle a contar, jugar al parchís con el dado gigante... Por último el ordenador: asociar palabras a su nombre, cuentos con pictogramas...
Julián tiene síndrome de Down. Es simpático y trabajador. Puede llegar a ser testarudo cuando está muy cansado. Lucha incansablemente por acaparar el material, por ponerlo de su lado: se lo adjudica por imperativo legal: ¡esto es mío! ¡y esto también es mío!... Pero siempre, después de mi pelea diaria porque prolongue un poco más su atención, porque se comporte, por exigerle trabajo cuando ya está realmente fundido; acaba reclamando un beso.
Y yo se lo doy porque se lo merece. Julián se hace querer.
Termino de anotar en su agenda, con rápidos dibujos el resumen de las actividades del día: Mira, Julián, volvemos a vernos pasado mañana: - A ver hoy es lunes, y estoy aquí (señalo la casilla), mañana no vengo, pero pasado vuelvo a venir: ¿ves el dibujo en el que estás trabajando en tu mesita en casa? Será miércoles, mira: lunes - martes - miércoles...
Luego me despido: -Adiós, Julián.
- Adiós guapo (es para estar agradecido, la verdad)
- Adiós, hermosón (y agradezco esta expresión conquense aprendida en el pueblo de mi mujer, pues le va de maravilla).
Tras la puerta que se cierra, aún se escucha un par de veces más:
- ¡Adiós, profesor!
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