Desde su fundación, las nubes nuca dejaron de cubrir al pueblo de Hollow ville. Cada día
y cada noche, se podía olfatear el interminable olor a lluvia que impregnaba cada una de
las calles hechas de piedra. Las casas eran todas construidas de barro y cal, con techos
llenos de goteras y pisos de tierra. Hollow Ville era un pueblo cuadrado, de viviendas
cuadradas y ciudadanos con mentalidades cuadradas. Lo suficientemente cerca de la
civilización como para que llegara el bombillo de Edison, pero lo suficientemente lejos
como para que no llegara el carro de Ford. Sólo contaba con una plaza central en la cual
nadie se sentaba, y una pequeña iglesia a la que casi nadie iba.
Los habitantes de la villa eran personas bastante reservadas, nadie se entrometía en la
vida de su vecino y era muy poco convencional ese sentido de “unidad” que ciertas
comunidades pequeñas suelen poseer, o al menos lo fue así hasta que comenzaron los
asesinatos.
…
María era una jovencita buenamoza y centrada. Ella era una de las pocas personas que sí
asistía a la iglesia los domingos y, a diferencia de los demás vecinos, le encantaba
entrometerse en la vida de otros. Siempre vivía saludando y preguntando a los demás por
la calle cómo estaban pasando el día. Desde pequeña siempre se había hecho notar, y no
había nadie en la villa que no supiera su nombre. Lo cierto es que todos seguramente,
dirían que era una persona realmente irritante, pero en el fondo sentían que ella de verdad
era ese rayo de sol que siempre le había faltado al pueblo. “Es una lástima” solían pensar
algunos para sus adentros “No debió casarse con semejante tipo”.
Se podría decir que Frank era lo opuesto a María en todos los sentidos. Fue el primero en
exteriorizar su repulsión hacia la comunidad cuando decidió mudarse lo bastante lejos de
la misma a una casa que él construyó, gracias a la herencia que había obtenido de su padre,
un tonto minero que sólo tuvo suerte al encontrar una veta de oro ya hace muchos años
atrás. Los jóvenes interesados en María refunfuñaban cada noche molestos contra sus
almohadas, maldiciendo su suerte por no haber nacido ricos como aquel idiota. “Es que
¿Qué más pudo haberle visto sino fue el dinero?” pensarían algunos y, curiosamente no
estaban tan equivocados.
Es cierto, María no era tonta y realmente quería un buen futuro para ella y su
descendencia, esa fue una de las razones por las cuales decidió casarse con Frank. Pero
había algo más en sus intenciones. Cuando lo vio por primera vez llegar al pueblo en su
carruaje pensó que no había ser más triste sobre la faz de la tierra, y sintió muy en lo
profundo de su corazón, que debía alegrar la vida de ese hombre. Sin embargo, su meta no
pudo ser más dificultosa, ya que Frank era una persona bastante cerrada y llena de muchos
secretos. Pero esta aura de misterio que parecía acobijar al miserable, sólo conseguía hacer
que María se interesara cada vez más él.
Lentamente el corazón de Frank fue cautivado por los encantos de la preciosa e insistente
María, hasta el punto de que no se imaginaba un futuro sin ella a su lado. Luego del
casamiento, juntos se mudaron a la casa del hombre a las afueras del pueblo. Incluso
María le encontró cierto gusto a la lejanía que tenía su hogar, aunque no por eso dejaba
de visitar frecuentemente a la comunidad.
La vida pudo ser realmente dulce para este par de humanos, sin embargo, como bien
sabemos esta no es una de esas historias con final feliz.
María descubrió que su esposo resultó ser un inventor. Él tenía toda una sala repleta de
artefactos que giraban y chillaban con sonidos extraños y curiosos. Le gustaba mirarlo
trabajar, podía incluso pasar horas sólo observándolo pensar. Con el tiempo se acostumbró
incluso a ayudarlo, hasta el punto de ser bastante útil en ocasiones, tanto que juntos
lograron automatizar casi toda la casa en menos de un año.
Él de verdad la amaba, y habría dado todo por ella para que fuese feliz a su lado, por esa
razón cuando ella le pidió un hijo él no dudó en aceptar.
