Como les comenté en el post anterior, tras pasar unos días en Ámsterdam, la idea era continuar hacia España, recorriendo Bélgica y Francia en el camino.
Como se podrán imaginar, no tiene mucho sentido ponerse en una calle del centro de una ciudad tan grande y hacer dedo hacia tu próximo destino. De alguna manera, hay que lograr llegar a la ruta, o al menos a uno de sus accesos.
Tengo pendientes varias páginas de “información útil” para el blog, y una de esas es de tips para autostop. Aunque hay muchos dando vueltas por la web y después de este post parezca que no los aprendí, yo tengo los míos, suelen funcionarme y ya los compartiré con todos ustedes pronto. Aunque después de leer lo que sigue, hay que ver si se animan, jeje.
Holanda:
Tomé entonces un tren local hasta un pueblito cercano a Ámsterdam llamado Leiden, conocido por sus molinos y sus campos con tulipanes. De estos últimos, sólo pude ver fotos porque no era temporada, pero molinos como éste hicieron que valga la pena la escapada.
Molinos de Leiden
Molinos de Leiden
Ahora sí, de vuelta a las rutas, por primera vez en Europa Continental. Destino: La Haya (“Den Haag” en holandés, pronunciado “den haj”). Pensaba pasar el día en la capital administrativa del país, y aprovechar para visitar los Tribunales Internacionales de Justicia y sus playas.
Tres muchachos de la India me acercaron a la ciudad. No sé si por desconfiados o qué, pero fueron los primeros en mi vida que me pidieron un documento al levantarme para ver quién era. Aunque no es lo común, tampoco me pareció una locura. Al fin y al cabo, están subiendo a un extraño a su auto, ¿no?
Como me sucede con prácticamente casi todo indio, tratar de comprender su acento inglés fue una misión imposible. Modulando de una forma y aplicando una gramática inglesa que sólo “Apu” entendería, los chicos trataron de ser guías de turismo improvisados de la ciudad donde están viviendo.
Dentro de lo poco que les entendí, me dijeron que los Tribunales sólo se podían ver por fuera o por dentro pero sólo con visitas guiadas previamente organizadas.
Como no soy jurista, tampoco era un lugar imprescindible de recorrer para mí, por lo que terminó siendo sólo una “parada para la foto”:
Tribunales Internacionales de Justicia, La Haya
Donde sí me pasé toda la tarde es en la playa de La Haya (salió con rima y todo!). De aspecto muy marplatense, pedía a gritos que la caminase por la soledad y belleza del paisaje. Parece que todavía no era temporada de veraneo, y el Mar del Norte no se caracteriza por su agua cálida, pero aún así me animé a mojarme un poco. Al menos hasta… bueno, ¡ya sabén donde!
La tranquilidad al recorrerla me recordó la última vez que estuve en la playa. Fue a principio de este mismo año, en una situación similar, pero en Viña del Mar (Chile) con las frías aguas del Pacífico. Como en aquella vez, el sol poniente sobre el mar me regaló nuevamente un verdadero espectáculo:
Puesta del sol en la playa, La Haya
¿De que te reís, gil?
Otra vez en la ruta, tuve la suerte de que rápidamente un alemán se detenga para llevarme. Donde no tuve tanta suerte fue al saber que se tenía que desviar de mi ruta en una bifurcación en medio de la nada.
Ya estaba a pocos kilómetros de la frontera belga, pero sabía que el lugar donde estaba no era bueno para hacer autostop.
Pararse tras una bifurcación suele ser bueno, porque filtrás el tránsito hacia donde vos estás yendo, pero lo malo era que dicho desvío se daba sobre ¡una autopista! Y como en toda autopista, está prohibido andar a pie por la banquina, más allá del riesgo que uno corre.
Otra opción no me quedaba, estaba en medio de la nada, lejos de todo pueblo. Y al fin y al cabo, tampoco era mucho mi culpa. ¡Los europeos son demasiado organizados, y casi todas sus rutas importantes son autopistas!
Tenía que apurarme. Necesitaba que un auto me levante rápido. Y efectivamente, un auto apareció rápido por mi: ¡un patrullero de la policía holandesa!
Afortunadamente, casi todos los holandeses hablan bien inglés, así que pude explicarles como había sido la situación, con mi mayor cara de bueno. Si sólo hubiesen hablado holandés, no se que hubiese pasado. Pero de todos modos, me miraron y dijeron: “la multa por estar acá son 200 euros”.
