La hora indicaba que la mañana estaba presente, pero la oscuridad de la noche seguía allí,
había sido capturada, las nubes la mantuvieron cautiva sobre todo el pueblo. El infierno
había llegado a Hollow Ville y cada uno de sus habitantes lo supo al oír el grito
desesperado de una madre, un grito desgarrador que rompió el silencio en cada una de las
calles, el grito de un corazón que clamaba por otro ausente.
El viento llevó los lamentos de la madre a las afueras de la villa, a una pequeña y extraña
casa, logrando así despertar a un cansado Frank.
Cada músculo de su cuerpo se quejaba de dolor y, en su pecho una extraña mancha le decía
que definitivamente algo no andaba bien.
–¿Que mier…? –Se preguntó al intentar enfocar mejor sus somnolientos ojos.
Era una mano, la cual marcaba su camisa. Era sangre, la cual la había dejado manchada.
Frank se levantó inmediatamente y se quitó la camisa asustado, miró a su alrededor
buscando a su esposa, pero no la encontró. Corrió al cuarto de su hija, pero una cuna vacía
fue lo único que lo recibió.
–¡María! –Gritó al correr por los pasillos de su casa –¿¡María en donde está la niña!?¡Dime
qué ha pasado! ¿En dónde están?
Luego de buscar sin resultados en el interior de su casa, Frank salió afuera de ella
desesperado, bañado en sudor y con la respiración entrecortada. Intentó gritar, pero nada
salió de sus labios.
–¡MALDITA SEA! –Gritó una voz femenina pero ronca que venía desde el taller de
Frank.
Sin pensarlo dos veces, el hombre corrió hacia donde procedía el alarido. Irrumpió en el
salón con gran ímpetu, pero no pudo avanzar más allá del umbral de la puerta. No podía
dar crédito a lo que sus ojos veían.
Encorvada, sudorosa y toda llena de sangre. María se encontraba concentrada en la mesa
principal, trabajando sobre lo que parecía ser un extraño artefacto que de vez en cuando
despedía un par de chispas. Su mirada se encontraba algo perdida, casi ni parpadeaba y
su boca se encontraba ligeramente abierta, murmurando una y otra vez “Yo lo haré”.
–María ¿Qué crees que estás haciendo? –Le preguntó Frank luego de un par de segundos.
–Frank… –Le dijo ella alzando la vista hacia él. Su mirada pareció volver a la cordura
por un momento, pero no fue por mucho– Necesito tu ayuda. Debemos lograr la manera
de que esto le de energía suficiente a…
–¿En dónde está Vita? –Le preguntó Frank, esta vez sí pudo entrar a la habitación. Tenía
todos sus sentidos alerta.
–Ella está… bien, pero necesito en serio que me ayudes a terminar esto. Su vida depende
de que tengamos éxito.
–¿A qué te refieres con que su vida depende de que tengamos éxito? ¡¿En dónde está Vita?!
El hombre finalmente se percató en un pequeño bulto que se encontraba tapado con una
manta, justo al fondo del taller. Corrió temeroso a ver de qué se trataba, pero ya lo sabía.
De debajo de la manta emanaba un leve hedor, y las moscas volaban impacientes por
encima de las manchas de sangre que había en el centro de la tela.
Ya lo sabía, el miserable ya lo sabía y, aun así, levantó la manta.
Su piel era pálida y fría, sus ojos carecían de vida alguna, su pecho… estaba abierto de par
en par. La hermosa niña que hacía tan sólo unas cuantas horas gritaba de alegría, ahora
no emitía ni un leve suspiro, ella estaba muerta, y en su lugar sólo había un pedazo de
carne.
Un enorme dolor empezó a crecer en el pecho del pobre hombre, un dolor que nunca
lograría sacar, sin importar cuantas lágrimas soltara, sin importar cuantos gritos diera.
Ese dolor se alojaría en lo más profundo de su ser hasta el último segundo de su vida.
