Revista Opinión

Hollande, sexo y poder

Publicado el 15 enero 2014 por Cronicasbarbaras

Que hayan descubierto a François Hollande siéndole infiel a su amante con otra amante demuestra su imprudencia, pero también que honra la tradición de los presidentes franceses de saciar su poderosa libido manteniendo una “casa chica”, expresión mexicana para definir el nido de los engaños.

La novia con la que convive en el palacio del Elíseo, y que actúa como primera dama, la guapa periodista Valérie Trierweiler, sufrió una crisis nerviosa. Terminó en el hospital tras conocer la aventura de François con la atractiva actriz Julie Gayet.

Otra líder socialista, la también hermosa Ségolène Royal, se habrá reído de la situación: durante décadas fue pareja y madre de los cuatro hijos del actual presidente en una “unión libre”, como dicen en Francia cuando no hay matrimonio, hasta 2007, cuando Valérie entró en la vida del político.

Miremos a Hollande: es un tipo vulgar, sin atractivo, y sin embargo las tres mujeres de su vida, al menos las conocidas, son bellas y fascinantes. Luego, su historia es el mejor ejemplo de la relación entre el poder y el sexo, según Freud.

Sus antecesores Giscard d’Estaing, Mitterrand, Chirac y Sarkozy, también tuvieron amantes, pero fueron más discretos. Sólo tras su muerte se supo que Mitterrand tenía en distintas alas del Elíseo a su mujer y a una novia, madre de una hija suya. 

Casi todos los líderes de la historia universal tuvieron amantes atraídos por el aura del poder, que Freud sintetizó en su teoría libidinal: poder y sexo son lo mismo; unidos forman el deseo. Todo deseo es sexual. El sexo es poder, y el poder goce sexual.

Pero al lado de los presidentes franceses los Kennedy, Clinton y similares eran unos aprendices, y los políticos españoles, lo son más aún.

Tendrán que ser las mujeres políticas españolas las que se muestren  procaces y libidinosas, como dicen que es la gente del país de Don Juan, un homosexual reprimido, decía Marañón.

Ya hay dirigentes españolas en todas las ideologías, con especial delectación en las nacionalistas, que huyen de la tribu cuando van a Cuba de tapadillo.

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