Revista Cultura y Ocio

Hola, soy el Señor Conejo II

Por Calvodemora
Hola, soy el Señor Conejo II


Soy nuevamente conejo y olfateo y devoro zanahorias y me uno a la comunidad estelar de conejos cuyo cometido insobornable es el de avivar la llama de la especie, así que tengo más hijos que San Luis, aunque no se contienda la liza ni haya enemigos a los que abatir. Sólo está la cópula. . En la cópula se quintaesencia toda la prosa del señor conejo, incluso su mísera en ocasiones existencia; está el estilo barroco, el  ampuloso, el vuelo, el asalto al verbo, la certeza de que las palabras van y vienen, a su antojadizo capricho, y uno tiene que estar atento y cazarlas, darles un bocado, creer que son zanahorias en un campo verde nada más despuntar el día.. No es posible aprehenderlas enteramente, se escurren, no se avienen a que las sometas, tiene que haber un pie en el cuello del adjetivo, no hay que mimarlo, no hay que pensar que el adjetivo está ahí porque nosotros lo hemos llamado, como si fuese un pájaro, no acude si le llamamos. Ahora estoy buscando un sentido a lo que digo y solo encuentro vértigo, el vértigo expandido, las palabras del señor conejo yendo y viniendo por mi boca, el sexo fugaz, la obra completa de Frank Zappa en un montón de cedés, la obra completa de Azorín en una caja o en dos o en tres, en un trastero, cerca de la bicicleta de mi hijo, que estudiaba alemán y llegaba a casa a la anochecida (hace de tiempo que no escribo eso) con el vocabulario recién adquirido, ensayando la fonética áspera del idioma y escribiendo en una libreta las grafías largas. Así es la vida.

Mi hijo estudiaba alemán, no sé cómo se dice conejo en alemán, no sé alemán, quizá sea tarde, no estoy por la labor, no sé a qué labor afiliarme, con cuál excederme y hace falta excederse, ver que se duele uno, apreciar el dolor, sale el texto del dolor mismo. Si no hay sufrimiento no puedes ser escritor. La literatura está en otro lado, no en lo que registras, en el cuerpo orgánico del texto, en el conejo deshaciendo a mordiscos la zanahoria, como si no tuviese otro cometido, como si eso que le encomendara lo aturdiese y no le dejara que la sangre fluyese por dentro. La sangre es el texto también, uno es la sangre de la herida, en la herida se intuye un aviso del texto que está por venir.

Algunos conejos escribimos antes de la dentellada, no podemos esperar, nos falta la paciencia para ofrecer el texto una vez que el diente ha hecho cuartel en la carne. La carne libra entonces una batalla más alta, de más noble fuste, El conejo se encoge de hombros, se sienta en la sala de espera, mira cuidadosamente a un lado y  a otro, espera que lo entiendan, pero a los conejos no se les ve nunca como realmente son. Es una pena ser sólo conejo o ser sólo Walt Whitman o ser solo eco. Más allá de la voz, por encima de la sangre incluso, apartando la memoria, ser solo eco, el eco libertino nuevamente izando banderas de placer en el aire recién libado, el aire convertido en luz misma, la luz mecida después por el eco, reverberándose, convocando el secreto numen de las cosas, pero ah Emilio, estás saliendo del territorio del conejo, lo estás abandonando, no será posible después el ayuntamiento con su causa, morirá en un rincón, Me pregunto si Walt Whitman, el alto y claro y hermoso Walt Whiman, el paladín de le ecopoesía, ese valladar de la causa terrestre, supo en algún momento de su antropocéntrica existencia que en realidad era un conejo, el Gran Conejo Con Barba al que más tarde acudirían miles de conejos a pedirle consejo: Señor Whitman, díganos usted qué hacer, por dónde ir, dónde está la libertad, por qué huele tanto a zanahoria. Luego vendrá el cáncer, se lo comerá entero, no quedará nada, no habrá un resto. Ni zanahoria, ni conejo. El señor Conejo  será venerado, edificarán iglesias, será la gran iglesia del conejo, tocarán fugas de Bach, se escucharán desde lejos, incomodarán a los que no entienden qué lujuria los preñó, la carne libra entonces otra batalla más alta todavía y la voz se acabará convirtiéndose en salmo.

En realidad no es preciso velar durante toda la noche al conejo. El Señor Conejo tuvo una vida admirable, un conejo feliz, el conejo al que los cuentos cortejan, en el que se observa la rotunda armonía del cosmos. No sé si los conejos tendremos dioses a los que adorar, si habrá un Gran Señor Conejo y habremos sido hechos a su imagen y a su semejanza, un conejo plenipotenciario, uno al que agradecer el olfato o las zanahorias o las coyundas en mitad de la noche. Oh gracias Señor Conejo, tú provees, tú cuentas los días y cuentas las noches, etc, o hay muchos animales en los que advertir esta evidencia de orden metafísico, ningún fabulista ha logrado hacer converger en un animal la filosofía antigua y la new age moderna, toda la sabiduría de los próceres del alma y toda la mierda patrocinada por los bancos, pero el mundo sigue, ah amigos, hemos estado aquí, mirando al conejo, observando cómo se arruga el gesto, aceptando que la vida es siempre una aventura involuntaria. He aquí al héroe, se agolpan en la puerta todas las amantes, vibran en escorzo, cimbrean la cintura, arquean el torso, ponen el alma en cada acometida de la sangre. El mundo sigue girando. El texto está servido. 

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