¡¿200 euros?! ¿¡Sabían los policías cuántos días de viaje representaba eso para mi?!
Se me quedaron mirando unos segundos que duraron horas para mi. Momentos de tensión. Había tres opciones: o esperaban la coima (pensamiento típico argentino que allá no parecía factible), o iba a tener que ponerme con la suculenta multa o por alguna combinación divina entre mi cara de “perrito mojado” y su posible misericordia, podía zafarla y recibir el esperado “ego te absolvo”.
Me dijeron que me suba al patrullero. “Mamadera, ¿encima voy en cana por esto?”, pensé.
Los copados policías holandeses no sólo no me hicieron pagar ninguna multa, ¡sino que encima me llevaron a una estación de servicio en la frontera donde tendría mas chance de ser levantado, en un lugar mucho menos peligroso y se ofrecieron a comprarme agua o comida si necesitaba! ¡Genial!
Minutos después, estaba andando ya a salvo en otro auto por Bélgica y con una sonrisa dibujada por la situación que había pasado. Sólo me entristeció un poco pensar que en mi país la opción de la coima hubiera sido la más probable…
Going Anywhere, Holanda
Bélgica:
Tres “aventones” más por Bélgica y estaba en su capital, Bruselas. La tercera había sido bastante curiosa.
En general, no suelo hacerle el gesto de autostop a autos caros, porque las posibilidades de éxito suelen ser muy bajas.
Pero en este caso, un empresario belga en un Mercedes Benz último modelo frenó para alcanzarme. Era un auto negro, inmaculado, impecable, ¡una joya! ¡Nunca había sido levantado en la ruta por un coche así!
El conductor era un exitoso agente de seguros de Amberes y daba la impresión de que si llegaba a estornudar, se limpiaría con un billete de 100 euros.
Sin embargo, en la hora y pico de viaje que compartimos, me llevé una enorme y grata sorpresa.
Una enseñanza tras otra, sus palabras eran palabras de la experiencia y de haber llegado a donde estaba desde abajo y con mucho esfuerzo. Con una mentalidad realmente envidiable y muy abierta, parecía que en vez de llevarme me estaba dando una lección sobre la vida. ¡Ojalá lo hubiera grabado para poder escucharlo de nuevo!
Así como me llevó a mi, recordando sus tiempos de jóven cuando también hacía autostop, le daba monedas a cada uno que le pidió en los barrios “duros” que recorrimos camino a la capital.
“Si hoy vos sos fuerte, tenés que ayudar a los que no lo son” e hizo la analogía entre mi situación de autostopista, la política europea actual y la propia relación entre la región rica (flamenca) y la pobre (vallonia) de Bélgica.
Cuestionaba a aquellos que no quieren ayudar a los países pobres ahora, cuando en su momento recibieron ayuda de otros para salir adelante. “Las ayudas que uno da hoy, luego siempre volverán cuando uno las necesite, y aunque no sea así, hay que ayudar todo lo posible por el simple placer de ayudar. Además, si con tu ayuda el otro sale adelante, será el triunfo de ambos y no hay mayor felicidad que esa.”. Como esas, decenas de enseñanzas. Me contó de sus hijos, de sus negocios y de la forma en que los encaraba. En algún punto, me recordó a mi propio padre por la forma de hablar y todas las enseñanzas que me dió y me formaron en lo que soy hoy día.
Sin duda, un fantástico viaje. ¡Y no sólo por el auto!
Como saben, no es la idea de este blog contar mucho sobre lugares turísticos, sino relatos y vivencias de viaje. Sólo decir que recorrer Bruselas, Gante y Brujas, las tres ciudades más atractivas del país, fue algo realmente espectacular. Cada una con su estilo particular, merecen sin duda ser visitadas. Uno de los países más lindos y pintorescos que ví hasta ahora, y quizás merecedor de un post propio. Y como creo que las fotos hablan mejor que lo que les puedo decir yo, les dejo algunas para que se hagan una idea de lo hermoso que es y tentarlos para que vengan a visitarlo también…
Bruselas:
La hermosa Grand Place de Bruselas
La Grand Place de Bruselas
La Grand Place de Bruselas
La pequeña estatua de un niño haciendo pis, icono re turístico de Bruselas
El inadaptado de siempre...
