Como si de un capítulo de Bojack Horseman se tratara, el otro día alguien cambió las oes del cartel de Hollywood y plantó dos ees para celebrar la legalización de la marihuana (weed) en el estado de California.
En este caso, la policía está buscando al sospechoso fumeta que se lió la manta a la cabeza, se subió por la colina donde se encuentra el letrero —lo que ya os adelanto que no debe ser fácil, porque, si mal no recuerdo, no hay accesos por carretera— y colgó dos lonas con las que cambiar una vocal por otra. Después, Twitter le reía la gracia, y hasta el rapero Snoop Dog, que, todo indica, que algún canuto se ha metido entre pecho y espalda.
California, junto a Nevada, se unen al Distrito de Columbia, Washington, Oregón, Colorado y Alaska, donde el consumo recreativo de marihuana ya se había legalizado anteriormente; una lista, no tan pequeña, que engrosarán en breve Maine y Massachusetts, cuyas leyes, aprobadas tras la elección de Trump como presidente de la nación —cabe dilucidar si estos dos acontecimientos tienen alguna relación entre sí—, debían entrar en vigor el día 1 de enero.
La tontería de turno, que ni siquiera es original, sino un remake que data del setenta y seis, me hizo pensar, de nuevo, en el dinero que mueven las drogas y en el por qué de su ilegalidad. Un tema que, en la práctica, nunca me ha traído de cabeza, pues quien quiere fumar, esnifar o pincharse, sabe donde acudir, y quien no lo hace, no se preocupa por el hecho de que esos platos no estén en el menú.
A Homer ya se lo dijo su madre: “Let your spirit soar“.Sin embargo, es curioso que siga existiendo cierta autarquía y cierto paternalismo de estado en el tema, por lo menos, en el caso español, que no es el único, pero sí uno de los más curiosos. De este modo, se cree el Leviatán que puede contabilizar en el PIB las drogas, la prostitución y el juego ilegal, pese a no contar más que con estimaciones de esta economía encubierta; ¿y el debate? Eso es para democracias menores que no saben lo que quiere el ciudadano.
Sí, lo sé. Parece de puta coña. Los yanquis, a los que, a menudo, erróneamente tildamos de cortitos por no saber dónde está Burgos sin preocuparnos nosotros demasiado por dónde caen Wisconsin o Zaozhuang, ya hace un tiempo que se percataron de que para que algunos mexicanos exporten el cannabis hacia el norte con creatividad, mejor controlar en casa la producción; de paso, no les pareció mal leer las caras de descontento de los votantes, y abrir un debate sobre la legalidad de la misma para su uso recreativo.
Entonces, cabe preguntarse realmente si a los que quieren seguir controlando el cauce de un río que lleva décadas desbordándose en otro dirección no les faltará visión suficiente para comprender las ventajas que la ilegalidad, la alegalidad y la falta de información suponen para el narcotráfico, el consumo desinformado y las arcas del estado.
El alcalde Quimby (¡vote por Quimby!) nos ejemplifica la relación entre los poderes fácticos y las drogas.