–Podemos arreglarlo –Dijo María quien lo miraba atentamente –No podemos perder el
tiempo. Todo está en tus anotaciones.
–Mis… –Frank volteó y notó el cuaderno negro que reposaba al lado de la mano de su
esposa –¿De dónde lo sacaste?
–Somos esposos querido, no puede haber secretos entre nosotros –Le respondió ella con
una leve sonrisa –Y Como te decía, ahora que ya sé acerca de la enfermedad que ataca a
nuestros hijos, debemos encontrar la forma de revertir eso. Sólo lo lograremos si…
–Debemos enterrarla María, no la podemos tener así –Dijo Frank.
–¡Maldita sea! ¿Me vas a ayudar a traerla de regreso sí o no?
–¿Traerla de regreso? ¿De qué estás hablando? ¡Ella está muerta!
–¡No si logramos terminar mi artefacto! –Le dijo María dando un fuerte golpe a la mesa.
–No hay nada que terminar María –Frank se acercó a ella intentando hacerla entrar en
razón.
–No lo entiendes –siguió diciendo ella, volviéndose a concentrar en su trabajo en la mesa
–Pero deberías. Tú mismo lo escribiste: “Si se llegara conseguir un corazón de repuesto, y
el mismo se lograra trasplantar al bebé antes de que la enfermedad logre su etapa
culminante, seguramente podría sobrevivir”.
–¡Antes de que la enfermedad acabe con su vida María! ¡Vita ya está muerta!
–¡Por eso estoy haciendo el artefacto! La idea es que logre darle la energía suficiente al
corazón y lo mantenga latiendo. Como uno de los motores que hemos usado en…
–¡Nuestra hija no es una máquina! –Dijo Frank con lágrimas en los ojos, ya no reconocía
a la mujer que estaba en frente de él –Ya no hay tiempo, y aún si lo hubiera… no tenemos
un corazón para usar.
María esperó un momento, calculando la forma correcta de decirlo, “Al carajo” pensó
finalmente “Es de nuestra hija de la que estamos hablando, debe entender el sacrificio”.
–Ya tengo un corazón, si me ayudas a terminar el artefacto, podríamos…
–¿Qué hiciste María?
–Lo que era necesario…
La verdad golpeó a Frank como un bloque de concreto.
–Estás enferma María –Dijo Frank sintiendo cómo el horror erizaba su piel –Alguien
tiene que saber esto.
–¿Cómo que alguien tiene que saber esto?
–¡Mataste a un niño del pueblo! ¡A un bebé!
–¡Es para salvar a nuestra hija Frank! Míralos… todos ellos tienen hijos e hijas, todos y
cada uno de ellos. Se multiplican como conejos en primavera, es tan injusto. ¡No es justo!
–Pero ¿Qué hay con la madre de ese bebé el cual mataste?
–Tiene tres hijos más, y podrá tener otros.
–Nosotros pudimos tener otros…
–No Frank… tú no puedes tener otros. Si, lo sé, eres tú el culpable y lo sabes. Tu árbol
genealógico está lleno de pestes y enfermedades, es un milagro que tú vivieras. Pero no
dependeremos de Milagros ahora, podemos hacer que nuestra hija viva nosotros mismos,
debes ayudarme.
–Estás loca… si lo sabías pudiste buscar a otro esposo, pudiste tener otros hijos. No tenías
que matar a ese bebé.
–No Frank, no quiero otros hijos. Ni siquiera quiero otro esposo. ¡La quiero a ella! –Gritó
señalando al pedazo de carne al fondo del taller –Nuestra hija no tiene corazón y podemos
arreglarlo ¡¿Por qué no lo entiendes?!
–Porque no es nuestra hija la que carece de corazón, eres tú, y no permitiré que sigas con
esta calamidad –Frank empezó a caminar a la puerta con paso firme –Le diré al pueblo
lo que has hecho, entonces haremos un juicio justo sobre tu…
Un fuerte golpe dejó a Frank inconsciente, cuando despertó, estaba sólo en la habitación.