La Grand Place de Bruselas, de noche
La Grand Place de Bruselas
Gante:
Postales de Gante
Postales de Gante
Kwak en su extraño vaso, una de las taaantas cervezas de Bélgica
Postales de Gante
Postales de Gante
Postales de Gante
Postales de Gante
Brujas:
Grand Markt
Torre Belfort, Markt de Brujas
Iglesia donde se guarda la supuesta "santa sangre" de Jesús
Canales de Brujas
Canales de Brujas
Molinos de Brujas
Carruajes en Brujas
Disfrutando de una buena tableta del reconocido chocolate belga
Francia (Parte II):
Moverse a través de Bélgica fue relativamente fácil. Salvo por un tren que tomé, viajé siempre a dedo entre sus pueblos y ciudades, y resultó muy agradable y sencillo. Aún esperando sobre autopistas, tuve la suerte de ser levantado rápido y haber sido dejado en buenos sitios (y legales, jeje).
Ahora era momento de cruzar Francia, todo por la costa atlántica hacia el sur. Esto me suponía dos grandes desafíos. En primer lugar, el país galo no alardea de ser el más hospitalario en ese sentido. Quizás por una mala mezcla entre miedo, orgullo y falta de costumbre por la gran organización de su sistema ferroviario, moverse a dedo por Francia parecía que iba a tomar tiempo. Pero como tiempo es lo que me sobra, me disponía a intentarlo de todas formas.
Pero el segundo y mayor desafío era el idioma. En Holanda y la zona flamenca de Bélgica, el inglés es aprendido por todos desde la escuela y es dificil encontrar alguien que no lo hable. Básicamente, escuché que en muchos lugares de Europa sucede eso en mayor o menor medida. Pero en Francia, así como en España, las políticas de estado llevaron a hacer del país un territorio totalmente unilingüe. Y se dice que aún si sabén algo de inglés, no les interesa mucho hacer el esfuerzo y le dejan el problema de tener que entenderlos a uno…
Por las rutas francesas
Los primeros 120 km llevaron todo un día desde Brujas a Calais. Horas en la ruta daban por válido mi primer temor. Llegué a la ciudad portuaria para el ocaso con todo ya cerrado, pero por suerte la Terminal Marítima estaba abierta, y junto a un rumano en mi misma situación, nos pusimos nuestras bolsas de dormir en el piso, afortunadamente sin que nadie nos cuestione nada. Aunque no les parezca, por una grandiosa combinación entre cansancio y conformismo, el dulce sueño llegó enseguida y pude considerarla una muy buena noche de descanso.
Al otro día, aún saliendo muy temprano, sabía muy bien que los 500 km que me separaban de mi siguiente destino eran una proeza imposible de lograr en esas rutas francesas, pero quería acercarme lo más que pudiera.
Un rápido avance hasta Boulogne Sur Mer, pequeño pueblo sólo famoso por haber sido el sitio donde el General San Martín decidió pasar sus últimos días (y una estatua cerca de su casa así lo recuerda), me dió esperanzas de tener un gran día en las rutas. Se desvanecerían pronto…
Otra vez el mismo problema: autopistas. En otro incómodo lugar tenía que estar esperando por mi próximo anfitrión. Y nuevamente, serían los uniformados los primeros en llegar. Un vehículo de la gendarmería francesa se detuvó y me dijo que me suba.
Me explicaron amablemente que estaba prohibido lo que estaba haciendo y se ofrecieron a llevarme hasta unas cabinas de peaje para hacer dedo tras estas. Mentí diciendo que no sabía, que me disculpen y se lo tomaron muy bien. “¡Excelente! ¡Qué amables!”. Sólo me dijeron que no vuelva a hacer dedo en la autopista, pero se despidieron con un cálido saludo. ¡La suerte estaba de mi lado!
Me hice un cartel con el nombre de la próxima ciudad para tener más chances de éxito y me paré frente a las cabinas a esperar. 10 minutos, 20, 30… una hora… ¡lluvia! Hora y cuarto, hora y media… Creo que habrán sido unas dos horas cuando el mismo tipo que me había llevado a la mañana apareció de nuevo, diciendo que tenía que entregar algo en un pueblo cercano. Ante el desgaste que ya tenía, con tal de que me saque de ahí, ¡acepté con gusto!
Unos 20 kilómetros después, me dijo que ahí se desviaba y entonces me arrepentí de haberme subido. En medio de la nada y otra vez la pesadilla: ¡autopista!