Dios… concebir nunca fue tan doloroso como para esta pareja. Cuatro intentos, dos abortos,
dos bebés que no pasaron la primera noche. Frank no entendía por qué les costaba tanto
tener un hijo. Pasaba noches enteras investigando en los libros que mandaba a traer de
ciudades lejanas, todos ellos sobre medicina y anatomía. Sin que su esposa se enterara,
hizo una autopsia de su último hijo, buscando alguna falla en su interior que explicara
por qué no podía vivir. Todo esto lo registró en un pequeño cuaderno negro que siempre
cargaba encima.
Ambos se olvidaron por un tiempo sobre el tema, intentaron buscar otra cosa en la que
ocupar sus mentes, pero no funcionó.
–Una vez más –le susurró una noche María al oído de su esposo, mientras le acariciaba el
pecho bajo las sábanas de su cama.
–No quiero herirte más con otro intento fallido. Me mataría el verte sufrir de nuevo –le
respondió él de vuelta, mirando fijamente sus ojos color carmesí.
–Yo moriré si no lo intentamos de nuevo –insistió ella acercando su cuerpo al de él.
Luego de un minuto de silencio, se entregaron una vez más a la pasión de sus deseos.
Nueve meses pasaron y, para sorpresa de todos, doce meses les siguieron a esos. La jovencita
Vita había durado mucho más que sus difuntos hermanos, y la alegría que le había
brindado a sus padres este hecho era bastante notoria.
La noche de su primer cumpleaños se celebró en el pueblo, con algunos invitados por parte
de la madre, y ninguno por parte del padre (como era de esperarse). Una vez finalizado el
júbilo, la feliz familia regresó a su casa a las afueras de la villa.
Luego de acostar a la niña en su cuna, María se acurrucó junto a su esposo en la cama
dispuesta a dormir tranquilamente hasta la mañana, aunque está demás decir que ningún
padre se puede creer dueño de ese privilegio, aún menos cuando están criando a una bebé
tan pequeña.
Eran las 2 de la mañana cuando Vita empezó a llorar.
–Yo voy… –dijeron ambos padres al unísono, aunque sólo uno de ellos se terminó
levantando.
Caminó hacia la habitación de la pequeña, guiándose por el ligero llanto que cada vez se
escuchaba más apagado. Para cuando llegó al cuarto, la niña ya no emitía ningún sonido.
Se acercó a ella y puso su mano sobre su débil pecho, sintió el corazón latir lentamente,
suavemente… hasta que no lo hizo más.
Su cuerpo entero se llenó de pánico. “Esto no puede estar pasando, no de nuevo” se dijo.
Corrió lo más rápido que pudo al taller, su pareja estaba tan cansada que no escuchó el
alboroto que había. Rebuscó por todos lados en busca del cuaderno que bien sabía tenía
toda la investigación de hacía más de un año. Lo encontró tirado sobre un estante a un
lado del taller. Revisó todas las anotaciones, buscando respuestas, buscando una esperanza.
Fue entonces cuando lo encontró.
Debía ser eso, el corazón de su hija sufría de una severa y desconocida enfermedad que lo
deterioraba acorde pasaba el tiempo, lo que antes había sido sólo una hipótesis ahora
estaba confirmado. Tenía que encontrar un corazón nuevo para su hija.
…
Cabalgando bajo la noche lluviosa, su cuerpo parecía emanar una profunda penumbra.
Una figura sin rostro, una sombra, eso era lo que habrías visto de haber presenciado
aquella noche fatídica. Desmontó poco antes de llegar al pueblo, la sombra se movió sin
hacer sonido alguno por entre las calles de piedra. Entró en una casa cual ladrón
experimentado. La sombra sabía que, de entre todas las casas, esta era especial.
Había demasiado frío en el ambiente y todos dormían profundamente acobijados. La
sombra se escurrió por entre los pasillos, buscando impaciente una joven vida para
arrebatar. Cuando finalmente la encontró, extrajo lentamente el largo cuchillo que
guardaba bajo su gabardina. La sombra alzó el objeto punzante determinada y, justo antes
de llevar a cabo el acto, se detuvo en seco.
–¿Eres capaz? –Le preguntó una voz dentro de su cabeza.
–Lo soy –Respondió en voz baja.
–¿Por qué?
–Porque si Dios no quiere darle vida a mi hija, yo tendré que hacerlo.
Entonces con una fuerza más intensa de la necesaria, apuñaló al bebé.
Vale, espero te haya gustado. Si quieres la segunda puedes comentar y pronto la tendrás.