La sangre que había brotado de su cabeza se empezaba a secar, sólo era corte leve después
de todo, pero fue suficiente como para dejarlo desorientado por un buen rato. Cuando pudo
mantenerse en pie sin tambalearse, Frank caminó con paso decidido afuera del taller.
“Debo encontrarla” pensó mientras aún saboreaba la tierra que ensuciaba su barba y
bigote. Corrió hacia el establo con paso pesado, no sin notar las marcas de ruedas que
salían del mismo. Como era de esperarse, ella se había llevado el carruaje y a un par de
caballos.
Frank montó su caballo gris y apretando fuertemente las riendas gritó con todas sus
fuerzas “¡Arre!”, pensó que esto aligeraría la presión en su pecho, pero sólo fue un intento
inútil. Cabalgó bajo el penumbroso día hecho noche, sintiendo como el dolor en su alma
le daba la bienvenida a un inmensa y profunda rabia.
Frank seguía las marcas del carruaje hacia el pueblo, pero justo antes de llegar fue
interceptado por una turba enfurecida. Todos gritaban a una “¡Monstruo!” y en sus ojos
llameantes pudo ver reflejado, el dolor y odio que carcomían su corazón. Armados hasta
los dientes, cada uno de ellos avanzaban decididos a tumbar a Frank de su caballo.
–¿Por qué quieren atacarme? ¡No he tenido la culpa de lo que ha pasado! –Dijo él cuando
fue rodeado por los hostiles.
–¡No nos engañarás! ¡Ya sabemos que has sido tú bastardo! –Exclamó uno de ellos.
–¡El infierno es un castigo piadoso para semejante ser! –aseguró otro.
–¡Yo no he sido! María fue quien…
–¡No te atrevas a mencionar su nombre! –gritó Lucas, el herrero del pueblo quien,
apuntando directamente a su hombro derecho disparó su rifle de caza.
Frank casi cae de su caballo ante el impacto, pero era un hombre duro y pudo resistir.
–Hemos visto el dolor que le has causado, y ella nos lo ha contado todo. Sólo la muerte les
espera a personas como tú. No, ni siquiera eso, sólo la muerte es la solución para monstruos
como tú. –El odio de Lucas hacia Frank era mucho mayor que el del resto del pueblo, y
sólo se debía al hecho de que su hijo había sido el pobre pequeño cuyo corazón había
arrebatado por María.
Poco le faltaba al herrero para apuntar directamente a la cabeza de Frank, pero algo en
su interior lo detuvo, quería mirarlo y escuchar de sus labios la razón de sus actos.
–¿Quiero saber por qué lo hiciste? –le preguntó.
–Ya les he dicho –Insistió Frank – yo no he hecho nada. Tienen que decirme en donde
está María.
–Ella está en la iglesia a salvo de tus sucias garras, al igual que todos los niños del pueblo.
De aquí no saldrás para hacerles daño.
–¿Ella está con…? –Los ojos de Frank se abrieron llenos de terror –¡Arre! –gritó mientras
cabalgó con fuerza por entre la multitud.
No le resultó sencillo salir de la turba y tanto él como su caballo salieron heridos, pero
aun así pudo escapar e ir lo más rápido que pudo hacia la iglesia. Al llegar notó su carruaje
detenido afuera del edificio, ella debía estar adentro. Las puertas principales estaban
cerradas, y sin importar cuanto golpeara o gritara, nadie las abría. No tuvo más remedio
que saltar a través de una ventana que se encontraba a pocos metros a su derecha. Con gran
estrépito irrumpió en la que debía ser una sala sagrada, pero la imagen que se abrió ante
sus ojos le dio a entender que, si en algún momento fue santa aquella sala, ahora ya no era
más que un espacio profanado.
Una fila de yesos inmóviles e inútiles, observaban junto a él la sangre y entrañas de todos
aquellos niños derramada por el suelo de madera, y por un momento, Frank no se sintió
tan diferente de aquellos yesos.
–¡María! –gritó con un sentimiento indescriptible.
Corrió hasta al altar de la iglesia buscando indicios de ella, pero sólo encontró una biblia
abierta de par en par en cuyas páginas se hallaba escrito un mensaje para él, decía: “Ellos
siempre podrán tener más”
Escuchó cómo los caballos relinchaban afuera de la iglesia y el traqueteo de las ruedas le
alertó de la huida de María. Había conseguido escapar por alguna puerta trasera del
edificio. Al salir en su persecución notó que la turba se aproximaba con gran rapidez, así
que como pudo y aun con su brazo ensangrentado y adolorido, montó en el caballo y huyó
apresurado por el bosque.
Frank acampó esa noche en una no tan remota cueva, pensando a qué lugar podría haber
huido su esposa. Seguramente había logrado burlar a la turba y no era tan tonta como
para regresar a casa, sólo quedaba un lugar al que pudo haber escapado.