Traté de pararme al lado de la rampa de acceso por donde nadie venía, pero mirando hacia la ruta principal. Me quedé ahí porque era el lugar más seguro para mi, pero sabía que estaba rozando la ilegalidad de nuevo.
Veinte minutos después un auto ponía balizas para detenerse. Pero la sorpresa no sería de las buenas: otra vez los mismos gendarmes, y esta vez no fueron para nada amables. La tercera fue la vencida.
Sin siquiera saludar, me dijeron que me suba y empezaron a andar en un silencio total. Se los notaba realmente enfadados. Esta vez no tenía chances de zafar y empecé a pensar cuanto efectivo tenía para pagar la posible multa. Me esperaba lo peor.
Rompí el hielo con una explicación desesperada en mi pobre nivel de francés, diciendo “perdón” cada tres o cuatro palabras, queriendo hacerles entender que por una confusión lingüística, pensé que me iban a dejar en un mejor lugar pero nuevamente terminé en una autopista en medio de la nada. Ni me contestaron. “¡Glup!”, tragué saliva.
Dos o tres minutos después, uno de los gendarmes me dijo de forma imponente: “¡Nosotros no somos un taxi! ¿Entendés? ¡No somos un taxi! No nos importa porque estás acá de nuevo, pero te dijimos que no lo hagas más.”
“¡¡No-somos-un-taxi!!”, volvió a decir, separando palabra por palabra. Nuevamente, silencio en el auto, excepto por mis repetidas disculpas.
Estabamos andando hace ya un par de minutos. Imáginense y traten de sentir la situación. Están en un auto de gendarmería con unos oficiales enfadados, llevándote a vaya a saber donde y con una barrera lingüística que sólo me generaba más temor. ¿Qué sentirían estando allí? Entre otras tantas cosas, yo me preguntaba porqué no había tratado de aprender y mejorar mi francés antes.
De repente, detuvieron el patrullero en medio de la nada. Se bajaron sin hablar y sacaron mi mochila del baúl, poniéndola en el pasto al lado mío. Señalaron una ruta (que no era autopista) y me dijeron que hacía allá había un pueblo y que trate de hacer dedo para llegar. Sin demasiado saludo, me advirtieron que sería la última vez que iban a hacer eso, se subieron nuevamente y se fueron.
Por un lado, estaba contento de que el castigo sólo haya sido dejarme ahí, pero por el otro, ¿¿donde estaba?? ¡No tenía ni idea!
Comencé a caminar hacia el lado del pueblo. Un cartel decía que quedaba a 18 kilómetros, lo que me aseguraba unas 2 horas de caminata.
Tras unos veinte minutos caminando y haciendo dedo al poco tráfico que pasaba, otro cartel volvía a informar la misma distancia hasta el pueblo de Abbeville: 18 kilómetros. “¡¿Peeeero che, cómo hacen cuentas estos tipos!?” La desazón era total. ¿Cuánto tendría que caminar realmente?
Sin embargo, unos minutos después un auto se detuvo. Me había pasado de largo pero parece que los convencí con mi sonrisa y frenaron.
“Por favor, ¿podrían llevarme a la estación de Abbeville? ¡Por favor! ¡¡Por favor!!” les pedí con mi francés básico. Aunque no iban hacia allá, decidieron desviarse un poco y llevarme.
La esperada Terminal de Abbeville
¡Aleluya! Por fin había terminado el loco día de aventuras en la ruta. En la estación, sólo podía ir de forma barata a Paris, por ser el centro de concentración de tráfico en Francia. No estaba en mis planes volver a la capital, pero ya nada importaba. Y terminé viendo como un regalo poder volver a pasar un día en esa hermosa ciudad. Es más, pasé una noche excelente disfrutando de las más lindas vistas nocturnas de la “ciudad luz” con un mochilero suizo que estaba en la misma.
La increíble noche de Paris
La increíble noche de Paris
En el camino, replanifiqué mis próximos días. No iba a volver a las rutas en Francia, eso era seguro. Buses y trenes serían algo más caros, pero me aseguraban llegar a España cómodo y tranquilo. Cambié algunos de los destinos que pensaba por otros nuevos, y me tranquilicé al ver todo encaminado nuevamente. ¡La Odisea sigue su marcha!
Estoy seguro que el camino me espera con nuevas anécdotas para el próximo post, y espero que no haya gendarmes o policías involucrados en ellas. Ahora sí, desde Paris nuevamente, ¡Saludos a todos!